Me imagino el estupor de los veinticuatro lectores (no puedo atreverme a querer alcanzar los veinticinco de Manzoni) de mis escritos de los últimos meses sobre la pandemia leyendo este título. ¿Qué hilo lógico puede haber para un camino que, partiendo de dos de los grandes del Siglo XVIII, termine otra vez en ellos, pasando por el COVID-19 y la legislación de un país que no existía cuando el murió?

El confinamiento y el toque de queda que estamos viviendo dan espacio a la imaginación y a extraños sueños. Así soñé con un encuentro entre Leibniz y Voltaire.

En mi imaginación, seguramente Voltaire miraría con suficiencia a Leibniz, observando que la difusión de la pandemia COVID-19, aun sin alcanzar el 30% de fatalidades locales que tuvo el terremoto de Lisboa de 1755, es prueba fehaciente de que este mundo no es el mejor de los mundos posibles.

Leibniz vacilaría y tendría un problema de prioridad para contestar. Podría tratar de defenderse usando la táctica del cherrypicking, intentando de desplazar el plan de discusión, táctica vana contra un tan fino pensador. Incompatible con su pensamiento la idea de sostener que se trate de un castigo de Dios, tal vez no le quedaría sino regocijarse por el soporte a su convicción de que la matemática es capaz de describir cualquier fenómeno, brindando las ecuaciones del caso resultado tres siglos después de sus estudios, pero para un pensador de su calibre no sería una digna salida, ya que no contrastaría el argumento central de Voltaire, comprobándole que este mundo es el mejor posible.

Seguramente buscaría otros argumentos, y la Ley 107/13 de la República Dominicana le caería de perlas. Sus trece considerandos, sus veintiún principios, el listado de los derechos del ciudadano, el compromiso del Estado para que su interacción con el ciudadano sea sencilla y fundamentada en lo esencial, sin trabas burocráticas que entorpezcan la relación ciudadano-Estado son todas confirmaciones de que con una tal ley República Dominicana muestra ser la concreción y prueba de que éste es el mejor de los mundos posibles.

En mi sueño sabía que podía garantizar a Leibniz mi testimonio, gracias a dos experiencias (reales) recientes. Hace unos días solicité una información en la PGR. Recibí una atención esmerada, que fue más allá de la garantizada por esa Ley, obtuve la información mucho antes de lo esperado, y hasta se me llamó dos veces para comunicarme que la información ya estaba lista e inclusive, necesitando algunas aclaraciones, encontré extraordinaria disponibilidad y amabilidad en el funcionario que lo atendió. Y ayer, trabajando a un artículo sobre la pandemia que espero ofrecer pronto a la lectura de mis veinticuatro lectores, recibí un excelente apoyo profesional y colaborativo de parte de dos funcionarios de la Oficina Nacional de Estadística.

Sin embargo, admiro demasiado a Voltaire, así que me atreví a ofrecerle otro argumento, fruto de otra experiencia personal acerca de la misma ley, que demostraría a Leibniz que realizar el mejor de los mundos posibles es complejo y no es lo mismo que idear un mundo excelente.

Le hablé del numeral 7 del art. 4 de esa misma Ley que afirma el “Derecho a no presentar documentos que ya obren en poder de la Administración Pública o que versen sobre hechos no controvertidos o no relevantes”.

Casado desde hace más de diez años con una ciudadana dominicana, y residente temporal en la República Dominicana, puedo, habiéndose cumplido seis meses desde cuando obtuve el carnet de residente, solicitar la nacionalidad dominicana por matrimonio.

El primer requisito es conseguir la certificación de residencia de parte de la Dirección General de Migración (DGM). Para ello hay que presentar la solicitud, llenar un Formulario que presumiblemente contenga la misma información, y anexar fotocopias de cinco documentos, dos de los cuales expedidos por la propia DGM (carnet de residencia y cédula) y tres en poder de la DGM que los recibió cuando solicité la residencia (pasaporte, acta de matrimonio y cédula de la esposa).

Una vez obtenida esta certificación, deberé solicitar la nacionalidad al Ministerio de Interior y Policía presentando catorce documentos, siete de los cuales están en poder de la Administración Pública, en ese mismo Ministerio, en la DGM, porque expedidos por ella (la certificación mencionada y el permiso de residencia) o porque fueron necesarios para obtener la residencia temporal (actas de nacimiento mío y de mi esposa, acta de matrimonio, pasaporte, cédula de mi esposa).

Así creí que una vez más Voltaire le había ganado a Leibniz, pero no había tomado en cuenta el último recurso de Leibniz, quien sonriendo me recordó un pensador italiano, Gramsci, quien destacó la necesidad de acompañar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad y me preguntó: ¿Qué tal si quien  tenga el poder de simplificar este procedimiento, agradecido por el uso que tú hiciste del derecho de opinar sobre la Administración Pública y sugerir mejoras que redunden en bien del ciudadano y, aliviando el trabajo de los funcionarios públicos, en bien y economía del Estado, tomara en cuenta tus observaciones?

Nunca hubiera imaginado Leibniz citando un pensador marxista, y esto me hizo despertar. Pero ¿y si hubiera acertado?