“…Tras los muros de la indiferencia prolifera el peligro. Naturalmente, esto no significa que a la vista de los crecientes riesgos civilizatorios emerja la gran armonía”.
(Ulrich Beck).
Dedico este artículo con cariño y admiración a Ernesto Selman, un profesional con talento y probidad.
Liderazgo es influir. No se concibe el verdadero liderazgo sin seguidores. El liderazgo orienta y pausa el curso de una visión. La visión es el compromiso con el futuro. El liderazgo se expresa en la dinámica constante de cambio. El cambio significa adaptabilidad. Una metamorfosis perenne, para poder concitar el hilo de la evolución de la organización o de un país.
El verdadero liderazgo, que se forja de carácter y de talento, no se asume en el cálculo frio de los intereses particulares y corporativos. Es la brújula singular conectada en el aura holística que se acuna en los intereses colectivos. El liderazgo se asienta en la construcción del necesario puente que en cada instante da el salto de la historia. Resume la constelación de las estrellas. Es el que asume el desafío que en cada estadio de la historia se expresa y emerge como el corolario del esfuerzo que yugula el pasado, otea el presente y se sumerge en la perspectiva creadora del futuro.
Hoy en día, liderazgo significa cambio. La sociedad del conocimiento, de la información, de la tecnología, los procesos, en fin, de la innovación y de la creatividad; precisa de un liderazgo cimentado en valores, en integridad, en la brújula moral incuestionable. El liderazgo es al final de cuentas la chispa del imán que se agiganta para conseguir resultados con sus seguidores, tomando en cuenta la agenda del conjunto de la sociedad y de la sociedad política.
Así como no todo dirigente es un líder, nos encontramos al mismo tiempo con líderes negativos, como aquellos que contrajeron el ritmo negativo del tic tac del reloj de la historia. Aquellos que blasonaron, encrisparon el carro al pretérito. Líderes que no tienen la evocación consciente de la historia. Aquellos que se creen que el futuro no existe y que ellos se constituyen en el eclipse total en el presente.
El liderazgo es la triada de Misión, Visión y Valores. Ellos son el eje articulador de sus acciones y decisiones, que le permite en medio de un mundo de incertidumbre, de ambigüedad, penetrar rápidamente, con velocidad, porque sus convicciones no ameritan de los juegos de poder. Cambian, se adaptan, empero, no se conforman. Porque como decía Dave Martin: “Existe una diferencia profunda entre la adaptabilidad y la conformidad. Los grandes parecieran comprender esta diferencia por instinto, y a la vez que menosprecian la conformidad, valoran la capacidad valiente de ajustarse a las circunstancias cambiantes. La conformidad es la cualidad negativa de ir con la corriente, tornarse mediocre, negarse a sobresalir o aprovechar nuestra originalidad. La adaptación es la cualidad positiva de percibir el cambio de dirección del viento y ajustar el rumbo de manera proactiva para aprovechar ese cambio en el viento…Si bien la conformidad es una debilidad que se basa en el temor al rechazo, la adaptabilidad es una fortaleza que se basa en la confianza en uno mismo y el criterio y las capacidades personales”.
El liderazgo que requerimos hoy ha de trascender la mera intuición y el solio coyuntural. Se anida en valores, en principios. Por eso, en medio de esta crisis de liderazgo planetario, de lo que se trata es de impulsar como catapulta nodal el liderazgo referencial. Aquel que conduce al poder de experto, el poder legítimo y el poder de referencia y que se guie en el equilibrio para poder dibujar y desdibujar los poderes de recompensa y coercitivo. Decía Simón Bolívar “el talento sin probidad, es un azote”.
Ameritamos de un liderazgo referencial que aprenda, desaprenda y reaprenda, que no proyecte su pasado en el presente y que reconozca de sus errores, donde la mentalidad psicorrígida no tenga ningún valor. Potenciar un liderazgo referencial es asumir la humildad en el error y no creerse el dueño de la historia sin tener sentido en el juicio de la misma. No por dirigir el Estado se es un Estadista. Un Estadista, como nos diría Rodrigo Borja, en su Enciclopedia de la Política, es aquel “Hombre de Estado, gobernante serio y eficaz, que domina las ciencias política y además el arte de conducir a los pueblos. Es el teórico y práctico del poder…”.
En los últimos 23 años no hemos tenido un Estadista, solo políticos que no han llegado a ser ni siquiera eficientes administradores del Estado, mucho menos, alguien que sea capaz de conducir “la responsabilidad de la ruta”. La clase política nuestra, sobre todo la que ha gravitado en el poder a lo largo del interregno esbozado, solo ha sido “politiquillo errante, simulador y mimético”. No han asumido los esfuerzos para aunar el presente en una perspectiva conjugada de futuro. No hemos tenido un liderazgo referencial transformacional, apenas, meramente transaccional. Politiquillos que nos han endeudado el futuro para solazare en el presente. No han solucionado un solo aspecto estructural de la sociedad dominicana.
Hay, si se quiere, por esa ausencia medular de Estadista en el poder, una verdadera espada de Damocles, dado que esa forma de gobernar está gravitando en el equilibrio del poder (¿clase media estabilizadora del sistema está hoy mejor que hace 7 años?) y con ello en la forma tan asimétrica de la distribución del poder político entre las diferentes instituciones del Estado, los diferentes órganos en que descansa el Estado dominicano.
La fuerte vocación autoritaria del partido gobernante no le permite articular los juegos del poder. Excluyen y en consecuencia no armonizan, imponen, aplastan, instrumentalizan y no toman en cuenta a las minorías, regla de oro en la democracia para una efectiva gobernanza. Tenemos una clase política gobernante que conspira contra la democracia, por ello, estamos frente a una democracia famélica, diabética, adolescente.
Un liderazgo referencial auspicia de manera significativa la Protocracia. La protocracia es la asunción de manera fundamental, de la democracia y su calidad, de manera primera, principal, superior y preeminente; de asumirla en todo lo que contiene: El cambio, la diversidad, la transculturalidad, la tolerancia, la inclusión social, el respeto a las leyes y el imperio de la ley. La protocracia niega en sí misma, los sistemas de partidos en su banalización y en constante balcanización. Es la puesta en escena, en la praxis social y política de un triángulo como eje articulador, donde imperan ley, justicia y orden en el marco institucional.
La Protocracia es la reconstrucción de una verdadera legitimidad democrática, donde no prime la opacidad, la simulación y el engaño. Allí donde todo el espacio institucional rija y no prevalezca el permanente dilema de que el poder lo puede todo, retaliando en alternativas de decisiones que no se encuentra en el marco de todo el tejido establecido. ¡Urge un nuevo imaginario colectivo donde los ciudadanos se asuman no solo como actores sociales, sino como actores políticos, aun sea fuera del sistema de partidos, para cambiar la política de esta vergonzante clase política.