El aborto es una práctica social que existe y ha existido en todas las sociedades independientemente de que este condenada o no legalmente. La condena del aborto ha existido y existe en nuestra sociedad y eso no ha garantizado su erradicación, por el contrario ha generado más muerte que vida.

El ejercicio del aborto no es una práctica placentera. La mayoría de las mujeres que abortan lo hacen contra su propia voluntad, por sus condiciones sociales, culturales o económicas según se muestra en diversos estudios en la región.

Quienes abogan por todo tipo de prohibición del aborto porque supuestamente “defienden la vida”, defienden la muerte de la niña que ha sido violada por un padrastro, su padre u otro familiar, a sabiendas de que las violaciones de  niñas son bastante frecuentes, así como la posibilidad  de que queden embarazadas fruto de una violación.

Defender la vida no es solo defender que la gente nazca, es defender que los niños y las niñas tengan condiciones para una vida digna sino están expuestos a morir o a “mal vivir”.  La pobreza extrema y la miseria suponen  un riesgo permanente de muerte

En América Latina y en nuestro país se han presentado varios casos de  niñas que han muerto o han vivido situaciones de gravedad y alto riesgo de muerte al quedar embarazadas de una violación o incesto.

Cuando se plantea que no importa que la madre muera en un parto porque es más importante que nazca la criatura, ¿realmente esa es una decisión de vida o es una sentencia de muerte?

Además de ser una sentencia de muerte para la madre (no de defensa de su vida) también lo es para sus hijos/as. Si esa madre tiene 2-3 hijos/as más y ella es jefa de hogar, es la única que ofrece el sustento para esa familia, su muerte significa el aumento de riesgo de muerte de sus hijos/as por el deterioro de su calidad de vida. Al someter a la mujer al riesgo de muerte porque queremos salvar a la criatura que va a nacer, estamos condenando a esta criatura a la orfandad y a la vulnerabilidad  al igual que a todos/as sus hermanos/as.

Cuando condenamos a la madre a morir o a ser juzgada por sus decisiones reforzamos la irresponsabilidad del padre en su ejercicio o no de violencia con relación al embarazo reforzando la paternidad ausente e irresponsable.

Nacer no garantiza la vida, para que una criatura tenga vida, tienen que producirse una serie de condiciones como: fuente de ingresos, salud, higiene, alimentación, vivienda, educación, desarrollo afectivo y psicomotor.

Defender la vida no es solo defender que la gente nazca, es defender que los niños y las niñas tengan condiciones para una vida digna sino están expuestos a morir o a “mal vivir”.  La pobreza extrema y la miseria suponen  un riesgo permanente de muerte.

Las leyes y políticas públicas no pueden ser formuladas pensando solo en matrices religiosas o morales, estas van dirigidas a toda la población independientemente de su credo religioso. La legalización del aborto no ha significado en los países que se aplica un aumento del número de abortos sino todo lo contrario un descenso significativo de estos.

Legislar para que se regulen los abortos que se producen diariamente en las formas más riesgosas en las casas y callejones, no significa promover el aborto, significa garantizar la vida de niñas, adolescentes y mujeres que ya han decidido no continuar con una situación de riesgo de salud o social.

Creemos que la despenalización del aborto en casos de emergencia es una medida de vida no de muerte, porque garantiza la vida de niñas violadas, de mujeres en riesgo y de los hijos e hijas de ellas.