Vivir es una tarea incómoda, aparte de dolorosa.  Hay demasiadas cosas que complican y se oponen a este hecho esencial. El mundo suele ser un lugar hostil donde nos encontramos y enfrentamos. A diario nos vemos obligados a trabajar, a resolver problemas de todo tipo, a elegir entre varias opciones, y eso no es nada fácil. El tiempo, la vida misma se nos va en cositas insignificantes y fastidiosas. Cuando elegimos algo, nuestra elección nos compromete por entero. Sufrimos, además, la angustiosa disyuntiva del éxito o el fracaso.

La vida no es para nada un jardín de delicias. Y, sin embargo, hoy se pretende buscar el sentido de la vida en la comodidad. Esa pretensión falsa es el derivado de un largo proceso histórico. Durante los último siglos, la ciencia y la técnica se han empeñado en manipular la materia, dominarla y hacerla cómoda a nosotros. Los resultados de ese notable empeño están ahí, al alcance de los dedos, y son bastante atractivos. Todo parece someterse al imperativo de la comodidad.

Hay quien cree hallar el sentido de su vida en el confort y prefiere lo confortable por encima de todo. Hace de ello un valor supremo, como si no hubiese cosa más importante en el mundo, pero se sorprende de saber que, para otros, hay algo más entre el cielo y la tierra de lo que imagina su filosofía.

El afán de confort ha contagiado por igual a las élites y a las masas de los pueblos. Se ha convertido en el sentimiento de la época. La eficacia pretende ser la norma de la verdad. Se apela a la praxis, a la acción (ventajosa, útil, eficaz) como criterio último de verdad. Lo que cuenta son los resultados prácticos, finales, lo mismo en ciencia que en política, en moral que en sociedad. La verdad del conocimiento reside, pues, en la acción. “No hay más verdad que la utilidad práctica, el buen éxito en el trato de las cosas”, proclaman los norteamericanos. He aquí, resumida, la tesis fundamental del pragmatismo.

Ilustración grafica de Jose Pelletier.
Ilustración grafica de Jose Pelletier.

Este principio, que ha fundado civilizaciones modernas (la norteamericana, entre otras), me parece bastante discutible, pues el confort -como bien muestra Ortega y Gasset- es sólo una cuestión de gusto, una predilección subjetiva, un capricho de la humanidad occidental desde hace trescientos años. Surge con el nacimiento de la edad burguesa, del espíritu burgués, y el burgués es aquel que busca acomodarse plácidamente en el mundo y modificarlo a su antojo. Pero ese afán de confort posee sólo un valor relativo, no absoluto, y en modo alguno es superior a otros valores de la vida. Además, suele ser típico de épocas pragmáticas y utilitarias como la nuestra, no una constante de todas las épocas. La sociedad de consumo ha potenciado al máximo ese afán y lo ha llevado a niveles increíbles de acceso y disfrute.  Considérese, por ejemplo, que hoy basta con un simple impulso digital para acceder no sólo a la mayor información posible, sino también al supremo confort imaginable.  Es el mundo puesto a al alcance de la mano -o de los pies- desde la comodidad del hogar, del automóvil o del teléfono móvil. El afán de confortabilidad se ha erigido en principio e ideal de vida en la era posindustrial. Pero este afán es del todo cuestionable.

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Ortega ha definido la filosofía como conocimiento del Universo o de todo cuanto hay. Pero este universo nos es completamente desconocido. Filosofar es entonces embarcarse en o para lo desconocido como tal, andar por “tierra incógnita”. Lo desconocido es el universo como totalidad, no como porción o fragmento. La terra incognita es ese terreno, ese ámbito peculiar por donde transita la filosofía. Si el filósofo se embarca hoy en y para lo desconocido como tal es porque carece de certezas sólidas, porque le falta un terreno firme en que apoyarse para andar. Pisa tierra movediza, se mueve en un terreno incierto, ignoto. Se mueve, pues, en la incertidumbre, en la completa ausencia de certezas absolutas y la sola presencia de certezas relativas.

Quien escribe o medita sobre la vida, quien trata de perforarla en su misterio hasta lo hondo, sabe que la comodidad es sólo un medio, nunca un fin en sí mismo, un medio que le permite a uno plantearse cuestiones verdaderamente incómodas. No la niega ni la desprecia de manera tonta o hipócrita; al contrario, la aprecia y trata de conservarla, y aun de acrecentarla, pero no por sí misma, sino como vehículo, como condición material para realizar arduos ejercicios y conquistar nuevos territorios. Todo aquel que se preocupa en serio por el problema del existir aquí y ahora debe saber servirse de la comodidad y sus ventajas, pero sólo para intentar llegar hasta las profundas regiones ignotas del ser. Estas regiones son ásperas y abruptas, incómodas de transitar, pero transitarlas tiene no poco de osadía y heroísmo.

No sólo la seducción del poder, también la del confort es una de las tentaciones que debe resistir el espíritu despierto e inquieto. La vida demasiado muelle es un narcótico: deja de despertar e inquietar al espíritu, lo atonta y lo adormece. El taedium vitae puede ser también consecuencia del exceso de comodidad.