El que disimula, anda en sospechas. Es espinoso mantener la templanza cuando se carga con la culpa. Las evidencias del fingimiento son típicas: nerviosismo, mudez, irritabilidad y aprensión. El Gobierno de Danilo Medina guarda todas las razones para la duda. Es una logia de secretos y no aguanta más discreciones. Esa circunstancia le ha robado el habla y ha puesto a la defensiva a sus más cercanos colaboradores. Basta con observar su expresión anímica para ver a un hombre hosco, huidizo e impaciente, que apresura las preguntas y contesta de forma fastidiosa. Perdimos al presidente relajado, jovial y cercano del primer gobierno; al hombre que asumía con bríos su agenda de despacho.
Hace unos días acopié algunos videos de recientes pronunciamientos del presidente. Su cara me fue familiar; es la que veo en mis consultas cotidianas: en la del empresario financieramente urgido, en la del esposo en divorcio o en la de la víctima de un abuso. Se percibe el esfuerzo de la sobreactuación, el libreto emocional de las apariencias y el hastío de sus sombras. Noto amargura, ausencia y pesadumbre en el presidente.
Quiero equivocarme, pero Danilo Medina penetra a un trance tormentoso de vacilaciones y temores. Ese dilema se encrudece cuando se habla de un hombre obsesivo con la popularidad, soporte que verá desmoronarse en la medida en que los desafueros de su decadente gestión se hagan irreprimibles y cuando en las refriegas políticas que se avecinan se abran los sótanos del Palacio, dejando en libertad el hedor de viejas complicidades.
Hay sombras gravitantes como brechas abiertas, suficientes para, en una sociedad menos domada, poner de rodillas al Gobierno. Bien le ha ido al presidente. Sin embargo, dudo que ese clima de bondades le siga socorriendo. Existen puntos críticos de quiebres por donde romperá el torrente. Hay fantasmas dormidos que despiertan con un solo espanto, como Punta Catalina: el karma del Gobierno. Por un escándalo menor han dimitido o están tras barrotes muchos expresidentes. Su monstruoso cuerpo deja pequeño cualquier manto, inútil todo aseo y mendaz cualquier argumento. No existe manera de salir ileso de sus aplastantes pisadas. En un régimen de derecho, Punta Catalina es una sola cárcel y Danilo Medina el primer reo. De que eso suceda será otra historia, pero su retrato histórico quedará destrozado sin forma de reconstruirlo.
¿Cómo explicar convincentemente que, de los sobornos confesados por Odebrecht durante trece años, más del cincuenta por ciento corresponda a dos años de Danilo Medina? En otras palabras, el gobierno de Medina recibió en menos tiempo más sobornos y ¡para una sola obra!: Punta Catalina, pero el procurador dice que está limpia, como si su palabra fuera sentencia y su verdad la última razón y lo más grande es que persiste en que le crean. ¿Y dónde está la investigación? ¿Quién con sentido común acepta un solo argumento de exculpación? Si Punta Catalina está subvaluada, como afirma el Gobierno, ¿por qué nadie se ha animado a invertir? ¿Por qué ningún banco ha prestado? ¿Cuánto costará finalmente la obra? ¿Y qué decir del esquema de financiamiento de las campañas a través del publicista Joao Santana? ¿Quién ha investigado? ¿Quién ha exculpado? ¿Quién habla? ¿Quién explica? Nadie. Solo el silencio impenetrable de la duda y quizás del miedo.
La sensibilidad del Gobierno es tan maniática que hace una semana el movimiento Somos Pueblo organizó un caravaneo para protestar por el alza de los combustibles, y esto fue motivo suficiente para activar a los organismos de inteligencia del Estado y para el Ministerio de Defensa disponer el acuartelamiento de todas sus fuerzas. Una semana antes el Director del Departamento Nacional de Investigaciones (DNI), Sigfrido Pared Pérez, de forma ociosa y sin ninguna razón aparente que justificara su desproporcionada advertencia, declaró que investiga a “sectores que de una manera u otra aspiran a desestabilizar el país, sin importar cómo se llamen”. La misma investigación que ha faltado para romper este silencio de impunidad.
Las ansiedades hostigarán al presidente y se tornarán en paranoicas cuando se acerque el final de su mandato. En esa ruta Medina entrará en introspecciones más hondas, donde la reelección dejará de ser un fin estratégico para convertirse en un medio táctico. Me explico: antes que volver, estoy más que convencido que con estos apuros el presidente está interesado en salir a salvo y para eso precisa cerrar un pacto de impunidad con cualquier candidato confiable que le evite los suplicios judiciales, motivo que supera cualquier razón para quedarse. Ese candidato aliado lo puede encontrar dentro o fuera de su partido. En ese escenario, la reelección es un proyecto alterno y viable solo como salvoconducto en caso que no logre armar esa componenda robusta y segura. Pena de aquel candidato —llámese Leonel Fernández, Hipólito Mejía o cualquier pupilo del presidente— que entre en ese trato: pagará con creces lo que le evitará a Danilo, porque la sociedad y las condiciones políticas no son estáticas; las demandas y actitudes sociales tampoco. Gobernar con ese pecado original es bastante oneroso para cualquier aspirante a la presidencia. Nadie aquí transigirá en una profundización de la impunidad. Y es que las cabezas de algunos empiezan a tener precio…Tarde o temprano habrá subasta.