Durante los últimos años hemos asistido al cuestionamiento constante de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). ¿Es la UASD un espacio abierto, adecuado para la reflexión y para la producción de saberes acordes con los nuevos tiempos?¿Qué papel desempeña en el sistema educativo nacional?¿Es la Universidad un anacronismo o es que simplemente responde a las incertidumbres de nuestros tiempos? La UASD, más que cualquier otra universidad del país, ha sido tradicionalmente el lugar apropiado para hacernos estas preguntas y para ejercer libremente nuestra necesidad de cuestionar los valores mismos de la sociedad. Fuera de la Universidad, a duras penas se reconocen otros espacios de reflexión y vida teórica.
En la actualidad, esta situación no ha hecho más que empeorar: para la mayoría de nuestros jóvenes la vocación intelectual es algo prácticamente inexistente. Y no puede ser de otra manera, pues sus formas de vida lo único que exigen son respuestas y soluciones inmediatas a unas demandas y problemas que nacen, precisamente, de esas mismas formas de vida. Propiamente el asunto es indagar si aun hay algo en la UASD que puede producir su propia superación, su propia desaparición, en fin, si en esta institución puede haber un “trabajo de lo negativo”, como ese del que hablaba Marx. Ese trabajo de cuestionamiento e interrogación que se dio con el Movimiento Renovador. Momento de abolición de ciertos esquemas, que de algún modo delimitaron los objetivos de apertura de nuestra educación.
A partir de la publicación de “Posiciones académicas y posiciones del alma”, del año 2018, del intelectual y profesor universitario, Faustino Collado, se abre un espacio de reflexión sobre los principales problemas que afectan a la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Lo positivo de este nuevo libro es que nos revela algo que ya conocen las filosofías radicales: no hay ética que oponer a este deseo utópico, a este deseo tecnológico de transformaciones y cambios de la educación universitaria en la República Dominicana. No hay ninguna ley de la naturaleza ni ninguna ley moral que pudiera ser su manifestación. La noción de ley así surge de una visión idealizada del mundo. Visión que la misma ciencia, podría añadir, perpetúa. No hay derechos humanos del individuo, o de las especies, desde el punto de vista de una definición ideal. Por tanto no hay inhabilitación que pudiera basarse en una división entre el bien y el mal.
Sin embargo, hay una división diferente. Las posiciones no son morales sino simbólicas. Hay reglas en el juego de vivir, cuyas formas son secretas, cuya finalidad es inescrutable.
Nunca se pierde aquí el equilibrio ni el centro de los objetivos trazados por el autor. Nunca las personas o las cosas pasan a ser el eje alrededor del cual el sujeto moral gravita, precisamente porque son utilizadas—y, según estos principios, “deben” ser utilizadas—para la consecución de aquel supremo equilibrio. El mundo se transforma en una inmensa caja de resonancia que nos devuelve las emociones, sensaciones y experiencias que necesitamos para la construcción de nuestra ética personal.
Aristóteles, los estoicos, Kant y Mill están en la base de lo que hoy es la moral del sentido común: una moral orientada por los criterios de la felicidad, el deber, la autenticidad, la utilidad y el placer mezclados en proporciones variables. A partir de estos criterios, según Collado, todo lo ajeno a uno mismo puede dejar de ser un fin para transformarse en un medio. La multitud de actos, relaciones e instituciones que teóricamente consagran un sentimiento hacia los otros resultan ahora instrumentos de nuestra tendencia a la autoafirmación predatoria: actos que realizamos no con o para, sino por medio del otro. La persona o proyecto al que nos “entregamos” es ahora un mero “ejemplar pretexto” que no interesa más que como espejo del propio valor, palanca de la propia ascensión, instrumento de la propia realización, objeto de la propia dedicación, vocero del propio poder, estimulante de la propia sensación. Se da una “entrega” absolutamente razonable y productiva: sin despilfarros.
La insistencia en el valor o papel de lo “correctamente institucional”, al cual alude Collado, es el principal valor ético, de impulso vital, para la solución de los problemas que afectan el normal desenvolvimiento de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Con ello, también, Collado, intenta crear una armónica visión ética -ente de resilencia- para lograr adecentar el papel político de la Universidad, dentro de los límites más aberrantes y corruptos de la sociedad dominicana.
Tanto la virtud como el vicio están en nuestro poder, ha dicho Aristóteles. En efecto, siempre está en nuestro poder el hacer, lo está también el no hacer, y siempre que está en nuestro poder el no, lo está el sí, de modo que si está en nuestro poder el hacer cuando es correcto, lo estará también cuando es vergonzoso, y si está en nuestro poder el no hacer cuando es correcto, lo estará, asimismo, para no hacer cuando es vergonzoso.
El verbo para referirse a la historia es “actuar”. Hannah Arendt entiende la acción como la capacidad de “poner principio”, es decir, el poder hacer que comience algo completamente otro (diferente). Actuar significa poner (hacer) un nuevo comienzo, hacer que se inicie un nuevo mundo. Ante los procesos automáticos a los que está sometido el mundo, Arendt indica que la acción equivale a un “milagro”.