La embajada de los Estados Unidos es el supremo poder fáctico en el armazón de intereses que maneja la vida pública dominicana. La hondura de sus intromisiones se reveló en los cables de Wikileaks que pusieron al descubierto el alcance de sus influencias hasta en decisiones menudas de gobierno. Después de este gran discovery se comprendieron muchas realidades apenas insinuadas, como las reticencias de Joaquín Balaguer a sus veladas presiones, o la duplicidad de los discursos de otros líderes, como cuando Leonel Fernández afirmó en secreto su impotencia para enfrentar la corrupción castrense mientras en público se refería a ella como un fenómeno meramente episódico.
Este mes ha sido muy convulso. Han concurrido eventos inauditos que esperan grandes desenlaces. La llegada de Quirino Ernesto Paulino Castillo en circunstancias muy reservadas; la salida solapada del presidente a un presunto chequeo médico; las visitas permanentes y a puertas cerradas de funcionarios de la embajada de los Estados Unidos al despacho del Procurador General de la República; la ruptura del silencio de los voceros “progresistas” retomando las acusaciones en contra de ciertos funcionarios del palacio por la supuesta persecución a Leonel Fernández, seguida de una visita solidaria de los partidos del “bloque progresista”; integran una unidad de hechos vinculados. Este suspicaz ambiente le hace sala a un fallo de la Cámara Penal de la Suprema Corte de Justicia que determinará si el senador Félix Bautista irá a juicio o no.
Anunciar una postulación en un clima tan crispado sería definitivamente suicida. Vistas así las cosas, Leonel Fernández es un prisionero político de los Estados Unidos.
La manipulación de los eventos luce clara, lo enigmático son los propósitos subyacentes. Presumo algunas cosas. Pienso que la dosis Quirino es administrada bajo prescripción diplomática americana con un doble propósito: transmitir señales de que el capo no está solo, lo cual pone en alerta a ciertos sensores políticos; y advertir a la Justicia de que existe vigilancia externa sobre sus previsibles devaneos.
Con respecto al primer punto, creo que a Washington no le interesa que Leonel Fernández se repostule. La concentración tiránica de la institucionalidad formal que detenta el líder es un tema de atención oficial en el Departamento de Estado, así como el estado de impunidad que estableció a toda costa. Los informes de la DEA sobre la penetración del lavado en la actividad política pueden también reforzar esa determinación de los Estados Unidos. Las administraciones de Leonel Fernández implantaron un modelo de tolerancia irritante a esas operaciones.
Por la misma razón, y considerando el segundo punto, creo que el fallo sobre el caso del senador Félix Bautista será enviarlo a juicio de fondo. Los condicionamientos externos lucen muy adversos y sobrepujan la autonomía de la Justicia para tomar una decisión enteramente autónoma. Las presiones provienen de los dos lados, pero el ambiente favorece a quienes lo han recreado. Un fallo en contra del senador y otras declaraciones de Quirino con nuevas implicaciones (más algunas pruebas preliminares) le estrecharán el cerco al líder. Los colores del cuadro irán acentuando sus matices según las respuestas políticas que dé el exgobernante. Pese a todo consejo, Fernández no desistirá de su proyecto. Abandonarlo sería admitir como válidas las acusaciones y consentir en algo que jamás haría: aceptar la decadencia de su liderazgo, realidad que todos notan menos él ni sus relacionados.
Washington no es un dechado de virtudes. Negocia sobre chantajes, con tal fin recauda, a través de la CIA y de sus agencias especializadas, un arsenal de trapos sucios. Por eso no descarto un abandono de sus intenciones si logra pactar ciertas concesiones con Leonel Fernández sin renunciar a su derecho imperial de aplastarlo cuando los intereses corporativos o políticos de los Estados Unidos se vean comprometidos, por eso la gestión de la información confidencial es selectivamente estratégica para la inteligencia americana. De manera que si al exgobernante se le diera el negocio, hipotecaría su alma, si se lo pidieran, con tal de acabar con esta pesadilla.
Paradójicamente al propio Leonel Fernández, que supeditó el anuncio de su repostulación al cierre del caso Bautista, no le conviene políticamente que haya una decisión favorable a su leal amigo. Una sentencia así en momentos tan sensibles precipitaría acciones más agresivas de la embajada. En adición, la presión social, abrazada por la crisis dominico-haitiana, desplazaría su atención nuevamente al tema de la impunidad y a su figura central: Leonel Fernández. La precaria credibilidad de la Suprema Corte de Justicia terminaría convertida en una pila de escombros. Anunciar una postulación en un clima tan crispado sería definitivamente suicida. Vistas así las cosas, Leonel Fernández es un prisionero político de los Estados Unidos.
Una simple acción de la embajada como el retiro del visado al círculo cercano al líder sería un buen comienzo para la tortura. La sociedad ha visto con complacencia la política de la misión de cancelar unilateralmente el visado a funcionarios públicos y políticos. El ejercicio de esta facultad se ha convertido en la única “sanción” a la corrupción en un inmutable clima de impunidad. El retiro del visado constituye un estigma social o una presunción de corrupción que marca la vida de la persona afectada, aún más que una sentencia condenatoria. Las autoridades americanas tienen la potestad de retirar las visas a las personas sobre las que hay suficientes indicios de estar ligados a actividades ilícitas, aunque no haya una querella formal ni un procedimiento judicial en curso, porque ese permiso no es considerado como un derecho sino un privilegio que otorga potestativamente el gobierno americano a los extranjeros. La situación está tan vulnerable, que la cancelación del visado a Leonel Fernández cambiaría notoriamente el escenario.
Parece mentira que a medio siglo de una invasión militar, las manos de Tio Sam sigan manoseando nuestro destino. El secuestro institucional del PLD ha legitimado una intromisión que en otro contexto hubiera arrancado rabiosas reprobaciones populares, por ser, hasta ahora, el único poder fáctico que Leonel no ha podido manipular. La misma razón que ha convertido a Quirino en un héroe, como aberrada respuesta social a la inoperancia de su sistema de justicia para tocar la corrupción. ¿Inversión de valores? probablemente, pero la pregunta que debe hacerse el fundamentalismo moral de nuestro tiempo, antes de rasgarse la vestidura, es ¿qué hizo que eso fuera así? La respuesta es más horrenda que soportar el delirio de la gente por un narcotraficante armado de lodo.