En el artículo anterior describí de una manera muy resumida el sistema de pensamiento con que Schopenhauer intenta describir la estructura del mundo desde la elaboración de su obra fundamental: El mundo como voluntad y representación. A continuación me concentrare en la cuarta parte de la obra, que es la que trata precisamente de la opción ética.
La esencia del mundo está constituida por una fuerza o pulsión que está presente en todo cuanto es, y que el filósofo designa como la Voluntad. Antes de pasar a describirla, deberíamos de volver un momento a describir la base de filosofía hindú, que es de donde Schopenhauer extrae la idea del sistema de la Voluntad.
Lo que los Upanishads enseñan –tal es el nombre de los libros sagrados del pensamiento hindú– es que detrás de la multiplicidad de los objetos y de los individuos que pueblan el mundo –diversidad que es el mundo de la apariencia–, este se encuentra cubierto por un manto o una nube que oculta la autentica realidad de las cosas, que oculta como es la esencia del mundo, a esta mampara es lo que los hindús denominan como el Velo de maya. Detrás de ese rebozo es que se encontraría la auténtica realidad del ser, que se revela como la unidad del principio cósmico que denominan como Brahmán, y es a lo que nuestro pensador denomina como la Voluntad.
Esta sustancia es la fuerza o energía básica que conforma el cosmos, de la que todo lo que aparece como existente es una manifestación derivada de esa energía o pulsión. Muchas veces este principio cósmico viene caracterizado como la plenitud del ser, pero en los mitos hindúes sobre los dioses se caracteriza como algo dinámico, en perpetuo cambio y movimiento.
Los dioses más importantes del panteón hindú forman un triunvirato: Brahma, Visnú, y Shiva. Brahma es el principio creador, Visnú, es el principio que mantiene y conserva, y Shiva, sería la fuerza que destruye. Sus respectivas funciones constituyen una dinámica perpetua de creación, conformación y destrucción continua. Esta idea se expresa también en el Bhagavad Gita, otro texto sagrado de la India, donde Krishna (que es una encarnación de estos dioses) se revela como el Señor de la vida y la muerte.
El gran aporte de Schopenhauer, es concebir y traducir la trilogía del ser de la religión hindú –inspirado en buena parte por estas lecturas–, en su noción de la Voluntad.
¿Qué es la Voluntad? Dicho en sentido poético, alegórico, sería la llama o la fuerza vital que da consistencia a cada ser y que revela el consistir de cada individuo como una presencia objetivada en la representación de la percepción, localizado en un tiempo y espacio.
Esta fuerza es la que da forma y ser a cada rostro humano, a cada roca, montaña, embrión, infusorio, planta o animal, cuyo ser vital no es más que un breve sueño, algo irreal, como manifestación del espíritu infinito de la naturaleza, de la perseverante Voluntad de vivir. Estos seres individuales y aparentes se manifiestan en el mundo como una efímera figura espectral que dicha voluntad traza lúdicamente sobre su lienzo infinito del espacio y el tiempo [Metafísica de las Costumbres, Ed. Trotta], para conservarlos solo durante un breve instante antes de borrarlo y dejar su hueco a otro, que se mostrará igualmente efímero. Es una dialéctica infinita e instantánea de vida y muerte.
Lo que se quiere decir con este concepto es que todo lo que percibimos como siendo, que viene percibido como individuo a través de nuestra capacidad de representar lo existente en el mundo, al igual que nuestras propias vidas y sus contenidos racionales son manifestaciones de esta sola fuerza o energía cósmica que es la Voluntad. Esta fuerza o pulsión se describe como un impulso ciego, un esfuerzo sin cesar, un eterno devenir, inconsciente y creativo de vida.
La Voluntad actuaría como la inmensa profundidad del mar de cuyas profundidades brotan seres antediluvianos, múltiples seres vegetales y animales, diferentes corrientes marinas de variada intensidad, olas gigantescas y sus reflujos, olas superficiales de espumas, etc., que emergen y enseguida se reabsorben en su seno continuamente.
La naturaleza exánime, declinante y quebradiza de nuestras vidas frente a la Voluntad, siguiendo con la imagen del mar, es semejante a la presencia de hombres que intentan flotar penosamente sobre la maltrecha superficie en una frágil balsa en alta mar sometida al juego arremolinado de las corrientes y de las ráfagas de vientos huracanados, tal como lo plasma magistralmente el pintor francés romántico, Theodore Gericault, en su lienzo titulado: La balsa de los náufragos de La medusa.
Como manifestación u objetivación de esta Voluntad el hombre busca la felicidad, que consistiría en prolongar todo intento de saciar y superar la necesidad de un deseo, de una carencia, de un apetito. La felicidad se manifestaría como el momento en que se supera la necesidad que provoca un deseo.
Nuestro filósofo describe el mundo percibido desde la subjetividad de un individuo, como un ámbito de cosas objetivadas mediante el principio que rige el desplegarse subjetivo de la Voluntad, es decir, desde la representación del ser, que la advierte como la fuente de un apetito insaciable de lo otro, que experimenta como falta, como deseo, como vacío, como apetito.
Mientras el individuo no logra saciar esa necesidad, esa falta, ese deseo, persiste su manifestación como malestar, incomodidad, dolor. Empero, no es posible inmovilizar, saciar la indetenible voracidad del anhelar, de la necesidad de poseer aquello de lo que siente apetito, que es la manera en que se desvela la fuerza que sostiene al fenómeno individual, que aparece como la representación.
Cuando por fin alcanzamos el objeto de nuestro deseo, el dolor se suprime y experimentamos algo que llamamos por un instante la felicidad ¡un segundo de plenitud! Pero la felicidad, para nosotros sólo es el momento puntual de la cesación temporal del deseo. Después de la posesión del objeto, el interés por el mismo decae y se apaga y, a continuación, surge el hastío, el tedio, la indiferencia, el empalagamiento, el fastidio. Para huir de ese estado nacen nuevas necesidades, nuevos apetitos y con ellas nuevos deseos.
Así es que si echamos un vistazo al mundo, observándolo desde la apetencia ávida e insaciable del deseo en los diferentes individuos de este universo, que el todo se revela como un conglomerado de seres en continua menesterosidad, que se devoran los unos a los otros para intentar satisfacer sus deseos egoístas frente a las otras formas idénticas de responder cada uno, durante el poco tiempo en que viven: pasan su existencia bajo la angustia, la penuria padeciendo con frecuencia terribles tormentos hasta que acaban en brazos de la muerte.[MVR, II, §28].
Es importante señalar que para Schopenhauer la felicidad es ausencia o neutralización del dolor, es interpretada como algo negativo. No es algo que experimentamos positivamente, no es un estado de alegría plena, sino sólo algo que actúa negativamente. Es decir, experimentamos la felicidad en tanto que no sentimos necesidad de algo necesario para nuestra esencia, se revela más bien como la ausencia de necesidad o como un momento de apatía sutil, en que no somos molestados por la presencia de un apetito, una carencia o un deseo. Para Schopenhauer, el sufrimiento, el carácter de insaciabilidad del deseo, es la condición básica negativa de la vida.
El mundo físico, los animales y nosotros mismos somos juguetes, por así decirlo, de la Voluntad, como objetos que un río torrencial tira de un lado a otro en la superficie de este. En la naturaleza todos los seres tienden a devorarse los unos a los otros: los leones matan a los antílopes y el humano avasalla a su semejante, y así acontece sucesivamente a lo largo de la cadena alimenticia. No hacen falta ejemplos e ilustraciones del sufrimiento que causa la violencia y agresividad en el seno de la sociedad humana. Es por ello que el filósofo cita a Aristóteles cuando aquel señala que el carácter de la naturaleza es demoníaca, no divina.
Schopenhauer caracteriza que todo fenómeno revela qué siente y cómo es impulsado a la existencia y en ella se sostiene: indica que salta a la vista que la Voluntad de vivir es el tono fundamental de su ser, la única propiedad inmutable e incondicional del mismo. Al contemplar ese universal apremio vital se nota la infinita prontitud, facilidad y abundancia con que la Voluntad apremia fogosamente hacia la existencia, bajo millones de formas, por doquier y a cada instante…; echemos luego una ojeada a la espantosa alarma y salvaje alboroto de la voluntad de vivir, cuando debe de retirarse de la existencia en alguno de sus fenómenos singulares. Es como si en este fenómeno singular debería de aniquilarse para siempre el mundo entero. [MVR II, §28].
La Voluntad, tomada objetivamente, parece como algo insensato, irracional, y subjetivamente, es decir, vista desde la representación que del mundo se hace el individuo, aparece como una vana ilusión que se apodera de todo ser vivo para hacerle trabajar al extremo de sus fuerzas por algo que no tiene valor alguno para él.
Empero, afirma que si afinamos la vista notaremos que ese afán de vivir es un ciego apremio de un impulso sin fundamento ni motivo alguno. Pues la ley de la motivación sólo se extiende a las acciones individuales, no al querer en general y en su conjunto.
Cada acto volitivo singular tiene un motivo, pero la Voluntad en general no tiene alguno. Así al depender todo de la Voluntad todo está en una tensión permanente y en un movimiento forzado, y la marcha del mundo va, utilizando una expresión de Aristóteles, no naturalmente sino violentamente. [MVR II, §28]. Ya que en la marcha forzada, sin fundamento de este continuo fluir no hay dirección, ni meta, ni finalidad, ni motivo alguno, sino sólo una impulsividad ciega, agitada, violenta.
Empero, ahora tenemos que precisar algo de gran importancia, tratar sobre cómo se accede a descubrir una dimensión ética en la obra maestra de Schopenhauer. Para nosotros, seres humanos, como para todo objeto percibido en la representación, la Voluntad es nuestra esencia inmediata. Esta se objetiva en nuestro ser en nuestro cuerpo –el cuerpo del hombre vivido subjetivamente es nuestro modo de experimentar la Voluntad, es la percepción de la Voluntad misma–, pero también el cuerpo percibido por el cerebro es la representación de la Voluntad y como tal aparece no como Voluntad sino como conocimiento perceptivo e intelectual de nuestras vidas interpretadas en el contexto del espacio-tiempo y según las leyes de la causalidad.
Hay un texto muy ilustrativo de la relación de los humanos con la muerte en su estado natural, es decir, desde el conocimiento que nos brinda la representación, la razón. El filósofo dice: Somos como los corderos que jugueteamos en el prado, mientras el carnicero ya ha echado la vista a uno o a otro, pues ninguno de nosotros sabe, mientras disfrutamos de hermosos días, que desgracias nos tiene deparadas el destino.
En el hombre hay una tendencia hacía la metafísica, en esta se trata de desentrañar la esencia oculta del mundo. Esta necesidad metafísica presente en nosotros nos impele a ir más allá del conocimiento intuitivo, inmediato. Esta exigencia que surge en el humano lo lleva a buscar explicar lo que a primera vista le aparece. Lo lleva a transitar por caminos racionales en búsqueda de la razón detrás de los objetos, de las cosas, del mundo. Esta tendencia nace del mismo ser del humano: Con excepción del hombre, ningún ser se asombra de su propia existencia, sino que para todos esta se entiende por sí misma, hasta tal punto que ni la notan. [MVR II, §17].
La consciencia de la finitud de todos los seres y el carácter efímero de toda aspiración y anhelo surge en nosotros mediante la actitud del asombro –Schopenhauer para justificar el surgir del Asombro, recurre a citar a Aristóteles, en el libro primero de la Metafísica: Pues el asombro es lo que hace filosofar a los hombres tanto antes como ahora– que ha estado presente en el surgimiento de la actitud cuestionadora del ser del mundo tal como se presenta en la filosofía mediante una disciplina que en la época de Schopenhauer se denominaba: Metafísica.
Nuestro filósofo la define de la siguiente manera: Por metafísica entiendo cada intuición dada que trasciende la posibilidad de la experiencia, es decir, de la naturaleza, o bien el fenómeno dado de las cosas, para dar explicación sobre aquello a través del cual la naturaleza estaría determinada en uno u otro sentido; o, dicho e manera más sencilla, sobre aquello que se oculta tras la naturaleza y la hace posible. [MVR II, § 17].
Más adelante en este mismo apartado el filósofo presenta una prueba histórica de que esta necesidad metafísica está siempre viva en el humano: Templos e iglesias, pagodas y mezquitas, testimonian en todos los países de todos los tiempos, con su esplendor y su grandeza, la necesidad metafísica del hombre, que es tan vigorosa e indestructible como la física. En términos satíricos podría decirse que tal necesidad es como un muchacho contentadizo y que prefiere una dieta bastante pobre. A veces le basta con las fábulas más burdas y los cuentos más insulsos: si se le inculcan tempranamente, le bastan con explicaciones de su existencia y sustentos de su moralidad. (…). Ello demuestra que la necesidad metafísica no va cogida de la mano de la capacidad metafísica. [Ibídem].
Hay que señalar explícitamente que Schopenhauer es consciente que aceptando y afirmando la Metafísica como meollo de su filosofía, por un lado pretende efectuar un desciframiento del mundo mediante su interpretación y explicación, pero por otro es lúcido de que no adopta una forma de saber científico sino que postula y pretende establecer un acercamiento general como su intento de descodificar el jeroglífico del mundo. Se contenta con establecer verdades metafísicas que sólo exigen un acercamiento: una generalidad aproximativa.
Esta decisión la toma nuestro filósofo en tanto que según su modo de entender, nuestro cuerpo se revela al mismo tiempo tanto como representación, como también, y esto es determinante, considera que desde la experiencia del cuerpo es posible para nosotros percibir primariamente la objetivación de la Voluntad, es decir, el cuerpo propio es una especie de puerta trasera que nos permite acceder a la Voluntad en su esencia más íntima, es decir, en cuanto fuerza volitiva, en cuanto capacidad de querer.
El pensador, en efecto, sostiene: nuestro querer es la única oportunidad que tenemos de comprender cualquier procedimiento tanto desde su representación exterior como desde su mismo interior; por consiguiente lo único que para nosotros es conocido sin intermediación alguna, y no como ocurre con todo lo demás, que se da simplemente en el acto de una representación. [MVR II, § 18].
Para Schopenhauer la razón, y en consecuencia el producto de su ejercicio: la ciencia, es meramente instrumental, una herramienta del ego fenoménico, que no puede hacer más que representar la dualidad del mundo en si mismo. Si nos relacionamos con los demás mediante la razón, lo que obtenemos es una mera representación de su ser, de su sufrimiento o necesidades, de modo que lo único que nos puede mover a nivel ético es la abstracta obligación del imperativo categórico de kantiana memoria.
Para agregar transparencia a la circunstancia que es la representación cito al propio pensador cuando la define: El mundo es mi representación: esta es la verdad que vale para todo ser viviente y cognoscente, aunque solo el hombre puede llevarla a la conciencia reflexiva abstracta: y cuando lo hace realmente, surge en él la reflexión filosófica. Entonces le resulta claro y cierto que no conoce ningún sol ni ninguna tierra, sino solamente un ojo que ve el sol, una mano que siente la tierra; que el mundo que le rodea no existe más que como representación, es decir, solo en relación con otro ser, el representante, que es él mismo. [MVR I, §1].
Para el pensamiento de Schopenhauer, que sienta sus raíces en una concepción del ateísmo basado en ideas que se encuentran muy relacionadas con la filosofía arcaica griega y las sabidurías hindúes del brahmanismo y del budismo, el pensamiento de la ciencia racional occidental, tal como se desarrolla en la Edad Media y en la Edad Moderna, se sostiene en la afirmación de la epistemología moderna, en la afirmación de una concepción lineal de una historia sustentada en una visión soteriológica –soteriología significa en la religión cristiana, doctrina referente a la salvación. Por extensión se extiende el término a toda concepción de la histórica que plantee una finalidad para la misma–.
Para nuestro filósofo está visión del mundo está fuera de discusión, por corresponder con los resultados que se afirman a partir del análisis fruto del pensamiento metafísico, a una perspectiva que se sostiene en la teoría de la representación.
La señalada concepción del movimiento temporal del mundo basada en la afirmación de la teoría de la representación –que es, por lo tanto, una versión no sustentada en la experiencia primaria de la Voluntad como esencia del mundo que obtiene el hombre mediante su cuerpo, como ya he explicado–, crea una vía de redención universal interpretada desde la concepción cristológica que se afirma en el Nuevo Testamento, y que más adelante, cuando la sistemática de la religión cristiana se seculariza, en los primeros siglos de la modernidad, aparece la afirmación de un movimiento de la historia que puede prescindir de todo motor trascendente a la realidad del mundo físico representado, mediante la afirmación de una fe secular inmanente a una supuesta legalidad que hace tender el trascurrir histórico en el cumplimiento de un continuo progreso humano. Pero la vía metafísica planteada por Schopenhauer respecto a las características de la Voluntad desmiente la posibilidad de esta perspectiva del mundo, que puede ser sostenida desde la circunstancia de la representación, porque la Voluntad carece, en sí misma, de dirección, finalidad, ni meta.
Esta situación nos revela que para lograr plantear en el pensamiento de Schopenhauer una salida ética haría falta no sólo llegar a adquirir un conocimiento que permitiera mover, manipular las cosas de este mundo sino además, llegar a un saber que nos conduzca a conmover y transformar la esencia del mundo desde ella misma, desde la manipulación, por así decir, de la Voluntad. Pero esto es por definición es imposible ya que la Voluntad es el motor de todo y no puede ser manipulado por ninguna fuerza concebible desde su plena intelección.
Desde esta perspectiva no se puede tratar de alcanzar un conocimiento representado, sino uno sentido, vivido primariamente, es decir, vivido en la experiencia que tenemos de la Voluntad a través de nuestro cuerpo, a través de la experiencia que podemos hacernos del dolor, de la necesidad insuperable de experimentar la menesterosidad de nuestro ser como ser doliente.
La voluntad la sentimos en nosotros mismos, tanto en experiencias intensas como el sexo como en el sufrimiento de todos los días. Gracias a nuestro conocimiento de que la individualidad es meramente fenoménica, una pura ilusión, podemos experimentar analógicamente el sufrimiento del otro. Podemos sufrir con ellos – y eso no es ni más ni menos que el significado etimológico del término compasión, que nombra la actitud que según nuestro pensador descubre como vía para llegar a asumir una posición ética.
La compasión es el punto de partida de una salida ética desde la filosofía de Schopenhauer. La voluntad es la base que produce nuestro sufrimiento pero también es lo que posibilita la solidaridad, la conmiseración, la compasión.
Ontológicamente somos solidarios, en cuanto somos copartícipes de la misma esencia universal que es la Voluntad, y gracias a esta experiencia, a este sentido vivo, lo sentimos y podemos actuar a partir de ello y buscar la liberación de la vida de sufrimiento que proyecta la Voluntad..
La visión soteriológica a que lleva el pensamiento de Schopenhauer no hace sino constatar que en motilidad perfecta del tiempo desde la visión pesimista de la Voluntad no hay ninguna esperanza en el futuro, pues la manifestación de la Voluntad es circular, desde ella no se encontrará nunca salida ni escape del sufrimiento en un tirar hacia adelante, en un tiempo futuro. Y esto es evidente ya que el tiempo es fenómeno, pertenece a la visión representativa.
Para este sistema nada positivo acontece en una interpretación de la historia que pretenda proyectarse hacia adelante. En la historia así entendida nunca podremos aceptar nada razonable, los hombres no se ven impulsados hacia adelante como nos hace creer la ilusión que proyecta la razón, sino que siempre, como parte de la Voluntad ciega, inconsciente, sin finalidad, somos arrastrados hacia las profundidades del ser, hacia los abismos del dolor, del sufrimiento.
Los ideales de la Ilustración, en el pensamiento de Schopenhauer se revelan como puras ilusiones, engaños ópticos, es absurdo pretender un mejoramiento de la humanidad, o el perfeccionamiento de la humanidad en el tiempo.
Si proyectáramos una forma de temporalización a la Voluntad, lo que es imposible pues sería interpretar la Voluntad desde la fisonomía de la representación, su movimiento es interior hacia sí misma y por lo tanto inmanente en grado sumo. En la Voluntad no podemos descubrir ninguna forma de trascendencia. El ciclo que escenifica la Voluntad es el del nacimiento, el sufrimiento y el perecer, es un ciclo que va del nacimiento a la muerte, disolución en la Voluntad y reinicio del ciclo.
La forma de motilidad que descubrimos en el ser de la Voluntad es circular, en cuanto es un movimiento que tiende a ser interior a la Voluntad, un movimiento, caracterizado como ya señale por una inmanencia plena, total, sin salida, ya que esta solo puede surgir de su propio ser que es oscuro, sin finalidad e inmanente.
Antes de Schopenhauer, en la Edad Moderna, fue el italiano Giambattista Vico (1668-1744) quien postuló en su obra capital Principii della Scienza Nuova (1725), una visión semejante desde adoptar una perspectiva pesimista de la historia que se despliega en modo circular. Esta es una idea que se encuentra proyectada en diversos autores durante todo el decurso la historia de Occidente.
La visión de Schopenhauer se fundamenta en la observación de los ciclos de la naturaleza, y la expresa de manera resumida en los capítulos finales del segundo volumen de su obra fundamental, que comprende los llamados Complementos. Dice nuestro filósofo: Por todas partes y de manera general el verdadero símbolo de la naturaleza es el círculo, porque es la imagen del retorno: esta es de hecho la forma más generalizada en la naturaleza, que se realiza en el todo, desde las órbitas de las estrellas hasta la muerte y el nacimiento de los seres orgánicos, y sólo con ello se hace posible en la inagotable corriente del tiempo y de su contenido una entidad consistente, es decir, una naturaleza. [MVR II, § 41].
Schopenhauer después de descartar la posibilidad de un cambio positivo desde la acción de la historia, señala taxativamente que La muerte es la gran oportunidad de que el Yo deje de existir. Es decir, que la única posibilidad para detener la rueda del sufrimiento universal es eliminar la posibilidad de la existencia de la entidad que se encuentra afectada por el deseo, que es entendida como la entidad que en su ser es menesterosa en si misma y por lo tanto su ser consiste en intentar llenar el vacío, la falta, que es el deseo, que es la causa del inagotable dolor que consume el ser.
Condenso la visión de nuestro filosofo para trazar un camino hacía la ética: Si la causa del sufrimiento es el deseo que surge de manera inagotable desde el egoísmo que esta presente en todo ser, en todo individuo. El camino a seguir debería dirigirse a suprimir el Yo. La tarea para conquistar una dimensión ética sería suprimir el egoísmo. El Yo y sus efectos, el egoísmo, debe quedar superado.
Entonces, se deduce que el cese de la Voluntad significaría la liberación del sufrimiento que provoca el poder del ego deseante. Pues afirma nuestro pensador que el ciclo eterno de la culpa y el sufrimiento puede romperse para siempre mediante el giro de la Voluntad, es decir, revertir su dirección, lo que significaría en la acción: suprimir el querer que implicaría el sacrificio del Yo y el cese de toda individualidad.
Schopenhauer dedica el libro cuatro de El mundo como voluntad y representación a explicar el egoísmo, cómo actúa como el origen de que el sujeto se encuentre sometido a la fuerza de la Voluntad y cómo puede llegar a quedar anulado, aislado como elemento moral, pues sin la acción de anular el Yo, se produce la afirmación de la Voluntad de vivir que es la causa del sufrimiento.
Como es sabido, la respuesta de Schopenhauer para anular la voluntad de vivir postula la posibilidad de llegar a un conocimiento sin un centro, esto es asumirlo como posibilidad vinculada a la muerte, pero a la vez superándola al tocar la negación de la voluntad de vivir, el nirvana de la nada. En palabras del autor: Nosotros, antes bien, lo reconocemos abiertamente: lo que queda tras la total supresión de la voluntad es, para todos aquellos que están aún llenos de ella, nada. Pero también, a la inversa, para aquellos en los que la voluntad se ha convertido y negado todo este mundo nuestro tan real con todos sus soles y galaxias, es nada. [MVR I, 71].
Para llegar a asumir una posición ética, al seguir ese camino, resumo, es necesario superar el egoísmo que domina en cada sujeto que existe en la Voluntad de vivir.
¿En que consiste esta pasión insana que impide la asunción de una actitud ética? Nuestro autor lo describe con breves y justas palabras que difícilmente mi palabra podría superar: En consecuencia, cualquiera, también el individuo más insignificante, cada Yo, visto desde dentro, es todo en todo; por el contrario, visto desde fuera es nada, o bien tanto que nada. [MVR II, 47].
Pero de una manera más directa e intuitiva, al alcance de, creo, todas las sensibilidades, queda clarificada en este texto extraído de Los dos problemas fundamentales de la ética, donde señala: Cualquier cosa que interfiere en los deseos del egoísmo provoca su malestar, su ira, su odio, e intentará destruirlo como su enemigo. Quiere saborearlo todo donde sea posible y, como poco, dominar todas las cosas. Todo para mí, nada para los demás es su lema. El egoísmo es colosal: domina el mundo, pues cuando a uno en particular se le diera a elegir entre su exterminio o el del mundo, no hace falta que diga cuál sería la decisión de la mayoría. De acuerdo con esto, cada uno es para sí el centro del mundo.
La tarea a realizar para superar este bestial egoísmo que hace que cada ser se considere centro del mundo y niegue todo tipo de consideración al otro y su dolor, es tratar de superar esta actitud negativa mediante el reconocimiento de la posibilidad de una liberación del egoísmo. La vía sería negar el deseo, mediante un proceso escarpado y sumamente difícil de realizar, y pasar de esa actitud negativa, a asumir una positiva al reconocer al otro como a mi mismo mediante asumir una actitud de conmiseración, que la sabiduría hindú resume en la máxima, que al observar a un ser repite: eso eres tú.
Schopenhauer reconoce que esta vuelta o trasformación de la Voluntad para el individuo es una elección sumamente difícil de cumplir. En efecto, para ejecutar esta elección sería necesario proceder a realizar una desarrollo de la redención de la cadena del desear. Implicaría rechazar de sí todo lo placentero, lo deleitoso, lo agradable, rechazar lo atractivo, lo bello, lo alegre y festivo, lo armonioso, lo estimulante. Asumir una actitud de total sacrificio, de penitente, de asceta radical, de mortificación del cuerpo y el espíritu, negar el deseo y anularlo. Todo ello a fin de despertar e importantizar la compasión antes los demás. De asumir la actitud adecuada para transformarnos en sujetos éticos.
Esta es una vía heroica y difícil de lograr. Incluso el filosofo llega a hablar de la necesidad de un cierto auxilio de una gracia. Sin embargo tenemos que reconocer que la doctrina de la salvación o la soteriología presente en el Mundo ha sido definida como sorprendente y controvertida, en cuanto que la acción de negación de la voluntad no indica claramente si se trata de un fenómeno o de un concepto filosófico unitario. Puede referirse a un estado que se alcanza, o a una forma de conocimiento especial, o a una práctica mediante la cual el asceta lucha contra su propia voluntad.
Ahora, debo hacer referencia a que Schopenhauer como gran filósofo que era basaba su pensamiento como un núcleo de doctrina que no debía quedar bloqueada en un ejercicio puramente retorico.
En los ensayos incluidos en Parerga y Paralipómena, publicado en 1851, dedica un ensayo a tratar como entiende lo esencial del filosofar. Para él la filosofía no es una retórica que se dedica a elaborar elencos de conceptos para explicar en palabras el ser del mundo.
Schopenhauer entiende la filosofía como una actividad cotidiana que acompaña e ilumina la existencia. Para él, filosofar es asumir un modo de vida específico y superior. En esto, su modo de proceder filosófico se enlaza a la visión de la filosofía antigua en que los principios descubiertos habían de servir de banco de prueba para ordenar la conducta propia y la vida del pensador. El pensador no solo debe de encontrar caminos de perfección expresados en conceptos, sino que debe de mostrar con el ejemplo de un vida ética, que los principios que postula y defiende conducen a crear un ser humano superior. Un ser humano en que sus principios se tornan en ejemplo de vida y orientación de su ser.
Desde la Edad Media en adelante el estudio de la filosofía se transforma en una práctica
de estudios con miras a alcanzar una cultura general, así el estudiante de filosofía medieval y moderno de lo que se preocupa es de pasar los exámenes con miras a lucrarse de estos conocimientos para sostener su vida. Esta orientación da lugar a un proceso de enseñanza basado en superar exámenes, totalmente despersonalizado. Sin embargo, conjuntamente con esa práctica rutinaria, en ciertos ámbitos ilustrados dominados por la autoridad de un maestro, permanecía la tradición de transmitir la filosofía según el establecimiento de reglas de vida que debían cumplirse en el comportamiento del estudiante.
Es en ese contexto que tenemos que colocar la gran pequeña obra de Schopenhauer, titulado: Aforismos para el arte del vivir, y que viene publicada como el escrito principal de la colección que incluye en 1851 bajo el extraño título de Parerga y Paralipómena –cuyo subtítulo es: Pensamientos aislados, pero sistemáticamente ordenados, sobre diversos objetos–. Esta obra en su conjunto es menos exigente con el lector; su atractivo formato en textos cortos y el ágil estilo literario empleado, la transforman en una obra accesible para un lector sin una gran cultura filosófica. Contienen dos ensayos de relevancia para nosotros. Uno es: Sobre la filosofía de la universidad, donde el autor elabora una despiadada crítica a Hegel y a su filosofía, disfrazada bajo una crítica más general hacía los profesores universitarios que practican lo que él llama, filosofía institucional, ya que en ese tiempo en Alemania lo catedráticos eran empleados estatales. El otro, es el ya mencionado Aforismos para el arte del vivir.
Estos se presentan como otra posibilidad de alcanzar criterios para guiar la propia vida. A diferencia de la vía estrecha planteada por la negación de la Voluntad en el libro cuarto de El mundo…, los aforismos se presentan como un compromiso factible desde la vida cotidiana que si bien se refieren a un punto de vista empírico, no propone la negación de la Voluntad, sino sólo su regulación, su modulación.
Schopenhauer participa de la visión de que la filosofía debe de constituirse en una practica de vida, para formar un ámbito de ejercicios. Los eventos de la propia vida viene confrontados con determinados valores que se insertan en la perspectiva de pensamiento que se sigue y se descubre desde el propio filosofar.
Aquí es que se puede enmarcar la actividad presente durante toda la vida de nuestro pensador de elaborar diarios con aforismos que tienden a resumir una experiencia y a recolectar principios y aforismos que pueden ser de utilidad para guía la propia vida.
El interés por la sabiduría práctica no es una dedicación senil de Schopenhauer, comienza este desde muy joven a recoger máximas de vida, que va organizando en una triple repartición: Lo que uno es; lo que uno tiene; lo que uno representa.
El Arte de vivir y el arte de no-vivir representan una polaridad constante de la vida del filosofo de Frankfurt. El mundo, con toda la carga soteriológica que lo caracteriza, es decir, la búsqueda de la redención y la salvación de la Voluntad, no es el primer ni el último mensaje que Schopenhauer nos ha dejado. En sus obras siempre hay un soplo del aspecto eudemonológico –este un término acuñado por Schopenhauer, para designar el estudio o teoría de la vida feliz para el hombre en la medida de sus posibilidades–, es decir, que trata del arte de vivir que extrae de experiencias propias hasta llegar a las obras de moralistas franceses, alemanes y también a la grande tradición estoica y epicúrea. También valoró con devoción el Arte de la Prudencia del jesuita español, Baltasar Gracián, obra de la que publica su traducción al alemán.
En resumen, en Schopenhauer encontramos dos vía posibles de alcanzar la eticidad, una ascética, que parte desde la perspectiva soteriológica de la supresión de la voluntad y por otro lado, estaría la vía eudemonológica: actuar de acuerdo con la naturaleza propia, conocer los propios puntos de fuerza y debilidades, y tener conocimiento de los aspectos inmutables de nuestro ser, sobre el tener carácter.
Lo positivo, lo que realmente se siente –dice con gran propiedad, Pilar López de Santa María en la introducción de su brillante traducción de los dos tomos de Parerga, publicada por la Editorial española, Trotta–, es la desdicha, el dolor o la injusticia. Así́ pues, ser feliz significa ser menos infeliz; ya que la búsqueda de la felicidad consiste únicamente en la prevención de la desdicha en la medida en que sea posible, aun a sabiendas de que esta habrá de llegar ineludiblemente. [Negritas LOBF]
Tratar del alcance de los Aforismos será el tema de la siguiente entrega de este relato de las particularidades del pensamiento de Schopenhauer. Para resaltar el valor de esta obra cito la valoración que hace de la misma el estudioso italiano que se ocupó de editar el texto original del pensador. Dice Franco Volpi, en su introducción de la edición italiana de esta gran obra: Los Aforismos sobre el arte de vivir es una de las obras maestras más afortunadas del pensamiento occidental. En un estilo brillante, raro entre pensadores, Schopenhauer ofrece un compendio de filosofía práctica en el que recoge doctrinas, indicaciones, consejos, recomendaciones y advertencias para desenvolverse mejor en la vida y evitar todas sus trampas y contrariedades. [*]
[*]Notas
- En nuestra lengua contamos con dos excelentes ediciones de este último libro. Una es la publicada por Alianza Editorial, al cuidado de Roberto R. Aramayo, del año 200 y la otra magistral edición está editada por Luis Fernando Moreno Claros, para la Editorial Valdemar, en 2005.
2. Las abreviaturas utilizadas para señala la fuente de las citas de Schopenhauer extraídas del texto de El mundo como voluntad y representación están a indicar:
MVR, el título de la obra, el número siguiente en romano: I o II, se refiere al volumen, y el símbolo, §, indica al número del capítulo en el volumen.