La relación especular de dominantes y dominados define claramente un intercambio de abyección y servidumbre. Representar ese papel entraña asumir algunos mecanismos de opresión. ¿En este juego sutil de identidad, quien domina a quién? En el drama Las sirvientas, de Jean Genet (1975) se crea un juego sumamente aparencial y ambiguo. Las acciones de los personajes se definen sólo a partir del simulacro y un ritual simbólico de intercambio. Simulación de una relación y un orden irreversible, inmanente, cada vez más fascinante.
Clara o Solange, imaginariamente encarnan a la Señora. Sin embargo, la Señora no puede potencialmente encarnar a sus criadas. La Señora existe sólo en el imaginario ceremonioso de la ausencia. Ella es el destino que trastorna a las criadas. Su presencia transfigura y cambia. Afectivamente, une o separa. No comprender esto, es no comprender el valor esencialmente simbólico de esta obra.
La oposición amor-odio crea una bipolaridad angustiante entre los personajes. Un profundo abismo. En el fondo, el poder entre ellos no existe: nunca existe sino como una afirmación y rechazo: "Te repugno", le dice Solange a Clara. "Y lo sé porque tú me das asco". "Quererse en la esclavitud no es quererse". Y Clara: "Es quererse demasiado. Pero estoy harta de este espejo atroz, que devuelve mi imagen" (pág. 60).
Es una refracción. O mejor todo pretende intercambiarse, reversibilizarse, abolirse en los diálogos de los personajes. No hay dominantes ni dominados, como no hay nunca víctimas. No hay posesiones separadas: la relación de las criadas con la Señora se realiza de manera dual, en la que ésta lanza un desafío, y a la vez está sujeta a la trama truculenta de ellas mismas. Si la
Señora no puede intercambiar su papel, en función de esa relación, el desafío sencillamente deviene ilusorio y tampoco existe.
Las sirvientas traman matar a la Señora. Simulan su presencia. Clara invierte su papel. Habla elegantemente para mejor sufrir. Solange simula obedecer. El simulacro linda con el juego. Su nulidad es su presencia. Clara transfigura: aparentemente es la Señora. La impotencia deja sus huellas y cualquier gesto o decisión así queda abolido. Por eso, hay vértigo y horror: ¿cuál de las criadas imaginariamente intentará matar a "su" Señora?
Jean Genet pide la abyección, aunque sólo traiga consigo el sufrimiento; la quiere por una propensión vertiginosa a lo abyecto, en la que se anonada, precisamente de manera inversa, la acción de esta obra. De hecho, incluso invertida, la abyección o maldad deberá estallar en el escenario mostrándonos los personajes al desnudo. Así, la obra se transforma en una explosión activa, en un acto a partir del cual el espectador reaccionará, como quiera o como pueda. Si el bien debe aparecer en la obra…, lo hará por gracia de los poderes del canto, cuyo vigor, por sí solo, magnificará el mal expuesto. La maldad se abre así como posible estrategia.
Clara podría, entonces, anticipar su muerte. Solange también podría suplantarla. Es su propio espejo. Su fascinación y su límite. Su otra orilla. El aspecto esencial de esta escena que culmina, y a la vez, se hunde en la imposibilidad de matar, es barrida además por la dualidad fascinante de las sirvientas en situación de dudas. La voluntad no cristalizada exaspera las intenciones de maldad en el ánimo de ellas. También revela una profunda significación de lo sagrado, que nunca se nos presenta más grandioso que en su inversión, que cuando sufre la inversión de sus valores. En Genet, lo sagrado designa lo prohibido, lo violento, lo peligroso, y cuyo contacto sólo anuncia el anonadamiento: es el mal. En este drama, la santidad tiene una imagen invertida. Los contrarios se anulan y se conjugan.
Estos abismos, estas conjunciones determinan la acción dramática y su desenlace final. Para Georges Bataille, la santidad de Jean Genet es la más profunda, precisamente porque introduce el Mal, lo sagrado, lo prohibido en escena. Su "moral" participa del sentimiento de fulguración, "del contacto sagrado, que le da el Mal". Vive en su obsesión, en la fascinación de ruina que resulta de todo ello.
Disimular es, entonces, fingir y no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que se tiene. Lo uno remite a una presencia que es la Señora, lo otro a una ausencia, que posiblemente también es la Señora o su cónyuge, el Señor, que aunque nunca aparece en escena, en algún momento es evocado, especialmente cuando el Señor informa a Clara a través del teléfono que ha sido liberado. Este juega un papel de víctima o reo durante el desarrollo de la obra. Las sirvientas inventan una trama epistolar de falsedades y denuncias para llevar al cónyuge a la cárcel, liberándose de él mismo para imaginariamente matar a la Señora.
Pero la cuestión es más complicada aún, puesto que simular es enmascarar una presencia. La simulación cuestiona la diferencia de "lo real" en escena y "lo imaginario" del acto mismo. La construcción de la obra en abismo: tanto Clara como Solange narran la misma historia cuando hablan o actúan en función de un imaginario ausente. El tiempo presente de la ausencia delimita el espacio no limitado donde el Señor y su esposa retornan a la falta de presencia. Pero agregaré en seguida que, al proponer esas observaciones, no pretendo, de ningún modo, sugerir una nueva interpretación de Las sirvientas, ni sugerir que Genet es un dramaturgo entreverado y complejo. Genet es pura y simplemente el dramaturgo de lo abyecto que juega a un cierto absurdo.
No más espejo del ser y de las apariencias, de lo real y de su dominio. No más coincidencia imaginaria: la verdadera dimensión de esta obra es el triunfo de la fascinación, y la pérdida aparente de las identidades. Lo que fascina aquí es el juego, la distorsión especular de los hechos y su representación. También el rejuego de escenarios y la diversidad vertiginosa del texto.
Este espacio doble donde los personajes desarrollan su acción, ¿no congrega igualmente la atención del lector como un ente abigarrado y vital? ¿O es qué como en Artaud, Jean Genet vislumbra en el teatro un espectáculo total, esto es, music-ball, cine y circo? En este tipo de teatro el espectador puede percibir a través del teatro, las dimensiones simbólicas y espirituales de la vida. Genet preconiza un espectáculo de espejismo, y una refracción vertiginosa y dinámica. En vez de transformar la escena en dos mundos cerrados sin posible comunicación, busca a la manera de Artaud extender sus resplandores visuales y sonoros sobre la masa entera de los espectadores.