Me negaba a escribir sobre este suceso. No sólo por la tristeza que me causa el cruel asesinato del joven Fernelys Carrión Saviñón en manos del sacerdote Elvin Taveras, confeso asesino, sino por todo lo que envuelve y arrastra este hecho que lo convierte en tragedia por donde quiera que se mire.
Un joven muerto y además violado, dañado, abusado y sometido por tantos años, víctima de una absurda jerarquía que sirve de refugio para que muchos escondan sus aberraciones y maldad bajo una oscura sotana. Tantos escándalos, denuncias, crímenes y desaciertos de tono sexual, que involucran niños en su mayoría, saltan a la luz pública dejando claro que algo no anda bien, ni en la iglesia ni en la sociedad.
Un sacerdote pederasta y asesino, que confesó haber estado violando a Fernelys desde que era un niño de apenas 10 años y a quien posteriormente mató a martillazos, que ahora siembra la duda de cuántos niños más él ha violado y que tristemente abusó de la confianza a toda una comunidad que veía en él, empezando por la abuela de Fernelys, una figura casi divina.
Una iglesia lacerada, que parece andar cruzada de brazos ante un pueblo que la fe lo mantiene ciego y de rodillas. Entre ellos, la culpa parece eximirse con un comunicado y un avemaría mientras corre la sangre y la dignidad de tantos niños más.
De otro lado, una familia ausente, ajena, desentendida de un hijo y una abuela cegada por la fe que raya en el fanatismo, que a la fecha probablemente debe estar sumida en la culpa mientras su nieto está muerto.
Una comunidad que ante la cotidianidad del abuso, se hizo de la vista gorda para no denunciar la atrocidad de aquella cercanía tan fuera de lugar entre un monaguillo y un cura. Como si el silencio fuera a matar los pecados y comprar el perdón.
La gente ha condenado al cura. No han faltado las críticas duras a los padres y el juicio de valores ante la permisividad de la abuela. También han señalado a la iglesia por cubrir muchas veces las faltas de sus miembros e intentar escudarse en el recurso de la fe. Lo cierto es que culpables hay muchos y dedos para señalar siempre nos sobran. Pero ya no se trata sólo de buscar culpables, lo que evidencian estas tragedias va mucho más allá de un asesinato.
En un video de un reportaje de televisión escuché a vecinas del Cura de las Chalacas, así le decían por su costumbre de repartir de esos dulces entre los niños del sector, no sólo defender al sacerdote, sino justificar en tono casi de lástima, que seguramente Elvin Taveras habría cometido ese crimen bajo desesperación por el nivel de hostigamiento al que Fernelys quizás lo sometió. Que algo grande habría hecho para que ese cura haya perdido los estribos.
Como si el hecho de ser un violador y un asesino confeso no es suficiente para arrancarles la venda, esas mismas mujeres rebosadas de soberbia pregonando que el cura debió darle treinta martillazos más, haciendo referencia a Fernelys, el joven asesinado. Me cuesta no afligirme, que el video no me cause náuseas cada vez que lo vea y me resulta imposible no pensar en mis hijos, en los hijos de esas mismas mujeres que defienden al cura, en los hijos de todos y en la sociedad que heredan.
Una lástima que una canción tan hermosa de Pablo Milanés, me estruje en la cara una realidad tan fea, tan cruel, desalentadora y grotesca. Aquí ya La vida no vale nada y por ahora, no cuenta esperar con que Dios nos agarre confesados no vaya a ser que la confesión nos cueste la vida o la de otros niños más.