En esta última quincena de abril hemos estado haciendo memoria de los 50 años de la rebelión popular del 1965, que intentó hacer respetar la constitución del 1963 y devolver al gobierno al presidente Juan Bosch.
El proyecto de la revolución democrática que se desarrolló del 1963-1965 puede ser comparada con otra revolución significativa del siglo XIX (1863-1865), la que se ha llamado la “Restauración” De las dos revoluciones (1863-1865; 1962-1965) podemos sacar algunas lecciones históricas y ético-políticas para el presente y para las futuras generaciones. Entre otras señalamos las siguientes:
La indignación popular es el punto de partida para la construcción de un proyecto de nación alternativo. Sin la participación indignada del pueblo eso no es posible. Por lo tanto es necesario luchar contra la indiferencia y la falta de responsabilidad social, comunitaria, familiar y personal.
Es necesario mantener un liderazgo comprometido y coherente. El pueblo necesita tener como referente ético-político un liderazgo comprometido con la búsqueda del bien común; el liderazgo tiene la misión de aportar los fundamentos teóricos e ideológicos y ayudar a buscar la mejor estrategia de lucha en cada situación.
Solo un pueblo articulado y empoderado está dispuesto para la lucha. No basta con que haya buenos líderes; es necesario que un amplio sector popular se comprometa con un proyecto de nación ética y con las luchas para alcanzar tal objetivo, como sucedió tanto en el proceso de la Revolución democrática (1963-1965) como en la gesta de la Restauración (1863-1865).
Situarse desde el lado del débil, desde las y los excluidos para analizar y transformar la sociedad. Un elemento fundamental es intentar ver la historia desde el lugar del débil, del explotado, de quienes no se pueden valer por sí mismos/as y dependen de la solidaridad pública. Hacer este ejercicio puede ayudar a afinar la mente, el corazón y la sensibilidad humana.
La ley debe estar al servicio del proyecto de la revolución democrática. En este proyecto es muy importante que la ley y la Constitución estén realmente al servicio del proyecto democrático. Que sea respetada por los poderes del Estado y que haya una ciudadanía vigilante tanto de la actuación del congreso –que hace las leyes-, como de todo el sistema de justicia.
La lucha contra la corrupción y a favor de la transparencia es una tarea permanente. La corrupción descontrolada y sin castigo es un elemento que corroe todo proyecto de nación que intente fundamentarse en las bases sólidas del bienestar colectivo. Por eso es fundamental exigir que cada vez más haya mecanismos para controlar la corrupción y para castigarla ejemplarmente.
Priorizar una educación liberadora formadora de conciencia ciudadana y una voluntad ético-política. Ningún proyecto nacional puede avanzar si no se forman continuamente las conciencias y las voluntades se ponen al servicio de un proyecto liberador.
Buscar estrategias para enfrentar las fuerzas opositoras e imperialistas. Es importante tener en cuenta que todo intento de hacer una nueva estructura de nación se va a encontrar con la oposición de los grupos y élites sociales, a las que no les conviene que el pueblo se empodere y se convierta en sujeto de su propio destino. Estas estrategias deben ser orientadas tanto a la oligarquía criolla, como a las fuerzas imperiales que las apoyan.
Asumir un proyecto colectivo que priorice el bien común, un proyecto de Revolución Democrática, de Vida Digna. Todos los esfuerzos deben estar orientados hacia un proyecto concreto de vida buena, que cree felicidad y bienestar colectivo.
Estar en actitud de vigilancia permanente para mantener la coherencia con el proyecto del buen vivir. No basta con soñar, ni con diseñar el proyecto de vida digna y comenzar a implementarlo. Es necesario mantenerse siempre vigilantes para impedir que tanto el liderazgo económico y partidario, como el liderazgo popular, se vaya corrompiendo y alejándose del proyecto común original.
Podríamos seguir hablando de otras grandes lecciones de las dos principales revoluciones democráticas de la historia nacional. Sin embargo, las mencionadas tienen su valor específico y pueden orientar el intento de reconstruir ética y políticamente esta sociedad nuestra tan herida, tan desarticulada, tan desigual. Para que “Abril tenga futuro”, como señaló N. Isa Conde (2009), es necesaria la participación co-responsable de todos los sectores progresistas para retomar el espíritu y el proyecto de nación de la verdadera revolución democrática; una tarea inconclusa, pero tan urgente en esta tierra nuestra.