Los dominicanos y dominicanas debemos de repensar el tipo de sociedad en general y de manera singular, de la sociedad política, que actualmente tenemos. Brota por todos lados la necesidad de encontrar respuestas institucionales urgentes a lo que cuasi es una crisis de legitimidad y gobernabilidad, no solo por la incapacidad de los actores políticos gobernantes de encontrar un lugar de desempeño que exprese un crecimiento inclusivo y la generación de empleos decentes sino, al mismo tiempo, por el déficit democrático que se acelera cada día.

Se requiere de una nueva forma de gobernar que, en una dimensión proactiva, produzca un tipo de sociedad más dinámica, menos estancada en el desarrollo, en la desigualdad, en el capital humano, en los indicadores que concita el panorama social y en la inobservancia normativa que se deriva en la no asunción de la institucionalidad. Es la búsqueda de un equilibrio que desde la más alta instancia del Estado se propicie una gobernanza inteligente, que es el resultado de la construcción de una agenda común, societal que dimane del consenso y que transfiera al unísono competencias, participación y legitimidad.

La Gobernanza versa, como nos dicen Nicolás Berggruen y Nathan Gardels, “sobre la forma en que se han de alinear los hábitos culturales, las instituciones políticas y el sistema económico de una sociedad para darle a su pueblo la buena vida que desea”. La buena Gobernanza, amplían ellos, “se da cuando estas estructuras se combinan para establecer un equilibrio que genera resultados eficaces y sostenibles en interés común de todos”.

Los que nos han gobernado en los últimos 22 años no han propiciado en la praxis social, democratizar la democracia, hacerla un cuerpo armónico sostenible. Al contrario, han ido lacerando la democracia por su mala gobernanza que se dibuja y bosqueja en la visión de una dominación y hegemonía basado en los intereses particulares, corporativos, elaborados sobre dos torres gigantescas de los dos déficits gemelos, insostenibles en el tiempo: Endeudamiento y Fiscal. A esas heridas, como consecuencia de la anemia de Estadistas que hemos padecido se suman la corrupción y la impunidad, como peso ignominioso e iniquitativo que destruye la confianza y con ello todo el escenario de la movilidad social se dilata, se aflige, generando una disfunción que no ahoga la desigualdad social.

Latinobarómetro acaba de evacuar su Informe 2018 donde señala que en América Latina los problemas fundamentales son:

  1. El ingreso,
  2. La estabilidad del trabajo,
  3. La seguridad social,
  4. La violencia,
  5. El temor a ser víctima,
  6. La corrupción.

En la imagen de progreso, de 18 países evaluados, nuestro país obtuvo un 33 quedando en tercer lugar y superando 15 países. El promedio de imagen de progreso fue de 20. Nos superan Chile y Bolivia. En los problemas más importante del país, del total América Latina, los cinco primeros coinciden con todos los estudios (Encuestas) que se han realizados en nuestro país, lo que indica un alto nivel de confiabilidad y de validez de las mismas. Los problemas son: Delincuencia (15%), Desempleo (15%), La economía (13); Corrupción (9%); Situación política.

Frente a la Situación económica actual del país obtuvimos un 10; el promedio de los 18 países es un 12, lo que indica que estamos en una franja inferior al promedio de los demás países, siendo Chile (26), Uruguay (23), Bolivia (18) los tres mejores situados en esta variable con sus respectivos indicadores. En la variable: Mala situación económica actual, logramos un 44, dos puntos por debajo del promedio que fue 42. Venezuela es percibida como el peor en esta escalera con 83 y Chile el mejor con 16. Como esboza en una línea el Informe 2018 de esa importante Corporación, “la lista de las deficiencias de la democracia impiden cantar victoria”.

En la calificación de las expectativas, que como muy bien nos dice “son independientes de la situación del presente”, estamos frente a un 58%. En Venezuela hay un síndrome de desesperanza enorme, un 34%. Señala el Estudio que el país con la menor expectativa económica futura es Argentina (33), Nicaragua (36). Sin embargo, cuando correlacionamos esta variable con la satisfacción con la economía, nos encontramos con el abismo: Solo un 14% de la población dominicana se encuentra SATISFECHA. El promedio de los 18 países es 16.

Latinobarómetro llama diabética a la democracia latinoamericana. Yo la llamaría la famélica democracia, pues es una imagen que sitúa en su verdadera dimensión el escozor desvaído y desvalido que juega la democracia como régimen, en nuestro cuerpo social. La democracia aquí es como una especie de desván. No obstante, ella no es la culpable de ese vacío de realizaciones. Ella sigue siendo como clamaba Winston Churchill “el peor régimen de gobierno excepto por todos los otros”.

El apoyo a la democracia, que desde el 2004 ha venido evaluándonos, ha pasado por 65% en el 2004; 60% en el 2005; 71% en el 2006; 64% en el 2007; 73% en el 2008, hasta llegar a 44, ahora en el 2018. Solo entre el 2017 y 2018 hubo una diferencia negativa de 10 puntos. Desde que comenzaron a evaluarnos (2004) con respecto al 2018, nos encontramos con 21 puntos negativos y con nuestro mejor momento percibido en el apoyo a la democracia: 2008 (73%), sería 29 puntos lesivo a la visión de la democracia. Logramos 44, mientras el promedio es 48 para los 18 países evaluados.

El apoyo a la democracia en nuestra sociedad en los próximos seis años seguirá disminuyendo, a menos que no se dé un relevo, una alternabilidad en el cambio político. Leonel Fernández no genera nuevas esperanzas y, además, tiene una tasa de rechazo muy alta. Hipólito Mejía, después de Miguel Vargas, es el político con más alta tasa de rechazo y cumplirá 79 años en febrero del 2020. Danilo Medina Sánchez, su continuidad en el poder, aceleraría la crisis de gobernabilidad. La democracia se atomizaría más por el peso que significa en el orden de la institucionalidad un nuevo cambio de la Constitución. Un 71% de la población rechaza la modificación constitucional y es tanto lo que ha fingido, disimulado al respecto, que nadie medianamente decente, lo respetaría. ¡La ética política nos señala los límites, sobre todo en un gobernante, independientemente si ha sido bueno o mal Presidente!

Es por eso que en la Encuesta Marc Penn un 59% de los ciudadanos son independientes, no están adscritos a ningún partido político; y, en Barómetro, un 60% de los jóvenes entre 18 y 25 años desean migrar en los próximos 3 años. Como dice Latinobarómetro “… Podemos constatar que los ciudadanos de la región que han abandonado el apoyo al régimen democrático prefieren ser indiferentes al tipo de régimen, alejándose de la política, la democracia y sus instituciones…”.

Zygmunt Bauman en su libro Miedo líquido nos dice “El miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro; cuando flota libre, sin vínculos, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos; cuando nos ronda sin ton ni son; cuando la amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero resulta imposible de ver en ningún lugar concreto. Miedo es el nombre que damos a nuestra incertidumbre; a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer, a lo que puede y no puede hacerse, para detenerla en seco, o para combatirla, si pararla es algo que está ya más allá de nuestro alcance”.