La semana pasada se armó un reperpero mediático porque la viceministra administrativa de la presidencia, Dilia Leticia Jorge Mera, colocó en su escritorio dos banderitas que representan la comunidad LGTB y emitió un breve mensaje de apoyo al respecto. Eso fue suficiente para desatar los demonios de la discriminación que habitan en muchas personas.
Que quede claro de entrada: los homosexuales, lesbianas, transgénero y bisexuales tienen los mismos derechos humanos que el resto de la humanidad (no solo en sus hogares). ¿Cuál es la diferencia? Que son discriminados. ¿Por qué? Dizque porque son contra natura, enfermos mentales, perversos, etc., etc.
Los que así piensan usan con frecuencia a Dios para justificar sus posturas; ese Dios que tanto han manipulado los opresores a través de la historia. ¿Recuerdan la exterminación de los indígenas cruz en manos? ¿Recuerdan la esclavitud de los negros cruz en manos?
Las banderitas que colocó Dilia Leticia en su oficina del Palacio Nacional generaron un reperpero en las redes porque los homofóbicos profesionales quieren mantener toda expresión de validación LGTB excluida del radar social para que prevalezca siempre en el espacio público el discurso de rechazo, discriminación y exclusión.
No me gusta entrar en controversias sobre Dios porque utilizar la racionalidad humana para descodificar los enredos dogmáticos de las religiones es imposible. Pero, de las interpretaciones humanas de Dios, prefiero quedarme con una: Dios es amor, no un verdugo. Y si Dios es amor, ¿por qué rechazaría personas cuyo “pecado” es tratar de ser consecuentes con sus emotividades junto a otras personas adultas que sienten igual?
Imagine usted que a personas heterosexuales las obligaran a establecer relaciones íntimas con personas de su mismo sexo, ¿cómo se sentirían?
Imagine usted que a personas heterosexuales las discriminaran desde la infancia con burlas, boches y represión, ¿cómo se sentirían?
Imagine usted que a personas heterosexuales las enviaran a terapia de conversión para que fueran homosexuales, ¿cómo se sentirían?
Lo que ocurre diariamente a los gais es que están sometidos a un sistema de represión sicológica y social constante a través de múltiples mensajes en la familia, las iglesias, los medios de comunicación, etc., mediante los cuales les remachan que son anormales, que deben ser heterosexuales; o, en el mejor de los casos, que la homosexualidad es solo para el espacio privado, que no pueden mostrar públicamente nada porque sus acciones constituyen un atentado a la decencia.
Las banderitas que colocó Dilia Leticia en su oficina del Palacio Nacional generaron un reperpero en las redes porque los homofóbicos profesionales quieren mantener toda expresión de validación LGTB excluida del radar social para que prevalezca siempre en el espacio público el discurso de rechazo, discriminación y exclusión.
Que muchas personas sean homofóbicas no valida la homofobia. Que las iglesias promuevan y reproduzcan la homofobia no las hace más santas, las mancha. Que los gobiernos establezcan leyes para perpetuar la homofobia los hace excluyentes y anti-derechos.
Ojo: si las personas homosexuales pudieran ser heterosexuales lo fueran; es siempre más fácil vivir como quieren los demás para ser aceptado. El asunto es que la homosexualidad no es una opción como escoger entre un helado de chocolate o de fresa, ni es una simple expresión de rebeldía o de confusión. Es una condición existencial nada fácil de retorcer.
Las opciones reales son reprimir esa condición con el alto costo sicológico que eso conlleva, o asumirla con el rechazo que provocan los prejuicios tan enraizados en la sociedad, y que promueven las diversas instituciones sociales: familia, gobiernos, religiones, escuelas y medios de comunicación.
Las banderitas LGTB con sus colorcitos descuadran el sistema de opresión que a rajatablas quieren siempre imponer los que dominan y oprimen. Ante eso hay que reclamar derechos.
Artículo publicado en el periódico HOY