Pedro Martínez, quien no necesita de cumplidos, hizo recientemente una confesión que tampoco obliga a aceptarla solo por tratarse de la persona que la hizo. Con sincero abatimiento, el inmortal de Cooperstwon lamentó la situación de parálisis que vive el país. Según su testimonio, “nunca había visto este país tan estancado como ahora”. El oficialismo no se demoró en denostar esa impresión.
Y es que, sin quererlo, Pedro Martínez lastimó con un hit by picht la zona más sensible del Gobierno, quizás tanto como aquel memorable pelotazo que le tiró a Karim García el 11 de octubre del 2003 y por culpa del cual se armó la reyerta con Don Zimmer, el coach de banca de los Yankees de Nueva York, a quien Martínez llevó al piso de un empujón defensivo.
Quizás Martínez ignoraba que ante la pérdida de su fe ética el Gobierno se aferra con todas las garras al discurso del progreso. Los costos para sostener esa retórica superan por miles los millones de dólares ganados por Martínez en todo su paso por las Grandes Ligas.
La prensa libre es eufemística; ha sido beneficiaria de las formas más obscenas de compra: paquetes de publicidad, pagos por asesorías ficticias, membresías en consejos de administración de dependencias descentralizadas, nombramientos de parientes y vinculados en la nómina pública, cargos adscritos al servicio exterior.
Pocos gobiernos han pagado tanto para “convencernos” de que andamos bien. El libreto del crecimiento y la estabilidad es para Danilo Medina, según sus asesores, la visa segura al Salón de la Fama; obvio, sin hablar del monstruoso endeudamiento que apalanca sus números ni la corrupción que trastorna su credibilidad. La estrategia de esa publicidad responde a una inteligencia manipuladora perfilada por Joao Santana, la misma que empujó los logros del Partido de los Trabajadores de Brasil en el poder, esos que prontamente se desinflaron por la bárbara corrupción de sus gobiernos y su siniestra industria del soborno.
Una de las defensas infranqueables de los gobiernos de Medina ha sido el control de la prensa. Ningún gobierno en la historia ha contado con una plataforma tan inmensa y fuerte de sumisión mediática. La prensa libre es eufemística; ha sido beneficiaria de las formas más obscenas de compra: paquetes de publicidad, pagos por asesorías ficticias, membresías en consejos de administración de dependencias descentralizadas, nombramientos de parientes y vinculados en la nómina pública, cargos adscritos al servicio exterior. Para los dueños de medios los esquemas retributivos han sido más disimulados: contratas de obras y servicios del Estado a través de sociedades vinculadas, dispensas aduaneras, tratamientos privilegiados en el otorgamiento de permisos, licencias y concesiones públicas. En su afán por enajenar la opinión, las maniobras del Palacio han sido voraces hasta alcanzar a gente de la farándula más menuda y barata. Se trata de un oscuro esquema de control que busca convertir en dogma la leyenda errante del “crecimiento y el progreso” como base del populismo de nuevo cuño del danilismo, realidades que no han conocido ni por su sombra los barrios por los que Martínez ha vuelto a andar.
La autocensura es otra de las formas sutiles empleadas por el Gobierno para evitarse críticas. Ha inducido un extraño ambiente de miedo en círculos influyentes de opinión. Así, deshonró algunos símbolos de poder, como el alto empresariado, aunque esa elite no ha necesitado de grandes empeños disuasivos para plegarse a los gobiernos. Esta vez, sin embargo, colgó su recato cuando una buena parte de sus iconos se integró al Gobierno bajo el pretexto de una alianza coctelera de competitividad y ni hablar del oficio aséptico que de rodillas tuvo que hacer el presidente de su gremio para purgar a Punta Catalina de sus hongos y costras. ¿Y qué decir de los academicistas, usados para validar, con sus cansados prestigios, las tramas y despropósitos del Gobierno?
Pedro Martínez, al emitir su juicio, tuvo la mejor perspectiva de los dos mundos: la realidad arrimada que dejó en los barrios y que sigue viendo en la misma postración, y la del hombre de negocios que es hoy, desafiado por las escasas oportunidades de inversión en una economía impenetrablemente concentrada y sujeta a una pasmosa fragilidad jurídica; un sistema de vida desigual donde los ricos son más ricos y los pobres, callados por los subsidios, sin horizontes de realización.
Esa es la verdad viviente que respira y malvive la mayor parte de los dominicanos, ajena a las cifras, a los porcentajes, a los índices, a las mediciones comparadas, a las calificaciones financieras internacionales y al roce del proclamado crecimiento. En esos análisis abstractos no se conocen los beneficiarios concretos del progreso ni el real impacto de una poderosa economía sumergida sostenida por las más variadas fuentes no registradas.
Vivimos así el frenesí del fracaso más exitoso con un Estado impedido de mantener una red de hospitales viables, un sistema educativo digno y una seguridad social humana a pesar de casi medio siglo de crecimiento económico. Nuestro futuro se ha quedado en manos de un nuevo pelaje de ricos impunes ante la dejadez de una sociedad fóbica. Y aquel que no comulgue con el credo del bienestar es sospechoso de todo. Solo se dan el exquisito lujo de criticar sin coerciones los que tienen las bolas de Pedro Martínez y una cierta independencia económica. Y es que es un reto lanzar en una liga donde los árbitros están parcializados o con problemas visuales. Esos que ven y declaran como bolas las rectas de 105 millas en el mismo centro del plato.