Un escándalo reciente destapado en Colombia sobre el presunto espionaje de altos jefes militares de las fuerzas armadas a más de un centenar de comunicadores, en medio del estado de excepción debido a la pandemia desatada por el virus chino, refleja el delicado balance entre libertad de prensa, derechos y asuntos de seguridad nacional.

Una investigación de la revista colombiana Semana reveló que entre febrero y diciembre de 2019 unidades de inteligencia militar espiaron a más de 130 personas, entre periodistas locales, corresponsales extranjeros, políticos y abogados de derechos humanos, cuyos teléfonos fueron “chuzados” (pinchados) con sistemas de monitoreo y ubicación.

Los responsables de dichos hechos crearon perfiles detallados de cada persona, con los nombres de sus contactos, familiares y lugares de residencia. Hasta el momento, se desconoce quién o quiénes dieron órdenes para realizar semejante tarea y con qué propósito. Por lo que el presidente, Iván Duque, ordenó investigar el asunto hasta las últimas consecuencias, tal y como establece la Constitución.

Las interceptaciones ilegales y el espionaje no son prácticas nuevas en la región, con penosos episodios previos en muchos países, entre ellos en Argentina, Cuba, Ecuador, México, Perú y Venezuela.

A veces esa libertad se pierde porque perdemos la voluntad de luchar por ella. Otras, se pierde porque olvidamos la capacidad de reconocer las amenazas

Más allá de los riesgos para los periodistas, estos actos constituyen violaciones de carácter constitucional en sociedades democráticas, por lo que es importante desalentar estas prácticas y llevar a los responsables ante la justicia.

Dicha amenaza, como afirmara el presidente de la SIP, Christopher Barnes, director de The Gleaner Company (Media) Limited, Kingston, Jamaica, “además de violar el derecho inalienable a la privacidad garantizada a todos los ciudadanos, estas acciones ilegales corroen la confianza necesaria entre las fuentes y los periodistas.”

Gran parte de los periodistas espiados en Colombia son de Estados Unidos y de medios importantes de esa nación, como The New York Times, National Publica Radio y The Wall Street Journal, entre otros.

No se trata de que las autoridades limiten sus labores de seguridad nacional en una situación de emergencia, catastrófica o de calamidad pública como lo es el coronavirus chino en todo el mundo. Por el contrario, de ejercerlo con el celo debido, cumplimiento y respeto a las leyes generales y las garantías debidas a los derechos ciudadanos.

En la Carta Sustantiva, los militares están para defender la democracia y el estado de derecho, aunque su doctrina, formación, organización y jerarquías no sean del todo democráticas. Son los llamados a responder en primera fila a situaciones extraordinarias. Por lo tanto, resultan garantías esenciales en un país organizado y en libertad.

Pero, extralimitar sus deberes y funciones en perjuicio de un segmento vital para el derecho en general, como es la labor periodística independiente y el ejercicio de la prensa libre, sitúa su credibilidad y moral de manera precaria en cualquier sociedad cuando se trata de amenazar con coartar el legítimo derecho a informar con libertad, sin censura, vigilancia ni ataduras.

Respecto al símbolo de la libertad, el expresidente estadounidense Ronald Reagan (1981-1989) reiteró muy a menudo que la libertad es frágil. Nos recordó que los errores en cualquier generación pueden llevar a la extinción de la libertad que tanto valoramos, la individual y nacional.

A veces esa libertad se pierde porque perdemos la voluntad de luchar por ella. Otras, se pierde porque olvidamos la capacidad de reconocer las amenazas. A veces se pierde porque no conseguimos transmitir la sabiduría y la imaginación que la sustentaba.

Sea cual sea la amenaza, la libertad nunca está más en peligro de extinción que durante una crisis como en una guerra, una depresión económica o una pandemia. Mientras actuamos como ciudadanos libres y responsables, también es nuestro papel defender la libertad.

Incluso cuando sea necesario, frenar a la clase política cuando va demasiado lejos, y enseñar a nuestros hijos que la libertad es demasiado valiosa para perderla, aunque sea en tiempos de miedo, vigilancia, libertad o espionaje.