La República Dominicana está vapuleada por un virus que ha puesto a los científicos a trabajar contra reloj para encontrar una vacuna que detenga su fuerza mortal. Es la COVID-19, que se pasea por la geografía mundial como dueña de la vida de niños, jóvenes y adultos. Su letalidad es tan intensa, que ya se cuentan en el mundo más de 300, 000 muertes y más de 4,000.000 de contagiados. En el país, las muertes ascienden a 428; y más de 12,000 personas están afectadas por el virus. El ambiente de incertidumbre y de angustia mundial y local es alto, lo cual incrementa otras situaciones críticas en la salud emocional y mental de las personas. Es indescifrable la cantidad de problemas que la COVID-19 genera en las familias y en el personal de las instituciones. Un gran porcentaje de seres humanos sufre con crudeza los efectos de la pandemia que nos azota y cambia radicalmente nuestro estilo de vida, de relaciones y de trabajo. En la República Dominicana, igual que en otros países, la pandemia biológica no camina sola. Lamentablemente, avanza de forma veloz y conjuntamente con otro tipo de virus, el de la instrumentalización política y económica imperante. Este virus ya se ha convertido en otra pandemia tan agresiva como la biológica. Se caracteriza por utilizar al pueblo; lo asume como un objeto de sus intereses nocivos, humana y socialmente. El foco de la falsa solidaridad y compasión son los más empobrecidos cultural y socioeconómicamente. Por ello es fácil asumirlos y tratarlos como una cosa de la que pueden sacar provecho político y económico.
La realidad que planteamos es tan indignante, que manipula hasta la imaginación creadora de los dominicanos. Por esto es normal observar, tanto en sectores del gobierno como de la oposición, acciones político-electorales disfrazadas de una humanidad y misericordia que asombran. Candidatos y funcionarios reflejan una tensa competencia para ver quién ofrece más; y qué tan original es lo que ofrecen unos y otros. Instituciones gubernamentales y privadas le sacan partido al dolor humano; y se especializan en compras y ventas que provocan explosiones éticas. Estas acciones malversan los fondos públicos. De otra parte, los comerciantes y empresarios no se quedan atrás. Con la inteligencia económica y la sangre con el color de ganar por encima de todo, no pierden tiempo para aumentar precios, vender productos con fecha de caducidad ilegible y violentar las orientaciones de Pro Consumidor. Así muestran sus sentimientos de compasión y solidaridad; así enternecen al corazón más duro de este país. Las máscaras del carnaval les quedan pequeñas a los representantes del virus de la instrumentalización. La pandemia biológica es franca y no simula; actúa de frente; su plan es mortífero y lo aplica.
En el contexto de la República Dominicana, constituye una urgencia impostergable clarificarles al gobierno, a los políticos y a los empresarios que lo prioritario es la vida humana y no la instrumentalización política y económica. Resulta difícil encontrar indicadores que testifiquen el interés por la vida de las personas, ya que con fines políticos continúan las aglomeraciones; y las pruebas se encuentran fácilmente en los anuncios, mientras se incrementa la cantidad de contagiados y de muertes. La vida humana ha de ser el foco de atención prioritario. Todos los recursos se han de poner al servicio de la vida sin exclusiones ni demora. Esta prioridad no se opone a la incentivación de la economía. La dimensión económica es muy importante para sostener la vida, pero esta ha de ocupar el lugar preferente. La primacía de la vida ha de reflejarse en las políticas públicas; mucho más en este período en el que la pandemia está diezmando familias y pueblos. No se puede jugar con la vida de las personas; hacerlo es una violación flagrante a los derechos de los sujetos. Además, es una contradicción, puesto que los paladines de la instrumentalización política y económica se auto titulan guías y defensores del pueblo dominicano. Nadie defiende a las personas, si al mismo tiempo las coloca en la ruta de la muerte, por el abandono social y político al que las somete. ¡Vida humana para todos!