La aprobación del Código Penal por la Cámara de Diputados en primera lectura, sin incluir las tres causales en su plena esencia, constituye un desatino. Lo es, porque el gobierno y su partido, de hecho, han preferido asumir las posiciones de una parte de las direcciones y feligresía de diversas iglesias y, sin medir consecuencias, desoír la tercera parte de la totalidad de la población que apoya la interrupción de un embarazo en los casos especificados en dichas causales. Con esa acción, se fortalece el omnipresente conservadurismo social y político que nos lastra como nación, pero también se acentúa el sentimiento de decepción en diversos sectores políticos y de la sociedad civil que apostaron al cambio, entre los que se destaca el importantísimo movimiento de las mujeres.

Nadie, dentro o fuera de este gobierno, que realmente quiera que este país cambie debe subestimar el peligro de que se siga ancorando la decepción en la conciencia colectiva de esta sociedad. El despropósito de los diputados que apoyaron el Código Penal sin las eximentes reclamadas, la pasividad y ambivalencia de la generalidad de los dirigentes del PRM durante el proceso que culminó en  ese dislate, potencian esa decepción. Constituyéndose así en factor para que resurjan, esta vez con mayor peligrosidad, las posiciones extremas de condena a la clase política, la antipolítica y el anti partidos, tan expandidas durante los gobiernos del PLD, y redimensionadas por el combate político/ideológicos a tales posiciones que  tejió la esperanza de cambio y  final del reinado de ese partido.

Esta agudización  de la decepción colectiva es peligrosa, porque se produce en el contexto del conservadurismo atávico  en significativos estamentos de nuestra sociedad. Un lastre que persiste en sectores militares, eclesiales, empresariales, culturales, intelectuales etc., pero también en núcleos de jóvenes profesionales que forman parte de esos sectores o vinculados a ellos, sólidamente preparados en sus profesiones y con una importante formación cultural/intelectual, que no se sentirían incómodos en un régimen anti político, elitista/clasista, con aparente manejo eficiente de lo público, pero esencialmente conservador y hasta represivo social y políticamente. Una amenaza no solo para este país sino para países con larga tradición democrática.

La mayoría de nuestros legisladores, lejos de contrapoder, se han convertido en un poder sólo vinculante a sus intereses. Eso, conjugado con el poder de grupos corporativos en determinadas esferas del Estado, exacerba el descrédito de la clase política, de la política y el deseo de muchos de gobiernos de fuerza que impondrían el “orden”. A esa circunstancia hay  que ponerle atención, pues esta sociedad no aguanta otra decepción pasivamente.   Contra esa perspectiva hay que batirse a fondo, pero con propuestas claras, porque a pesar del pensamiento conservador presente en las citadas instituciones y grupos sociales, en ellas hay también segmentos de todas las edades con vocación democrática, cuyas opciones y/o prácticas cuestionan algunas posiciones de sus superiores, incluso en estamentos militares.

En las esferas eclesiales existen sectores con larga tradición de prácticas en defensa de los pobres y de inclusión social, tejidas en generosa alianza con varias corrientes de izquierda, con fuerzas políticas y de la sociedad civil organizada de diversas matrices; existe, además, el movimiento de mujeres y profesionales prestigiosos en diversas áreas sobre, todo en el ámbito de la comunicación que han sabido mantener posiciones de  independencia y honestidad, al igual que en el mundo de la intelectualidad, de la academia y de libres profesionales de incuestionable verticalidad y formación. En todos esos sectores, la aprobación del Código Penal, sin la esencia de cada una de las tres causales, ha profundizado un descontento larvado, a veces manifiesto, sobre algunas cuestiones que tienen que ver con determinados manejos de la cosa pública.

Pero, así como en algunos casos esa circunstancia puede producir agregaciones políticas para batirse por objetivos colectivos para establecer cambios democráticos en la administración de lo público, también puede producir una generalización de la decepción política que, recordando a Hobsbawn, termina  en acciones de puro individualismo libertario expresado en actitudes anti política y antipolíticos. No siempre las frustraciones producidas por la sensación de que un régimen o grupo político no han satisfecho las expectativas que sobre los mismos se hicieron, llevan a acciones que necesariamente conducen hacia el establecimiento de alternativas de carácter colectivo, pueden llevar a acciones individualistas, a veces, paradójicamente, expresadas en abigarrados agrupamientos de descontentos.

Por consiguiente, el momento político que estamos viviendo ha de ser enfrentado con sentido de realidad y responsabilidad. Haber derrotado el por momentos omnipotente PLD constituyó un hito en nuestra historia política y el significado de ese hecho obliga a seguir la lucha, protegiendo y potenciando el carácter independiente de la Justicia y rechazando inaceptables abandonos de propuestas de campaña, como las tres causales, entre otras cuestiones. Ahí está la clave para ampliar las posibilidades de cambios sustanciales y frenar ese conservadurismo que en nuestro país y el mundo constituye el peor enemigo de la democracia.