Pocas veces la vida ofrece la oportunidad de reivindicar la nobleza de alguien. Cuando por situaciones, sean cuales sean, se ha puesto en duda la bondad de alguien, uno se lamenta pensando que la cuadra ruda, los malos, han triunfado.
Pasa en todos lados. Y creo que pasa quizás, porque por la misma naturaleza del ser humano, el bondadoso no se afana en demostrar ni reafirmar su lealtad. En cambio, la maldad se presenta insistente, afanosa, inoportuna y muchas veces vence por cansancio.
Sin embargo, tarde o temprano la vida siempre pasa factura y nos sirve, sin muchas pretensiones, la oportunidad de uno arreglar las cosas y poner todo en su lugar. Ahí es cuando retorna la fe y se siente dichoso.
Me pasó con una amiga. A quien una situación inesperada le había robado el ánimo y en cierto momento casi casi la somete a un rincón. Inmerecido, conociendo yo su calidad humana y por demás injusto, por venir de una persona conflictiva y maliciosa.
Con la sabiduría que la adorna, de esa inteligencia que brota como natural, supo esperar y cuando se desesperaba, por la típica impotencia que abruma hasta al más paciente de todos, estuve ahí para sacudirla y recordarle su temple.
Hace unos días, la vida puso todo en su lugar. Sin buscarlo, sin salir a hablar, sin montar una campañita ni desacreditar a nadie, me concedieron la palabra y pensé en mi amiga. La verdad se presentó en vajilla de oro y porcelana y yo estuve ahí para servir el banquete a sus anchas.
La vida me dio la oportunidad de reivindicar la nobleza de mi amiga y no la desaproveché. Sin sacrificios, sin maldad y aunque suene muy a lo Arjona,sin daños a terceros.
Me sentí dichosa. No solo triunfaron los buenos, también ganó la amistad. Y los amigos, como la familia que uno escoge, son un regalo maravilloso de la vida.
Especialmente las amigas, porque entre nosotras, existe una complicidad casi divina que no se da entre los hombres. Probablemente porque entre caballeros los conflictos no llegan tan lejos ni crecen tanto como el espagueti.
Fuera de lo personal, comparto la reflexión porque sin saberlo, mi amiga me regaló el título de este artículo y porque el mismo carga con todo: el valor de la amistad, la paciencia, la lealtad, el cariño y sobre todo, porque la verdad es como el corcho, por más trillado que suene.