“Un elefante se come de a poquito, así mismo es el caso de la educación que va mejorando despacio”, (politólogo uruguayo, Diego Arache).

Hay muchas batallas que debemos pelear en este país. Los escenarios están listos y tienen los ingredientes necesarios y con motivos que sobran. Haré un ejercicio de atrevimiento sólo para despertarnos.

Nuestra primera batalla será, garantizar la sostenibilidad del ambiente, haciendo uso de los recursos naturales bajo la justicia intergeneracional que no agote su capacidad en el presente sin tomar en cuenta el futuro, al cual tienen derechos nuestros descendientes por encima de la avaricia del capital perverso, que no conoce límites.

Erradicar la pobreza extrema, el hambre y el enriquecimiento ilícito de los avivatos tanto en el sector público como en el privado, ya que no sabemos en donde la pus está más concentrada. Uno es compinche del otro y viceversa.

Sostener la esperanza de la juventud, no importa lo que cueste, porque ya no aguanta más decepciones. Los jóvenes ya no saben para que existen en este país, al menos que no sea para las estadísticas. El crimen que está retratando a tantos jóvenes y adolescentes, delata la construcción de una sociedad que no responde a sus expectativas y en la cual no pueden estar ni siquiera como invitados.

Hacer efectivo el mecanismo de reprobación en cualquier etapa del mandato, de un alcalde, un director, un congresista y hasta del presidente que no esté cumpliendo con las expectativas del país o de un conglomerado en particular. Así la elección no se convertirá en un castigo que hay que padecer hasta el colapso de cuatro años.

Implementar una política migratoria coherente frente al pueblo haitiano y frente a los dominicanos que emigran, porque no representamos el espacio geográfico ideal para sobrevivir como especie humana, ni para retornar al final de la ruta.

El comercio con Haití, un socio de mucha importancia, debe resolverse por su ubicación estratégica y por las oportunidades que ofrece a los productores nacionales, ante una población hambrienta y sin posibilidades para producir por sus condiciones ambientales antrópicas.

Capacitar y educar, desde la escuela hasta la universidad, atendiendo a las aspiraciones de la sociedad por lograr un entramado social más equitativo, no la satisfacción de los intereses de una oligarquía sanguijuela que nos desangra. Así no tendremos profesionales corruptos cuyo saber está acorde con lo más nefasto, sino profesionales humanos, que sienten y padecen con la colectividad, llamados a luchar por superar lo adverso.

El narcotráfico y la vinculación de autoridades que son los llamados a combatirlo, nos ha puesto en jaque mate. Ahora, hemos llegado a una etapa que debemos demostrar quienes no estamos involucrados en esa barbarie, porque lo ha permeado casi todo.

Nos queda por reafirma nuestra determinación como pueblo soberano, para no acatar las recetas que nos vienen de fuera, de otras coordenadas, dictadas por médicos y yerberos que no han hecho un buen diagnóstico para nuestra realidad