El ámbito de esta poesía   no es tan sólo el de la naturaleza sino también el de la mujer. Ambos constituyen, en verdad, el espacio real de su experiencia en el mundo. Ambos participan de un doble signo: paradisíaco e infernal a un tiempo. La plenitud en la naturaleza o en la mujer es igualmente abismo o experiencia del abismo; además, una y otra están regida por la energía: el deseo. Así como aquélla es, para Dionisio de Jesús, un campo erótico, la mujer es sobre todo, por su parte, fantasía, cuerpo. Las raíces más oscuras de su alma, dice en  un poema,  son “los años desangrados por tu cuerpo”.   Por otra parte, la pasión erótica de Dionisio de Jesús es una de las formas del desarraigo existencial. Es una pasión  nómada. Se cumple  siempre en lugares de tránsito—colmadones, bares, arrabales envenenados,  y sobre todo en lugares asociados al alcohol.

El amor es un vacío,/La imagen es posesión del poeta con vaso de Cerveza en el Dumé” (p 144).:

A partir de la aparición de su primer libro, Axiología de las sombras (1984), la poesía de Dionisio de Jesús se configura con claridad—entre otros sentidos que no niegan éste—como una firme vocación que podríamos llamar de exploración mística de  lo perverso. A este respecto, Dionisio de Jesús debe ser designado como “el”  perverso de la Generación de los ochenta, como aquel que encarna la esencia de la perversión – quizás se trata de un nuevo Luis Alfredo Torres—cuando los otros perversos, León Félix Batista, Adrián Javier y Plinio Chahín, están  enfermos y sufren, también, sus propias derrotas.

 Lo perverso en esta obra es la abyección del cuerpo, que remite a   la blasfemia, e incluso a  la perversión  de todos los sentidos. Entre el anclaje en lo abyecto y la elevación hacia lo que los alquimistas denominaban en otro tiempo lo “volátil”, en pocas palabras, entre las sustancias inferiores—del bajo vientre y del estiércol—y las sustancias superiores—exaltación, gloria, superación–, existe una curiosa proximidad, hecha de negación, de escisión, de repulsión, de atracción.

El cuerpo carnal, descompuesto o magullado, o por el contrario sin contacto y sin estigma, fascina y enloquece al poeta. Esta relación particular con la carne se debe sin duda al hecho de que el cristianismo es la única religión en la que Dios se encarnó en un cuerpo humano a fin de vivir y morir como víctima. De ahí el status concedido al cuerpo en esta obra. Por un lado, este se contempla como la parte viciada del hombre, océano de miseria abominable vestidura del alma, y por otra, está comprometido a la purificación  y  la resurrección: “El cuerpo del cristiano, vivo o muerto”, escribe Jacques Le Goff, “se halla a la espera del cuerpo de gloria que revestirá si no se complace en el cuerpo de miseria. Toda la ideología funeraria cristiana jugará entre el cuerpo de miseria y el cuerpo de gloria y se ordenará en torno al desgarramiento del uno hacia el otro”.

Dicho de otro modo, en  Lo comedio por lo bebido, publicado por Ediciones Ferilibro, en  el año 2010,  y que abarca, hasta ahora, toda la poesía publicada por Dionisio de Jesús, la inmersión en lo abyecto rige el acceso a un más allá de la conciencia—lo subliminal–, así como a la sublimación en sentido freudiano, pues  la travesía del sufrimiento y la degradación a la inmortalidad prefiguran  un sentido apocalíptico.

“Al fin de esta mesa estamos los que nunca estuvimos…,/Con la devoción de ser nadie en este vino,/Con la sombra espléndida de la pesadilla y los despojos” (p.210).

Según estos versos, el hombre debe persistir en su fe, soportar sus sufrimientos, aunque sean injustos, y jamás esperar respuesta alguna de Dios, pues queda fuera de toda súplica que Dios lo libere de su caída y le revele su trascendencia. Desde esta perspectiva, la salvación del hombre reside en la aceptación de un sufrimiento incondicional.

Tal es la razón de que Lo comido por lo bebido, obra piadosa que  relata la vida del autor, puede leerse como un acto de autoflagelación y catarsis. 

Destruir el cuerpo físico o exponerlo a los tormentos de la carne: tal es la extraña  voluntad  del autor. Se trata  de construir  un espacio de promiscuidad afectividad, donde el poeta, sentado en su trono de excrementos humanos, los pies en un pantano inmundo, se come desesperadamente los miembros putrefactos de los hombres muertos; o bien, fermenta su vino en sus propias inmundicias, o, más aún, es un ser sin estirpe ni abolengo, un paria, sorprendido enfandosamente  en las más escandalosa de las orgías. Pero esta degradación, por completa que pueda ser, no le quita al creador ni sus títulos ni sus derechos. A la caída de Lucifer, a la caída del hombre, Dionisio de Jesús añade la caída divina.

Siguiendo el modelo de este decir, rebosante de mortificaciones, Dionisio de Jesús inventa, privándose de su propia presencia, una especie de parque erótico, entregado a la combinatoria de un goce ilimitado, donde encontramos los mismos cuerpos, mancillados y alabados, atormentados y desnudos.