El 31 de enero de cada año celebramos el Día Nacional de la Juventud, en honor a San Juan Bosco (1815-1888), sacerdote italiano, educador y escritor que dedicó su vida a la educación de los jóvenes de las calles, delincuentes juveniles y otros niños desfavorecidos en la Italia del Siglo XIX.

En ocasión de este día el Ministerio de la Juventud, en el acto faro de su gestión anual, entregó los Premios Nacionales de la Juventud a 14 jóvenes sobresalientes de todas las regiones del país, durante una gala en el Teatro Nacional. También, la prensa dedicó muchos espacios a entrevistas a jóvenes becados exitosos o emprendedores que nos llevan mensajes esperanzadores.

Sin embargo, tales reconocimientos enseñan una sola faceta de la diversidad de la juventud dominicana. A mi entender, un ministerio de la Juventud debería investigar, orientar, crear normativas; o sea, trazar políticas e impulsar su implementación. Debería dirigirse a las diversas juventudes que conforman la sociedad dominicana.

La juventud que estudia, la que trabaja, la que trabaja y debe estudiar al mismo tiempo, y la que ni estudia ni trabaja, son juventudes con visiones y aspiraciones diferentes que las más de las veces se ignoran mutuamente.

Circulan en estos días en las redes unos videos literalmente aterradores, que documentarían las ejecuciones despiadadas que estaría realizando actualmente la policía brasileña contra supuestos delincuentes y asesinos, poniendo en práctica el desprecio del presidente Bolsonaro por los derechos humanos y la aplicación de su lema “lo correcto es matar a los delincuentes”.

En nuestro país, muchas personas apoyan también las ejecuciones extra judiciales y fuerza es de constatar que la mayoría de los que caen en intercambios de disparos son jóvenes pobres, tanto jóvenes delincuentes -o supuestos delincuentes- como jóvenes policías. 

¿Qué pasa con buena parte de nuestra juventud? No podemos olvidar que, según el estudio “Niños y niñas fuera de la escuela en República Dominicana”, presentado por el Ministerio de Educación (Minerd) y las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en 2018, “el 60% de los dominicanos de 18 a 20 años de edad no había finalizado la escuela debido, principalmente, al bajo aprendizaje en lectoescritura y matemáticas en los primeros años de escolaridad”, lo que se traduce en repitencia y deserción.

Tampoco se debe dejar de lado que nuestra tasa de desempleo en la juventud es de 29,45 por ciento, la más alta de América Latina y del Caribe.

A estos datos debemos agregar que el 23% de nuestras niñas y adolescentes en condiciones de vulnerabilidad son casadas antes de su mayoría de edad.

Los más privilegiados de los jóvenes son los que estudian en universidades caras y reconocidas, que pueden salir afuera para realizar una maestría: a más ingresos, más estudios y -probablemente- familias más estructuradas.

No obstante, aún en este segmento, no todos los egresados consiguen empleos conforme a su alto nivel de formación y a sus aspiraciones. De este modo, muchos de los jóvenes más sobresalientes deciden quedarse a vivir en el extranjero.

La segunda categoría trabaja, muchas veces tiene hijos a muy tempranas edades. Estos jóvenes perciben salarios muy bajos que, a duras penas, les permiten subsistir. Algunos están en la franja de los que trabajan para tratar de sostenerse y pagar el costo de una universidad privada que no sea demasiado cara.

Se debe tener en cuenta que en República Dominicana el 56% de la población económicamente activa realiza trabajos informales o por cuenta propia (incluyendo en la categoría hasta emprendedores informales); que el 14% está desempleada, y que solamente el 30 por ciento vive de un salario, una de cuyas características fundamentales es de ser bajo y no permitir hacerle frente a la canasta familiar y demás necesidades. A pesar de los esfuerzos realizados por INFOTEP y del incremento del PIB, los empleos de calidad no aumentan.

Todavia hoy en día, el grueso de los empleos generados en nuestro país se encuentra dentro de los renglones del trabajo doméstico, los colmados y delivery, los salones de belleza y el motoconcho. Son empleos precarios y sin ningún tipo de beneficios sociales.

Si hay algo seguro es la enorme contradicción entre los salarios que percibe la gran mayoría de la población y las aspiraciones de la juventud, independientemente del sector social en que esta se ubique.

Los jóvenes que ni estudian ni trabajan (los ni ni), forman parte de la población más vulnerable. Esta población de desertores escolares, trabajadores a temprana edad, madres adolescentes, tiene la autoestima en el suelo, no tiene motivaciones y no ha tenido las más mínimas posibilidades de desarrollar sus capacidades.

En las escuelas no se prepara a la juventud para ensanchar sus habilidades sociales y emocionales, mucho menos para construir un proyecto de vida coherente. Si este es el caso de los jóvenes que van a la escuela, ¿qué podemos esperar de los jóvenes que se ven obligados a dejarla a destiempo y que se convierten en las presas más fáciles de las drogas, el micro tráfico, el alcoholismo, la prostitucion juvenil, la delincuencia y el crimen organizado.

Al igual que lo hacía Don Bosco, es a esa otra parte de la juventud que debemos orientar todos nuestros esfuerzos para evitar la desesperanza social que genera la inseguridad de la cual padecemos todos.