Como se ha dicho repetidamente, el momento actual, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, es de acelerados cambios. El universo virtual se acerca a ritmo vertiginoso al desarrollo y aplicación de las nuevas tecnologías, para optimizar el proceso de educación dominicana. No es fortuito, entonces, que Collado haya publicado este libro, inicialmente, a través de diversos medios y soportes de las redes sociales de Internet como Facebook, Messenger, Twitter, Instragam, Wathsapp, entre otros. Estamos dejando atrás la modernidad y pasando a lo que muchos llaman posmodernidad. Este pasaje puede ser comprendido en términos políticos, sociales, culturales, económicos.
Mientras que muchos saludan las posibilidades de libertad de estos tiempos del cibermundo, otros tantos viven bajo el signo de la inseguridad y de la perplejidad, actitudes habituales en el seno de nuestra institución. La volatilidad, lo frívolo, lo líquido, la flexibilidad, la movilidad son marcas de esta sociedad del conocimiento y de la enseñanza emergente, online u offonline, intrínsecamente conectadas a los nuevos cambios de la educación superior a través de las redes sociales. El acceso a ellas mediante lo virtual está planteándonos nuevos temas para pensar, pues hace que aparezcan situaciones nunca antes experimentadas por los nuevos educadores o educandos.
Podemos pensar las nuevas tecnologías como mecanismos que nos ponen en contacto con el otro. Ya sea por el ciberespacio o teléfono celular, que hacen posible la comunicación instantánea en tiempo real. Una comunicación acorde con la modernidad por la que ha abogado Collado desde sus primeros escritos en torno a la crisis institucional que padece la Universidad Autónoma de Santo Domingo, marcada por el irrespeto a las normas institucionales del estatuto orgánico y de las carencias de reglas políticas claras y respetuosas.
Cada vez podemos comunicarnos más fácilmente, pero, tal vez, cada vez tengamos menos de qué hablar…Somos interpelados sobre nuestra relación con el otro por nuevas cuestiones que deben ser pensadas, debemos interrogarnos qué principios éticos deben regir estas relaciones.
Ahora bien, y aparte de las visiones de alteridad y de las diferentes opiniones que Collado ha asumido sobre nuestra institución, cabe preguntarse si en el seno mismo de la comunidad universitaria puede uno encontrarse con otra manera de hacer vida universitaria en medio de todas estas limitaciones. A este respecto, hay que recordar que el mundo universitario, no solamente es todavía muy diverso y heterogéneo, sino que también sobresale por la manera abierta en que se ventilan las discrepancias. Hay, pues, muchas maneras de percibir lo que es y de entender lo que se puede esperar de la Universidad. Sin embargo, podríamos arriesgarnos a distinguir tres actitudes generales, que ha asumido Faustino Collado a lo largo de su más de 25 años de vida académica. Una, la de aquellos y aquellas que, reconociendo el anacronismo universitario, entienden que ya no hay nada que hacer dentro de la UASD como institución. Para estos, el fin de la modernidad es también el fin del sentido histórico de esta institución. Desde esta visión, habrá que buscar alternativas fuera de la Universidad y crear otros espacios de intelectualidad que generan y estimulan el pensamiento y la acción social. Es decir, de la Universidad que no se puede esperar nada que no sea un incremento en la burocratización de los saberes a lo cual se opone Collado. Y un replanteamiento puramente tecnocrático, dirigidos casi exclusivamente por los criterios abstractos y economicistas de eficacia en los recursos y eficiencia en los resultados, también contrarios a los objetivos trazados por el profesor Collado.
En segundo lugar, están aquellos que creen en la posibilidad de recuperar el sentido histórico de la Universidad Primada de América, sobre todo a través de la renovación curricular, y, de la reformulación de sus objetivos pedagógicos de cara a la nueva composición del estudiantado, y, por último, no faltan los que no se han enterado de nada de lo que ha pasado en los últimos cincuenta años (o, si se han enterado, no alcanzan a entender sus profundas implicaciones), y siguen atrincherados en una opción puramente historiográfica, y profundamente egocéntrica, del conocimiento como celosos guardianes de una supuesta misión heroica del intelecto.
Para Faustino Collado que estas actitudes pueden estar más o menos justificadas o, en su caso, podría muy bien responder a una clara explicación. Sin embargo, Collado entiende también que reconocer el anacronismo de la universidad debe ser el comienzo de una reflexión dirigida a desarrollar una concepción política en la que salgan a relucir planteamientos como los que siguen: que no todo el mundo tiene que hacerse de una educación universitaria; que el Estado o la sociedad deben de proveer otras formas de educación superior que tomen el relevo de la universidad, pues la educación universitaria no puede basarse en una educación remedial o correctiva de deficiencias educativas; que hacerse de una educación universitaria supone atender al sentido histórico de lo que es el esfuerzo y la creación intelectual de cada persona; que, o se reconoce real y efectivamente la autonomía universitaria, o se resigna nuestra cultura a perpetuar el patético simulacro de una educación que, para el colmo de los sin sentidos, carece de cierto sentido; que, o se democratiza la organización del poder universitario de acuerdo con las exigencias actuales de un sector importante de la comunidad universitaria o se perpetúa el populismo y la indigencia. Después de todo, la política de la Universidad debe servir para llevar a cabo un rescate de la política, de tal manera que seamos cada uno de nosotros, y no la masa conformada por los medios de formación, por el fetiche de lo audiovisual o por el mimetismo de los partidos políticos, la que inicie la ardua, pero urgente tarea de repensar nuestras formas de convivencia y de poner freno a nuestros impulsos de autodestrucción.
Por mi lado, me consta que dicha tarea del pensamiento asumida por el profesor Faustino Collado se está haciendo en los lugares más insospechados de nuestra universidad. Pero silenciosamente sin grandes pretensiones ni ruidosas esperanzas, de un mundo casi imperceptible, a sabiendas de los riesgos que corremos todos.