En estos días en que vamos dando seguimiento a los cambios que nuestra sociedad espera con el Cambio, como ya expusimos, nos preocupa el sistema y el ordenamiento jurídico que nos organiza y rige socialmente. Somos una sociedad de hijitos y amiguitos ñoños y consentidos a los cuales hay que decirles lo que quieren oír, y como lo quieren oír, y por esto no queremos que haya leyes que nos impidan hacer nuestra reverenda gana, que complazcan nuestros caprichos y que todo funcione según nuestra conveniencia.
Si nos pusiéramos a leer filosofía, tal vez podríamos darnos cuenta de dónde proviene todo este marasmo de medalaganariedad. La cultura occidental se nos ha impuesto, y con ella su modelo económico a sangre y fuego, sin posibilidad de chistar. De manera que o la aceptamos como buena y válida, junto a sus conflictos culturales y económicos, con todas las demás naciones y culturas, o no sobrevivimos más que en la miseria y el hambre. Pero de la relación de esta situación con las formas en que nos relacionamos con el entorno natural no tenemos ni idea. Claro que no, ahí está el truco de la deficiencia en los sistemas y contenidos educativos, no entender el qué ni el por qué.
Pero donde quiera que busquemos, no podremos huir de la “cruda realidad”. Desde los años de la década del 60 del siglo pasado, el deterioro ambiental que el sistema económico ha infringido a los recursos naturales a nivel planetario es evidente. El informe al Club de Roma sobre “Los límites del crecimiento” ya lo había anunciado. Tal vez nuevamente es necesario hacer notar y recordar las cantidades de basura plástica que flotan en los océanos, los hilos de agua en que se han convertido nuestros otrora caudalosos ríos, como los Yaques del Norte y del Sur, el Yuna, el Camú, Nizao y Haina entre los más importantes, debido a la deforestación, a la minería metálica y no metálica, a la contaminación de suelos y ríos con agroquímicos, residuales industriales y domésticos. Así que la confusión de algunos con mezclar el reclamo por una educación ambiental transversal e integral con una discusión ideológica que contrapone los sistemas socioeconómicos de hoy en día, es producto de una necia y anquilosada visión de muy corto alcance.
El reclamo por una educación ambiental integral se está pidiendo a gritos en cada rincón del planeta. Pero sólo en nuestro país hay que pelearla como si fuera un juguete nuevo que quisiéramos quitarle a un niño. La integralidad de la educación ambiental requiere la enseñanza, tomando en cuenta el entorno local del educando, como uno de los aspectos más importantes a tomar en cuenta para la metodología que se implemente. A través de actividades recreativas de contacto con áreas naturales y actividades lúdicas, es posible introducir el conocimiento sobre los elementos básicos de la naturaleza, los ciclos biogeoquímicos y las cadenas tróficas, las fuentes y cursos de energía en los ecosistemas, conocimientos fundamentales para entender cómo funciona el ambiente y por qué debemos protegerlo para conservar nuestra vida en sus diferentes formas y manifestaciones.
Es por esto que las mesas de discusión sobre la ley de educación ambiental y la formulación de su reglamento, así como el establecimiento y la definición de las metodologías deben incluir a los más variados sectores sociales. Sencillamente para poder entender por qué el campesino considera al árbol “un palo malo”, y el estudiante universitario considera que el único problema ambiental que existe en el país es que “ellos no tienen educación y tiran basura en la calle”. Manifestaciones culturales de una sociedad con deficiente educación a todos los niveles, pero que de igual manera vive de espaldas a su propia realidad y con los pies puestos muy lejos de la tierra. Lo cual nos demuestra la imperiosa necesidad de una visión integral tanto de la educación general, como de la educación ambiental cuya tarea es urgente emprender, si en realidad queremos que haya un Cambio DE VERDAD.