Mucha gente se ha mostrado suspicaz ante las nuevas informaciones presentadas por el Ministerio de Economía según las cuales en los últimos tres años ha tenido lugar una significativa reducción de la pobreza y de la pobreza extrema. Ante una larga tradición de maquillar la imagen de la realidad nacional, resulta  comprensible que muchos técnicos y medios de opinión vean estos nuevos datos como frutos de nuestra rica imaginación.

Sin embargo, debe ser reconocido que estos estudios provienen de una institución que nunca se inscribió en la cultura del “to’ta bien” según la cual el país marchaba de maravillas; de un Ministerio que no se ha caracterizado por arreglar estadísticas para presentar una sociedad idealizada. Es más, dicho estudio fue realizado por el mismo equipo técnico que por décadas había estado señalando los precarios resultados del supuesto crecimiento en términos de bienestar de la ciudadanía. De modo que algún crédito le deberíamos reconocer.

Y por tanto, si respondiendo a la misma metodología con que la había medido en tiempos anteriores los datos le dicen que ahora la pobreza ha disminuido, entonces deberíamos admitir que algo puede haber cambiado. La función de los economistas es intentar encontrar explicaciones razonables, sin que ello limite nuestra capacidad para ser críticos con las estadísticas que se nos presentan. Y si las razones existen, pueden estar en los lugares menos esperados. En este artículo voy a mencionar tres posibilidades:

La primera es que desde el 2012 se descontinuó la persistente revaluación real de la tasa de cambio. En los ocho años anteriores el país acumuló una inflación de 53%; pero en ese mismo período el dólar apenas se incrementó en un 7%. Eso fue como decirle a nacionales y extranjeros: compre en dólares, no en pesos dominicanos; compre en el exterior todo lo que se puede producir en la República dominicana; no visite a este país, váyase a otras partes. No genere empleos a los dominicanos, déselos a otros países.

En los tres años subsiguientes la inflación ha sido bajísima, el índice de precios ha subido 9%, mientras la tasa de cambio subió en 15%. Es un cambio notable y refleja nuestra histórica advertencia de que el problema de los pobres no es la devaluación, sino la inflación.

Eso significa que ahora se ha enviado la señal contraria: en dólares resulta más caro, compre en la República Dominicana, visite la República dominicana. Y aunque todavía esto no anula la apreciación real acumulada, algún efecto ha de estar teniendo para la industria, para el turismo, para las zonas francas y para la producción nacional de alimentos. Y por tanto, para el empleo formal y la pobreza. Debemos admitir que para la población pobre no es lo mismo que un empleo adicional se genere en la industria o el turismo frente al motoconcho o el comercio ambulante.

El segundo factor puede estar relacionado con los ajustes de los salarios mínimos. Durante mucho tiempo, los incrementos de salarios mínimos se habían venido haciendo con notables rezagos frente a la inflación. En los últimos tres años se han hecho dos ajustes y ambos han estado por encima de las tasas inflacionarias acumuladas en el período previo. Históricamente los aumentos de salarios mínimos han tendido a arrastrar tras de sí a los que están por encima del mínimo, y algo pueden haber afectado los niveles de pobreza.

Claro está, aumentos amplios de los salarios reales no serían posibles de haberse mantenido la anterior política de tasa de cambio, pues cualquier empresa que viera subir sus costos internos se vería afectada por lo barato que resultaría traer del exterior sus productos competitivos. Muchas de ellas no podrían competir y habrían cerrado. La política cambiaria se constituía en una enorme barrera a la mejoría de los salarios reales y la creación de empleos formales.

Y el tercer factor que puede haber influido en disminución de la pobreza son los efectos de la reorientación del gasto público. Es difícil evaluar el efecto regresivo que se derivaba de la concentración del gasto fiscal en la capital y de las inversiones en megaproyectos urbanos.

En la medida en que el Gobierno ha decidido revitalizar el campo y las zonas periféricas urbanas; en la medida en que se aplican políticas de apoyo a las micro y pequeñas empresas; en la medida en que una gran parte de las inversiones públicas se realizan en planteles educativos y obras de infraestructura de menor envergadura, utilizando mano de obra local y comprando materiales y equipos producidos a veces en las propias comunidades, eso tiene que haber surtido algún efecto dinamizando las economías locales, que es donde se encuentran los bolsones más profundos de pobreza.

Estos son apenas algunos intentos de interpretación. Podemos estar equivocados, pero lo correcto para un analista objetivo es admitir que algo puede ser diferente.