Las discusiones sobre la enseñanza o no de la Biblia en las escuelas, o sobre si la constitución de la República Dominicana es laica o confesional me parecen querellas de fariseos.

En estos últimos días la prensa esta atiborrada de definiciones de la laicidad o del ateísmo, de citas a favor o en contra de la laicidad, así como de muy diversas argumentaciones donde se mezclan, de manera a veces muy particular, conceptos como laicismo, ateísmo, agnosticismo, confesionalidad y aconfesionalidad.

Sin embargo, para mí no se trata de un problema constitucional, o de cumplimiento de la ley 44-00 que obliga a la lectura e instrucción de la Biblia en las escuelas públicas; se trata de un debate de fondo, amplio, sobre la sociedad y el país que queremos.

Decía el padre Nelson Acevedo, párroco de la iglesia Santo Cura de Ars, que en pleno siglo XXI “no se puede obligar a nadie a leer un determinado libro, ni aún el libro más sagrado para los cristianos. Que los hijos lean la Biblia o no, es una decisión propia e individual de los cristianos que no se le puede imponer a nadie porque no vivimos en un estado teocrático”.

Detrás del aspecto local de la discusión sobre la lectura obligatoria o no de la Biblia en las escuelas, en el telón de fondo del asunto están las tendencias globales actuales hacia un conservadurismo exacerbado puro y duro, el nacionalismo y a diversos fundamentalismos.

Estas tendencias no le disgustan a un amplio segmento de la población conservadora, partidaria de la mano dura, del derecho a la vida entendido como el derecho del feto por encima del derecho de la madre.

Este conservadurismo, creciente en nuestro país, es sin lugar a dudas otro de los fracasos del PLD que no ha sido capaz de crear una sociedad equitativa y segura.

A pesar de haber pasado 18 años en el gobierno, controlando los más diversos resortes del poder, este partido no ha realizado la “liberación nacional” tan anhelada por el profesor Juan Bosch y una parte del PLD de antaño.

Su alianza con el balaguerismo para acceder al poder no le permitió una ruptura con el pasado trujillista. Desde el gobierno morado ni siquiera se ha promovido un debate sobre la memoria histórica. 

Muy por el contrario, la mística del partido ha sido desvirtuada como lo constatamos con las motivaciones utilizadas por la vicepresidenta de la República a favor de la lectura de la Palabra de Dios en las escuelas públicas como el parangón de los valores.

Enseñar la Biblia solo como mensaje de fe no promueve la libertad de pensar ni de creer. La lectura de la Biblia como “Palabra de Dios” debe permanecer en las iglesias, los templos y las familias. De otro modo, se les sustrae a los padres el derecho a decidir la educación moral para sus hijos, quedando esta decisión en manos del Estado. Paradigma éste un tanto perverso porque nos retrotrae a etapas totalitarias y absolutistas de regímenes pasados.

¿Quién impartiría esta materia y cómo se impartiría? ¿Qué Biblia se leerá, la de los católicos o la de los evangélicos? La Biblia, como el Corán o el Bhagavad-Gita, es el retrato de una sociedad en un momento dado de la historia que no se puede transferir y aplicar ciegamente a nuestra época.

La Biblia contiene valores de amor, solidaridad y compasión. Sin embargo, tiene capítulos violentos y promueve el machismo, la sumisión de la mujer, además de reconocer la esclavitud.

Encierra, por lo tanto, el rechazo a algunos derechos humanos fundamentales. Al igual que la Iglesia ha tenido que adaptarse a la evolución de la sociedad reconociendo el divorcio, han surgido nuevas generaciones de derechos incompatibles con una lectura ciega de la Biblia.

¿Quién va a impartir la Biblia cuando una gran cantidad de maestros y maestras son apenas capaces de impartir la lectoescritura y las matemáticas? Las familias que desean una educación religiosa para sus hijos tienen siempre la opcion de inscribirlos en una de las multiples y excelentes escuelas confesionales que existen en todo el país.

He visto maestros de escuelas públicas usar la Biblia para infundir terror, amenazar niños con el infierno y promover la creencia y el terror del diablo.

Una vez vi a maestras de escuelas públicas salir horrorizadas de un taller de formación porque la facilitadora de un taller, hablando de tolerancia,  dijo que era atea.

En una charla sobre el buen trato infantil un padre refutó a las psicólogas recalcándoles: “Yo castigo primero y hablo luego, así lo dice la Biblia”, convencido de su derecho a imponer castigos físicos a sus hijos.

¿Qué sociedad queremos? ¿Deseamos caer en manos del conservadurismo más rancio que asoma su nariz en contra del liberalismo político y las libertades públicas?

Estamos ante un paquete, donde todo va junto: el rechazo al aborto en sus tres causales, la negación de los derechos de las minorías, la proliferación de los fundamentalismos religiosos, las exigencias de mano dura, el llamado a la represión y el aumento de la intolerancia.

Con la adopción de este “kit de pensamiento” las consecuencias vienen por añadidura: se termina renegando de la democracia y orientando la sociedad hacia un régimen teocrático. Este se destacaría por su violación sistemática a los derechos humanos. En el régimen de Trujillo la Iglesia Católica y el tirano controlaban hasta lo que una persona debía leer o ver en el cine.

Desde mi humilde opinión propugno por un Estado laico, un Estado que en vez de obligar a los niños y niñas a leer la Biblia los eduque para ser ciudadanos.

Aspiro a una educación para la ciudadanía, que tenga como objetivo favorecer el desarrollo de personas libres e íntegras a través de la consolidación de la autoestima, la dignidad personal, la libertad y la responsabilidad.

Ello permitiría la formación de futuros ciudadanos con criterio propio, respetuosos, participativos y solidarios, que conozcan sus derechos, asuman sus deberes y desarrollen hábitos cívicos para que puedan ejercer la ciudadanía de forma eficaz y responsable.