Más allá de los “temas educativos” propios de su misión y  su responsabilidad social, la universidad  dominicana no puede permanecer indiferente a las necesidades y urgencias de la educación de los niveles precedentes.

La universidad debe visualizarse necesariamente vinculada a los retos y desafíos de toda la educación y fundamentalmente de la educación pública por su vocación inclusiva y democrática.

Desde esta perspectiva, las universidades dominicanas habrán  de hacer suyo el debate  sobre mejoramiento de la calidad de educación pública, sin excluir la privada,  y tener una participación activa en la búsqueda de soluciones y respuestas pertinentes e innovadoras a los problemas que la misma plantea.

En momentos en que las autoridades educativas del país manifiestan un discurso de cambios y reformas  y presentan planes de cambios estructurales para adecuar la educación nacional a los requerimientos de la sociedad actual, las universidades habrán de sintonizar las exigencias de estos cambios con los suyos propios a fin de  evitar asimetrías entre lo que puede ofrecer la universidad y lo realmente requiere la transformación de la escuela pública.

Frente a esta necesidad de cambiarse, reformarse y/o adecuarse  para contribuir al cambio de la educación pública, la universidad dominicana deberá revisar  su ethos universitario privado   para armonizarlo con el ethos  de lo público.

Esto implica “reaprender” sobre la importancia de la escuela pública como fuente de capacidades culturales y morales del individuo y como el único espacio  público de asociatividad asegurada que permite generar el locus por excelencia para formar a los ciudadanos y ciudadanas.

Las universidades del país  deben ayudar a la escuela pública a “enfrentar lo nuevo con lo nuevo”. Y mal podrán hacerlo aquellas que enseñan  con métodos obsoletos, tienen una comunidad académica invisible y empobrecida y una escasa apertura a la innovación y a la tecnología. Y mucho menos,  si cuenta con un profesorado “poco habilitado” o relativamente mal remunerado.

Ha de pensarse entonces que no todas las universidades del país podrán participar certeramente en el mejoramiento de la escuela pública que se está generando.  Las que pretendan hacerlo deberán emprender un sincero proyecto de mejoramiento institucional y de reflexión sobre el sistema educativo nacional y un profundo y efectivo programa de habilitación docente de sus profesores, de incorporación  de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, de actualización de laboratorios y desarrollo de comunidades de práctica.

Sólo una universidad abierta al cambio, “reformada” y actualizada podrá acompañar a la escuela pública en su reforma, actualización y robustecimiento. Sólo aquellas que emprendan un camino auto-reflexivo hacia la actualización podrán mejorarse para contribuir a mejorar la escuela pública.

Los cambios en las universidades que quieran participar en el cambio de la escuela pública deben partir del supuesto de que en el siglo XXI sólo habrá universidad cuando haya formación de grado y de postgrado, investigación y extensión y aquellas que les falta el postgrado y la investigación no son universidades. Ser universidad también conlleva contar con suficientes doctores e investigadores. Algunas universidades del país tienen esta asignatura pendiente.

Esta necesidad de “reforma” y cambio de la universidad dominicana que quiera participar en el mejoramiento de la escuela no debe verse como una fuerza que va en contra de las universidades, sino como una importantización de su intervención en los cambios del sistema educativo nacional, que al mismo tiempo garantiza su calidad y su competitividad en el ámbito nacional e internacional.

La universidad dominicana debe estar vinculada con la educación básica y secundaria. Tendrá que hacerlo desde el campo del “saber pedagógico”, que abarca la producción y difusión del saber pedagógico, la investigación educativa y la formación de docentes de la escuela pública.

Hay que acortar  el distanciamiento entre la universidad y la escuela pública. Mantener este distanciamiento acabará por derrumbar cualquier esfuerzo serio para relegitimar socialmente la universidad.

Es necesario que las universidades dominicanas hagan suyo el compromiso de contribuir al mejoramiento de los demás niveles de la educación. ¡Lamentablemente, no todas podrán hacerlo!