“Cuando me preguntan si nací en la Republica Dominicana digo que no, que nací en Santiago de Cuba”. Así me dijo y añadió: “los dominicanos y los cubanos orientales hablamos con el mismo cantaíto taíno”.
Samuel es un cibaeño de Puñal, en una época muy amigo de Radhamés Gómez Pepín, hoy día exiliado en el Bronx junto a sus dos hijos y cuatro nietos que apenas hablan español.
Cuando le pedí a Samuel que me explicara la razón de ese complejo tan peculiar de sentirse avergonzado de ser dominicano, me contestó: “Leete el documento de la Entrevista (Acento, 2 de noviembre del 2015). El interrogatorio que le hizo el Ministerio Público al Dr. Francisco Álvarez Valdéz, hijo de un viejo compañero mío de seminario (ambos no pasábamos entonces de los 12 años)”.
La mujer del Cesar no solamente tiene que ser honesta sino que tiene que aparentarlo. Esa es la tragedia de la cual hemos adolecido siempre los dominicanos.
Después de leer el reporte de “Participación Ciudadana”, resulta y viene a ser que “Las mil y una noches” es un cuentecito de caminos insignificante. Scherazade es una chiquitita raquítica y el gran Visir no es más que un carajito minusválido.
Aquella sentencia de epitafio atribuida al Dr. Francisco Moscoso Puello: “Nuestra historia ha sido siempre el exilio de la razón”, debiera de colgarse a la entrada de todos los tribunales dominicanos.
“El documento mencionado de “Participación Ciudadana” consiste en algo inadmisible en un país que se respete a sí mismo”, dice Samuel.
El dime y el direte del Embajador, invitando a que entreguen las visas aquellos que no están de acuerdo con sus peroratas, verídicas pero anti diplomáticas, (incluyendo los improperios del Cardenal) son chismes de Guachupita ante la trascendencia del Reporte de “Participación Ciudadana” en relación con la corrupción de la magistratura dominicana. El solo leer el reporte hace a cualquier dominicano ausente palidecer de vergüenza y sentirse humillado.
“¡San Caralampio de las azucenas sin raíces! ¿A dónde es que vamos a llegar los dominicanos?”- exclama Samuel casi llorando.
“Sea verdad o sea mentira, este nuevo capítulo inverosímil de la judicatura dominicana desdice de nuestro país, de tal forma que uno se avergüenza de haber nacido en semejante paisaje”- añade Samuel. “Para cualquier dominicano ausente esto es un cáncer terminal”- dice, remachando el clavo.
Hace más de treinta años a mí me tocó presenciar la agonía de la “Universidad Mundial Dominicana”. Desgraciadamente, el asunto terminó en los tribunales, después de años de prosperidad y avance académico innegable, basado en el concepto de la educación superior al alcance de todos (Communiy College).
“Hay que darle al juez su mesada”, le dijeron al rector en mi presencia. A mí me pareció una estocada de inmoralidad sin escrúpulo alguno, pero así se hablaba en la Dominicana de finales del siglo veinte, como si fuera la cosa más natural del mundo, antes de que el gran Elito (ya ciego) volviera a tomar las riendas de un país que estaba mucho más ciego que él. Aparentemente, sin embargo, la ceguera continúa y ha continuado siendo el pan nuestro de cada día en un país cuyos ciudadanos no se respetan a sí mismos.
Las autoridades educativas accedieron a la referida mesada y ganaron en primera instancia. Sin embargo, en apelación, presidida por un juez nacido en Barahona, se volvió con otra estocada trapera: “Hay que mojarle el pico al juez de la corte de apelación porque la otra parte ya lo hizo”. Y así se hizo, a través de un emisario.
Recuerdo al connotado jurista Báez Brito (Dios lo tenga en su gloria) incidentando como otro Maurice de Telleyrand de Perigord, aquel estadista parisino que se convirtió en la mano derecha de la diplomacia napoleónica. Telleyrand de Perigord había sido obispo católico y ahí se había entrenado en la faena de decir que “sí” diciendo que “no” al mismo tiempo. Así se convirtió en el Capa Blanca de la diplomacia europea.
El reporte de marras de Participación Ciudadana (PC) es un reflejo fiel del estado actual de la judicatura dominicana. Sin embargo, el asunto no es si la acusación sea cierta o no, o de que la magistrada implicada esté o no diciendo la “verdad” o, más bien, la “verdad” la esté diciendo el otro juez, su supervisor inmediato, que sirvió de “intermediario”. Eso tendrá que ser aclarado en los tribunales.
El asunto es que tradicionalmente la Suprema Corte de Justicia es intocable y ha sido considerada “sagrada”, libre de toda corrupción, el “sanctus sanctorum” de la judicatura dominicana. Esta tradición ahora ha sido mancillada, creando un precedente, un nuevo paradigma, en la historia de la jurisprudencia dominicana, independientemente de la veracidad de los hechos.
Después de estos acontecimientos, no debe extrañarnos que muchos dominicanos ausentes, como Samuel, renieguen de su condición de dominicanos, sintiéndose más que escandalizados y humillados. Este caso rompe las barreras de lo tolerable y, como decía Francisco Moscoso Puello, equivale a un verdadero exilio de toda lógica y de toda razón.
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