Ya es parte del conocimiento general que las encuestas electorales muestran una panorámica de las preferencias en el momento en que se realizan. Esto no significa, sin embargo, que las encuestas, por lo menos las bien realizadas, no tengan ninguna validez más allá del momento concreto. Una de las mejores fuentes de fortaleza de una encuestadora es la posibilidad de comparar sus datos a través del tiempo, y para ello, las preguntas deben mantener consistencia aunque se ajusten a la realidad cambiante.

Sorprende a cualquier observador que encuestas realizadas en tiempos similares, como ha sucedido recientemente con ASISA y la GALLUP-HOY, muestren resultados tan diferentes. La marrulla, si se produjo, escapa al análisis técnico; pero si no la hubo, las diferencias en resultados se deberán probablemente a la forma en que formularon las preguntas. Por ejemplo, si a los encuestados se dio la opción explícita de escoger entre tres candidatos no es igual que escoger entre cuatros; y cuáles tres o cuáles cuatro.

Cuando un sistema partidario está en proceso de descomposición como sucede actualmente en República Dominicana, se dificulta aún más hacer predicciones electorales confiables; y la incertidumbre interpretativa es mayor en sociedades como la dominicana que se caracterizó en las últimas décadas por tener un sistema de partido estable.

En estos momentos, la realidad político-partidaria dominicana se caracteriza por un colapso electoral del reformismo (el PRSC carece de votantes porque los absorbió el PLD), y una desintegración del PRD con dos facciones lideradas en este momento por dos figuras (Hipólito Mejía y Miguel Vargas) sin capacidad de ganar elecciones presidenciales. Sus números son relativamente bajos o no se perfilan con posibilidades de ascenso para alcanzar más del 50% de los votos en el 2016.

El proyecto de gobierno a largo plazo del PLD tiene como uno de sus pilares el colapso de la oposición; y sin duda ha sido funcional, sobre todo, porque a pesar de sus múltiples triunfos, desde el año 2011, diversas encuestas mostraron el debilitamiento del liderazgo de Leonel Fernández, y en 2012 el PLD no alcanzó como partido individual 40%.

No obstante, el ascenso de Danilo Medina al poder se vio como un receso para que Fernández volviera a gobernar sin perturbación cuatro años después dadas las estipulaciones de la Constitución de 2010. La realidad se ha develado más compleja aunque Fernández encabece las encuestas como posible ganador en el 2016.

Se puede culpar a la oposición o a la facción de Danilo Medina del desgaste de Fernández, pero al hacerlo se pierde de vista que el declive en apoyo proviene desde su propio gobierno, es decir, antes de que Medina fuera popular. Eso no significa que Fernández no tenga un legado visible, ni tampoco que no pueda ganar las elecciones de 2016. Lo que significa es que disminuyó la valoración de la ciudadanía hacia su forma de gestión política.

Ante el colapso del reformismo, la desintegración del PRD y las dificultades de Leonel Fernández, el presidente Medina es actualmente el pegamento del sistema político dominicano. Por la simpatía que ha generado desde la Presidencia, no hay en el país una fuerte crisis partidaria con impacto severo en las preferencias electorales y en el sistema político.

Si ese pegamento se remueve porque Medina está constitucionalmente impedido de repostularse en el 2016, República Dominicana verá fragmentación y volatilidad en las preferencias electorales, aunque el PLD y Fernández se perfilen como ganadores por representar, para un segmento amplio de la población, la opción menos mala ante el descalabro de la oposición.

Artículo publicado en el periódico HOY