Sor Leonor de Ovando, la primera poeta nativa del Nuevo Mundo,  escribía desde antes de 1573  y,  siendo poetas contemporáneos de ella: Francisco Tostado de la Peña, muerto en 1586 durante la invasión de Drake, y de quien sólo se conoce un soneto que dedicara al Oidor Salazar, y doña Elvira de Mendoza, que nace aproximadamente en 1534, y que vivía aún en 1618, de acuerdo a los registros de bautismos de la Catedral, donde siempre aparece en estado de viudez.

No se conservan en manuscrito autógrafo los versos de la monja dominica, sino en copia de Eugenio de Salazar, cinco sonetos en rima asonante escritos: con motivo de la Navidad, en la Pascua de Reyes, con motivo del “Domingo de la Pascua de Resurrección”, “por la Pascua de Pentecostés” y otro “sobre la competencia entre las monjas bautistas y evangelistas”, donde revela en los dos primeros versos que del amado baptista tengo su apellido.

Leonor de Ovando revela en sus sonetos la obligación que cumple: la pura santidad; ser sierva en cuerpo y alma del divino cordero; del padre eterno, autor de nuestra vida [a] cuyo gobierno [pide] la tenga con su gracia guarnecida [y] clemencia sacra os preste, salud, vida, contento y alegría.

La monja fuera de su intuición, luce una poeta despierta cuando dice sobre sus “divinos versos”: “meditando bien tan soberano, el alma se levanta al cielo”. Aquí revela el dominio de sus sentidos y del cuerpo corporal, su absoluta experiencia en los misterios del alma, cuando exclama: “son alegres ya mis ojos tristes”.

Los aficionados a versos en la Isla, según la tradición castellana, componían en octasílabos y hexasíabos. Bejarano perteneció al Circulo Sevillano de Poetas donde estaba Gutiérrez de Cetina

Leonor de Ovando no tiene la disciplina del saber, pero sí conoce en sí misma intelecto para configurar el pensamiento encerrada en pura santidad, distante de la sociedad, en soledad. Enclaustrada dice: “dende que tuve racional sentido” mírelo ya con muy despierta vista, en referencia a su “Dios conocido y adorado”.

No sabemos si la religiosa dedicó horas al estudio. Pero parece que por cierto tiempo (1573- 1580) contó con el padrinazgo del Oidor de la Real Audiencia, quien da respuesta a sus sonetos. Pudo haber sido autodidacta, más si su personalidad como superiora nos muestra su curiosidad política y las autolicencias que se permitía en defensa de la precaria situación de las religiosas.

Fray Cipriano Utrera nos dice sobre la letra de la supriora doña Leonor de Ovando, en una carta que ella escribiera el 26 de mayo de 1538 al Rey Felipe II, y que firmaran otras 22 monjas profesas, cuando informó de su elección como legítima prelada, que su  “escritura de trazo ligado, firme, delgada, pequeña, apretada, ocupa en el papel espacio breve y deja plaza ancha para las demás firmas, hasta veintiuna, ninguna de las cuales puede señorear al lado de la firma de la priora” que revela su reposado talento.

En el monasterio de Regina Angelorum, de admirables naves ojivales y portada de renacimiento, luego de la llegada en 1561 de las primeras ocho monjas dominicas, sólo se permitía tomar el estado de religiosa a las criollas mediante escritura principal que otorgaban por la vía de dote, una cantidad de doscientos, quinientos o un mil patacones. Las monjas podían tener esclavas como criadas y recibir a menudo la visita de seglares, dignatarios del clero y del gobierno.

Pudo haber sido en una visita del Oidor Eugenio de Salazar al convento cuando descubriera la curiosidad intelectual de Leonor de Ovando, y gozar la efusión poética de esta monja que respecto a su vocación literaria escribe: “el emphasis, primor de la escriptura, me hizo pensar cosa no pensada” [y]  “la mano que escribió, me han declarado que el dedo divinal os ha movido”.

Es muy evidente que Sor Leonor desempeñó desde su claustro una labor primerísima en la vida de sus religiosas, que congregadas en Puerto Plata votaron por ella en 1583. Pero donde la monja dominica demuestra sus dotes de líder, su personalidad y carácter tenaz, es cuando en 1586 al producirse la invasión de Francis Drake, conduce a su afligida grey a la hacienda Yabacao, huyendo de la incontenida crueldad del corsario, que dejó el convento en ruinas y todo el vecindario destruido con las paredes ennegrecidas, sin techo, sin ajuar, puertas ni ventanas.

La comunidad de monjas acudió al Rey demandando una merced para ejecutar la labor de reparación del monasterio en 1595, que duró más de treinta años. Siendo las monjas entonces muy pobres, y no teniendo rentas para su sustento, y sólo teniendo ayuda de sus deudos y de las limosnas que piden en las cuaresma, ya que “no se sentaban a la mesa por no tener que comer”.

“La ingeniosa poeta y muy religiosa observante” fue contemporánea de Juan de Castellanos (1522-1607), autor de Elegías de varones ilustres de Indias (Madrid, 1589), poema muy largo, cuyo lenguaje era típico del usual en la Nueva Granada, y cuyas primeras cinco elegías de la primera parte del poema lo dedica a la historia de la isla. En el Santo Domingo del siglo XVI no hay ninguna obra de tantos méritos y de importancia cultural, expresiva de las costumbres de vivir y el saber de los virreinatos hispánicos.

Tal parece que con el poeta andaluz Lájaro Bejarano, sacerdote y catedrático de la Universidad de Gorjón, a quien se hizo proceso inquisitorial junto al padre Diego Ramírez en 1558, hicieron llegar en 1535 los sonetos a Santo Domingo,  de Castellanos.

Los aficionados a versos en la Isla, según la tradición castellana, componían en octasílabos y hexasíabos. Bejarano perteneció al Circulo Sevillano de Poetas donde estaba Gutiérrez de Cetina.

Los versos sueltos de Leonor de Ovando requieren un análisis sobre la fijación de la imagen divina, a través de vías subterráneas donde la monja habla de su mundo en soledad en un contexto confesional, producto de la ausencia de sus hermanas de fe al decir: “seys son las que se van, yo sola quedo; el alma lastimada de partidas, partidas de dolor, porque partida partió, y cortó el contexto de mi vida, cuando con gran contexto la gozaba”.

La monja deposita en estos versos un íntimo sentir, auténtico de dolor,  alentada por la “divina providencia” de quien dice ella: “sabe lo que al alma le conviene”.

Ella siente a Dios de una manera particular. Lo ama como esposo, sin éxtasis místico,  aún cuando su presencia activa su pensamiento, el sentido de su vista, exaltando su “alma tan penada”.

Leonor de Ovando escribe con un subjetivismo devocionario, anhelante de consuelo. Sabe que con Dios (su divino esposo, aquella divina providencia) “puede gozar de bien tan alto”.

Su sabiduría y elevación mística se percibe más profundamente cuando comunica al Oidor Salazar, el fundamento ontológico de su amor, la idea mediante la que explica su discurrir teológico.

La monja con una complexión inquebrantable sobre la bondad divina dice con conceptos abstractos: que a través de ella: “vemos aclarar el aire obscuro, y mediante su luz pueden los ojos representar al alma algún contento, con lo que pueda dar deleyte alguno: así le aconteció al ánima mía con la merced de aquel ilustre mano, que esclareció el caliginoso pecho”.

Estos versos revelan el caudal místico lírico de la primera poeta del Nuevo Mundo, la gracia y hermosura de su alma, que fue morada del Señor “que solo padeció por dar [le] vida”, auténtica introspección, más depurada que los sonetos anteriores, innovadora en la cultura barroca novohispana.

Para Santo Domingo es un privilegio contar con la primera poeta nativa del Nuevo Mundo, aún cuando su producción literaria conocida sea tan poco extensa, pero reveladora para el estudio del canon de la escritura femenina en la colonia.