El fin de semana del 9 al 11 de septiembre no fue nada divertido para los 21 millones de habitantes en los 67 condados del estado de la Florida. En uno de esos episodios de la naturaleza que suceden al menos cada 100 años, un huracán de dimensiones épicas se abatió sobre la inmensa geografía plana del paraíso de playa y sol con fuerza poco vista desde Andrews de 1998 hasta la fecha.

Como los partos, Irma Sierra (así, con nombre y apellido), se acercó un viernes sigilosa, despacio y con vientos y lluvias in crescendo. La principal empresa suministradora de energía eléctrica en 32 condados del estado y una superficie de 27-mil kilómetros, anticipando lo que asomaba en el horizonte, activó un inmenso plan de emergencia para mantener el servicio eléctrico en pie hasta donde le fuera posible a su sistema de redes de distribución, con el apoyo masivo de miles de celadores y equipos llegados desde Ohio, Tenesí, Georgia y otros estados, para enfrentar la crisis post huracán.

Con el telón de fondo de las reiteradas súplicas a la prevención por parte del gobernador de la Florida, Rick Scott, republicano en funciones desde el 2011, el respaldo de los principales medios de comunicación, las medidas escalonadas de los alcaldes como don Tomás Regalado, y sus jurisdicciones en el sur de la Florida, los acertados pronósticos del Centro Nacional de Huracanes, en Coral Gables, y el sacrificio de miles de héroes anónimos en uniforme y civiles, el escenario estaba preparado para enfrentar la catástrofe potencial de un impacto directo.

En un dramático episodio, dos clientes que apuraban los aprestos finales de compras de materiales para proteger sus vidas y bienes en una conocida cadena de almacenes ferreteros, llegaron hasta el último generador disponible en el momento. Él, de origen puertorriqueño, pagó primero por el equipo imprescindible para garantizar la energía en su hogar. Ella, floridana, llorosa, suplicó se lo cediera para preservar el oxígeno y la vida de su padre, encamado y en estado comatoso en su hogar. En un gesto de sensibilidad y solidaridad humanitaria, él cliente cedió con gusto y ambos se fundieron en un abrazo fraterno conmovedor.

El primer golpe de Irma y el más contundente se registró temprano el sábado en Key West (Cayo Hueso), denominada república de la Concha, el punto de extremo más al sur de tierra firme, ubicado a más de 200 millas terrestres de Miami y a 90 millas náuticas de La Habana, Cuba. Para entonces, el cuadrante nordeste del fenómeno, donde se combinaban los vientos de tormentas y de huracán más intensos, iniciaba su oleada intermitente en ráfagas sobre Miami, Miami Beach, Kendall, Miami Lakes, Fort Lauderdale, Aventura, Sawgrass, Weston y otras localidades al norte del condado de Miami-Dade.

En tanto, el distrito financiero de Brickell, en el centro comercial de Miami, se inundó al caer la noche. Allí la emergencia meteorológica tomó un giro dramático cuando tres inmensas grúas de construcción colapsaron parcialmente, ante la feroz presión de los vientos de casi 200 kilómetros por hora, sin ocasionar bajas humanas debido a las evacuaciones previas en masa. La zona turística se ubica en un área inundable, susceptible a la periódica penetración del mar. Más al sur, Homestead, Cayo Largo, Tavernier, Marathon, Cudjoe, el puente de las Siete Millas, y otras zonas, la situación empeoraba.

La intensidad de la lluvia copiosa, por momentos arrastrada por los vientos, convirtió numerosas vías en ríos crecidos y violentos, algunos sembrados con cables vivos caídos del tendido eléctrico. Para tener una idea de su intensidad y fuerza, sólo en el puerto de Miami numerosos furgones cargados, de 40 y 52 pies de longitud organizados en el muelle, fueron vapuleados y lanzados a distancia como tomados por el puño de un gigante enloquecido, poseído por la rabia de los elementos infernales.

Como suele ocurrir cuando la naturaleza pierde su armonía, Irma sacó a flote lo mejor y lo peor de algunos humanos. En las horas aciagas de toda la jornada del domingo, la más escalofriante, peligrosa y tenebrosa del huracán matizada por un sonido agudo y aterrador, unos antisociales se dedicaban a vandalizar y a saquear negocios y propiedades; y otros, la gran mayoría de los residentes en los condados de Broward y de Miami-Dade, cumplieron al pie de la letra las instrucciones de las autoridades y se resguardaron en los refugios y hogares, seguido de los necesarios toques de queda.

Poco después, lo que se perfilaba como una crisis inminente en la zona, cambió cuando doña Irma Sierra giró levemente y apuntó su tren de caos desenfrenado rumbo el oeste de la península, desde los cayos altos, medios y bajos, dando un falso sentido de seguridad a los residentes del sur, y desatando el pánico entre los habitantes de la costa dorada del golfo, que se extiende desde el condado de Monroe hasta Pensacola, fronteriza con los estados de Alabama y Georgia. Las imágenes son consistentes con el grado de destrucción y se repiten a todo lo largo de la región occidental.

La magnitud de los daños estructurales en Key West es considerable. Tanto así, que ha sido necesaria la presencia en la zona del portaaviones nuclear Abraham Lincoln y otros dos navíos de apoyo, miles de Infantes de Marina, helicópteros, equipos anfibios y otro personal militar especializado para dar inicio a lo que se estima será la reconstrucción más costosa y prolongada en la historia de los Estados Unidos ocasionada por un fenómeno de la naturaleza. Por designios, muchos logramos sobrevivir para contarlo…