2020 ha sido un año de retos y aprendizajes acelerados tanto en el plano humano como en el profesional. En paralelo al temor y la incertidumbre generados por la amenaza epidemiológica, tuvimos que afrontar nuevos desafíos e integrar nuevas formas de trabajar. Aunque los servicios de video llamadas y video conferencias existían desde hace años, la cuarentena despertó un profundo interés por sus usos.
Muchos descubrieron el funcionamiento de Zoom, Google Hangout, Microsoft Teams u otras plataformas que experimentaron en los últimos meses un boom de nuevos usuarios. Zoom tuvo un repentino crecimiento y pasó del anonimato, con un promedio de usuarios de 10 millones, a más de 300 millones diarios.
Navegamos de repente entre Zoom y Webinar como si esto fuera la cosa más natural del mundo. Y a cualquier hora que se trate de conseguir un interlocutor en una oficina por teléfono, este no puede atender “por estar en un zoom o en un webinar”. Es la nueva moda, o quizás excusa, para quien quiere evadir una comunicación. Como si de repente el mundo del trabajo se hubiera enfocado solamente en zooms y webinars.
El uso de estas herramientas ha sido tan variado como sus usuarios. Se han vuelto imprescindibles para trabajar, estudiar, jugar y mantener el contacto con la familia y los amigos en medio de la pandemia. Pasada la fase aguda de cuarentena se ha mantenido su uso en lo que se ha llamado la “nueva normalidad”.
Las emplean las empresas para trabajar en remoto, los gobiernos, los centros educativos para implementar la enseñanza virtual y la usamos para conectar con familiares y amigos.
La covid-19 nos ha acorralado de muchas formas y claro está que estas plataformas han funcionado mejor para los que tienen la suerte de estar conectados, tener un hogar adecuado o un trabajo decente que permiten el teletrabajo y la educación a distancia.
En realidad, la gran mayoría de los hogares no tienen las condiciones idóneas para ofrecer espacios dignos a todos los miembros de una familia. Algunos han podido preparar un área específica en su domicilio para aislarse mejor; sin embargo, muchas veces en los zooms hacen irrupción en las pantallas miembros de la familia, a veces hasta en pijama, se oyen voces de niños o niñas o de vendedores callejeros. De repente el trabajo ha invadido el espacio privado y esta modalidad ha transformado la forma de convivencia.
Nos hemos sumido en un bucle de conversaciones online en una escala insospechada hace solamente 10 meses. En tan poco tiempo en el ambiente laboral se toman más citas para reuniones virtuales que las que antes se tomaban para reuniones presenciales de trabajo.
Todas las herramientas han sido válidas: PC, labtops, tablets, smartphones. A medida que iba aumentado el uso de las video llamadas se ha agregado a la situación de encierro y distanciamiento social lo que se ha denominado como la "fatiga de Zoom"
Las video conferencias generalmente requieren de invitaciones y de un trabajo preparatorio; necesitan de una conexión de internet estable y pueden tener limitaciones de tiempo. Se realizan a veces fuera de horarios laborales y en el campo de la educación requieren de mayores esfuerzos de los maestros para hacerse entender, captar la atención de los alumnos y alumnas, así como para mantener un ambiente de trabajo si se trata de un aula virtual.
Las condiciones de trabajo no son óptimas: se trabaja con una imagen recortada, a veces borrosa, con unos milisegundos de retraso a lo largo de la conversación y variaciones debido a la calidad del internet.
Según un estudio publicado en la revista Harvard Bussines Review, la razón de la fatiga del zoom se debe, en parte, a que este tipo de interacción obliga a que las personas estén concentradas más intensamente en las conversaciones para absorber la información. En muchas ocasiones la mente divide su atención entre lo que se dice en la pantalla y lo que está sucediendo en el entorno.
Reunirse por medio de plataformas virtuales carece de la autenticidad de las reuniones entre personas. La forma en que nos movemos en el espacio comunica mucho sobre nuestras intenciones, nuestras relaciones e incluso nuestros valores. Hemos tenido que hacer nuestro camino en un nuevo laberinto de relacionamientos impuesto por la pandemia.
Con la virtualidad perdemos el lenguaje corporal, los silencios, las miradas, las señales no verbales que no se cruzan y la posibilidad de tomarse un cafecito juntos.
Si bien no hay sustituto a la comunicación de persona a persona, se perfila que la comunicación virtual ha venido a quedarse porque aporta información visual y permite compartir gráficos y archivos varios; hace ganar tiempo por eludir los tapones de las grandes urbes para asistir a reuniones y permite comunicarse en tiempo real a grandes distancias.
Lo que es conveniente es dominar poco a poco estas plataformas para que no sean un medio desconocido y aliviar el desgaste físico, psicológico y emocional que puede generar un uso precario.
Con el final de la pandemia las respuestas no serán iguales porque estas herramientas habrán permeado nuestras vidas. Si bien los alumnos y alumnas deberán retomar de manera progresiva el camino de sus aulas por la naturaleza misma de la educación y la función protectora que esta ejerce en sus vidas, en los demás espacios se deberá buscar el equilibrio entre virtual y presencial combinando siempre que sea posible estos dos aspectos.