El periodismo dominicano está en crisis. En eso hay consenso. Pero ella no ha sido provocada por el impacto del boom tecnológico y los llamados “nuevos medios” durante la última década del siglo XX, como arguyen “integrados” y esnobistas.

El deterioro viene de más atrás, por la pérdida de credibilidad a causa de la corrupción de sus funciones, la subestimación de la inteligencia de sus públicos y la negación a reconocer su estancamiento.

La sintaxis que exige cada plataforma (impresos, radio, televisión, ciberespacio), la calidad de los profesionales de hoy respecto de los pasados, además de las nuevas maneras de consumo de la generación actual, representan otra historia. 

Excepciones aparte, se observa un abandono creciente de la responsabilidad de investigar para informar con veracidad, orientar, educar y entretener, para asumir como bandera la distracción y el encapsulamiento de los perceptores para ponerlos al servicio de los intereses económicos y políticos de los emisores, intereses que no son, necesariamente, los de la sociedad.

UN ESPEJO

El 25 de junio de 2015, en Los García de Pedro Brand, Santo Domingo Oeste, Carla Massiel Cabrera, 10 años, salía de un culto evangélico y fue raptada, violada y asesinada por dos jóvenes infractores de la ley (drogas, abuso sexual), vecinos de la comunidad, que luego la sepultaron en un terreno cenagoso, a medio kilómetro de donde ella vivía con su familia. El cadáver fue desenterrado un año después, el 16 de agosto de 2016, tras la confesión de los autores del hecho, Darwin Trinidad Infante y Juan Cabral Martínez, quienes ahora purgan una condena de 30 años. Víctima y victimarios tenían un común denominador: la extrema pobreza, una familia disfuncional, un entorno inmediato hostil, la sociedad en descomposición y un Estado indiferente.

Aunque las hipótesis sobre el caso siempre apuntaron a rapto, violación y desaparición por parte de personas cercanas, como luego confirmaron las autoridades, una leyenda urbana fue construida desde medios de comunicación a partir de las versiones de los delincuentes. La coyuntura política e intereses económicos favorecieron la desviación del hecho real hacia una mentira socialmente perniciosa.

De repente, según el cuento, no fue violación, sino que una doctora hija del dueño los Centro Médico Integral había pagado a los muchachos para que le buscaran la niña. Y se la llevó, le extirpó los órganos y se los implantó a su padre, quien sufría de cáncer. Y luego se la regresó muerta, para desaparecer el cadáver. Pura ficción.

Y esa historia inventada, inaudita, pero presentada y sazonada como verdad, ocupó páginas y páginas, horas y horas, en los medios de comunicación nacionales. Su impacto fue brutal en el imaginario colectivo, tanto que provocó una paranoia generalizada. Y de paso, colapsó los programas científicos de trasplantes de órganos que tantas vidas salvan.

Una vez más, los públicos, ignorantes del tema, fueron manipulados con vulgaridad extrema e inducidos a repetir esa mentira en redes sociales.

SUS PALABRAS   

No es malo que las versiones de los delincuentes aparezcan en los relatos periodísticos como elementos de contraste y  verificación. Pero de ahí a asumirlos como verdad absoluta, por sensacionalismo o conveniencia económica y política, hay un trecho abismal.

Quien viola y mata, al sentirse “atrapado y sin salida”, para defenderse o vengarse de personas, se “agarra hasta de un clavo caliente”; inventa mil cuentos y deriva culpa en otros. Pero, si logra escapar, reincide sin compasión ante la menor oportunidad.

Y eso es abecé del periodismo ético que pocos practican.

Lo demuestra el caso Carla Massiel, y, en menor medida, el que acaba de ocurrir el sábado 4 de enero, cerca de las diez de la noche, en La Barranca, de Sabana Iglesia, provincia Santiago, donde dos jóvenes (uno con historia de violación) que tomaban alcohol en un colmado, raptaron a Yanelsi Rodríguez, 4 años, se la llevaron a un lugar solitario, a medio kilómetro de su casa, la violaron y la estrangularon.

Durante algunos días, este caso será el insumo para construir un mar de discursos mediáticos plañideros, plagados de lamentos e improperios, fuera de contexto, como si el país no estuviera cundido de niñas y niños que corren el mismo riesgo, pero que nadie irá en su auxilio mientras no suceda la próxima tragedia. Porque así es el amarillismo periodístico.

Ahora solo falta que aparezcan en escena asaltantes de medios y politiqueros, y armen otra leyenda urbana al caro precio de revictimizar a Yanelsi. Matarla dos veces.