Cuando alguien viaja a un determinado país, generalmente cuenta sus experiencias. Como su viaje se limita casi siempre a la visita de su capital y/o a las ciudades de cierta importancia, más que del país la impresión que se lleva es la experiencia que vive en esas ciudades. El relato que hace de ese viaje no se limita a la belleza o fealdad de la ciudad, se refiere también al estado de los servicios y de su costo/calidad, de cómo se sintió y cómo fue tratado por la gente. Una ciudad caótica, de serios déficits de servicios y equipamientos, de inseguridad y de difícil manejo de parte de sus usuarios es un fiel reflejo del tipo de autoridades que tiene esa ciudad en lo particular y del país en general.
Ese tipo de ciudad arriba descrita es también reflejo de la voracidad de los acaparadores del suelo urbano, con la complicidad y/o corrupción de sus autoridades locales. A ese propósito es bueno recordar como ejemplo, que anteriormente estaba prohibido construir gasolineras en el tramo de la Av. Winston Churchill comprendido entre La Feria y la Sarasota, que era parte de aquella avenida. A mediado de los 90, determinados empresarios deseaban instalar una gasolinera en el referido tramo; para satisfacer ese deseo, el Consejo de Regidores del ayuntamiento modificó los límites de la Churchill, llevándolos hasta la Sarasota y subiendo la Jiménez Moya hasta la acera sur de la Sarasota, para legalizar así la radicación de la gasolinera en el lugar que actualmente está.
Y es que la mayoría de las grandes y escandalosas violaciones a las normativas de uso de suelo, que hacen caótica las ciudades son fruto de los permisos dolosos que dan la generalidad de regidores y alcaldes a los grandes propietarios del suelo urbano, pues son ellos quienes pueden pagar grandes sumas de dinero o cuantiosas contribuciones a sus campañas electorales. En tal sentido, las ciudades de los países subdesarrollados tienden a ser caóticas, excluyentes, inseguras y de grandes desigualdades sociales, como resultado de una debilidad institucional que facilita ese entramado de corrupción que se establece entre las autoridades locales y nacionales y sectores del gran capital privado, nacional y extranjero.
En el presente proceso de mundialización de la economía, de sostenida movilidad de capital y de gente, las ciudades juegan un papel determinante, en ellas se producen las grandes transformaciones del mundo de hoy y por eso son el mayor activo económico de cualquier país; quienes las dominan, dominan el país. El crecimiento desordenado de las ciudades, la permanente reclasificación del suelo no edificable o rural para hacerlo edificable o urbano que ocasiona ofensivas desigualdades sociales, deterioro ambiental etc., son resultados de la colusión entre capital privado y autoridades políticas para controlar ese activo. Esa colusión permite que aquí se pueda vender un barrio entero con su gente e infraestructura pública, en una operación de clara factura política/económica, sin que pase nada.
Cualquier viajero mínimamente advertido, que visite nuestras ciudades se llevará una viva imagen del país: institucionalmente débil, carente de reglas en la producción del espacio urbano y del ordenamiento territorial, tampoco en el transporte de pasajeros y de mercancías; con expresiones grotescas de corrupción de la generalidad de las autoridades municipales y de las autoridades nacionales; de una clase política que cuando en su agenta inscribe el tema de la gestión municipal, lo pone en los “puntos varios”, que no ha entendido que el tema de la ciudad es el gran tema del mundo actual y que el destino de la humanidad depende de la manera en cómo se enfrente el tema de la gestión de las ciudades y el incremento de la pobreza absoluta y relativa que en ellas se producen.
Esa clase política, sobre todo el sector que ha dominado este país durante casi las dos últimas décadas, no lee correctamente los datos que dicen que casi una tercera parte de los habitantes de las ciudades del Cibao se siente insegura y que no pocos de ellos (de los mejor situados) se inclinarían por emigrar hacia otros países. Esa clase política no acaba de entender que ciudades mal administradas constituyen un lastre en cualquier estrategia de desarrollo nacional y que, en fin, de cuentas, el rostro de un país son sus ciudades.