Los seres humanos necesitamos una dimensión espiritual. La carne y la materialidad no son suficientes para dotar de significado la existencia. Degenerar en polvo nos aterra; abrigamos la esperanza de vivir, luchamos por vivir. La muerte sólo la buscan los suicidas, y sólo ante la desesperación.

Las religiones constituyen una de las principales creaciones de la humanidad. Han existido en todas las sociedades conocidas. Ayudan a organizar la vida, a consolar en medio del dolor, a forjar esperanzas y a hacer promesas. Unas fueron politeístas y otras son monoteístas.

Pero al ser sistemas de creencias dogmáticas, todas las religiones son divisorias, predican el amor pero instan al rechazo de quienes no se adhieren a sus principios. Así producen aberraciones humanas y políticas.

Las religiones pueden expresar sus puntos de vista para guiar sus feligreses, pero no pueden desde su labor pastoral chantajear a los representantes públicos, cuya función primordial es gobernar para garantizar los derechos de toda la población, sean creyentes religiosos o no

Los judíos no creen que Jesucristo fue el hijo de Dios, los cristianos sí; y los musulmanes creen que fue un profeta. Estas tres religiones monoteístas que dominan el mundo de hoy están divididas en sus creencias sobre quién fue Jesucristo, cómo interpretarlo y adorarlo. Han estado enfrentadas por milenios.

Entre los cristianos hay docenas de denominaciones: católicos, anglicanos, ortodoxos rusos, ortodoxos griegos, cópticos, bautistas, adventistas, presbiterianos, y más; entre los judíos hay ortodoxos y reformistas; y entre los musulmanes hay sunitas, chiitas, y más.

Rivalidad ha existido no sólo entre los judíos, cristianos y musulmanes, sino también entre las denominaciones judías, entre las denominaciones cristianas y entre las denominaciones musulmanas. La inquisición, las cruzadas y el estado islámico son ejemplos del ejercicio de poder brutal en nombre de Dios. Esa es la historia real, no un invento para desacreditar.

El problema fundamental de las religiones radica en que cada una plantea sus ideas de manera absolutista, y exigen a sus seguidores (y muchas veces también a los demás), la adopción del dogmatismo que propagan.

Como sistema de creencias dogmáticas, las religiones facilitan la unión entre personas coincidentes, y la desunión entre quienes no coinciden. La verdad en una religión puede ser la negación de la verdad en otra. Por eso, el sistema de creencias religiosas deja poco espacio para el pluralismo o la diversidad. Todas buscan la homogeneidad de creencias e imponerlas, todas hacen proselitismo en base a su verdad. El dogma impera.

Un sistema político democrático es, por el contrario, el espacio para proteger la diversidad humana, respetar los derechos de la mayoría y de las minorías, y buscar la integración de todo el conglomerado humano en su heterogeneidad.

La democracia debe garantizar la libertad de creencias y cultos religiosos, pero no puede permitir que ninguna religión imponga sus valores de manera absoluta sobre toda la sociedad, como pretenden hacer ahora las iglesias dominicanas. El absolutismo religioso es la antítesis de la democracia.

Las religiones tienen derecho a predicar a sus feligreses sus definiciones del bien y del mal, pero no a normar el Estado de Derecho en una democracia.

En el sistema democrático hay que tolerar el dogmatismo de las religiones para no excluirlas, pero no se puede permitir la imposición religiosa.

El problema es evidente en temas específicos que diversas religiones promueven activamente en el espacio político, como la oposición al aborto aun cuando peligra la vida de la madre, o la oposición a los derechos civiles de las minorías por orientación sexual.

Las religiones pueden expresar sus puntos de vista para guiar sus feligreses, pero no pueden desde su labor pastoral chantajear a los representantes públicos, cuya función primordial es gobernar para garantizar los derechos de toda la población, sean creyentes religiosos o no.

Artículo publicado en el periódico HOY