En el primer artículo expusimos algunas ideas fundamentales sobre el análisis de la realidad coyuntural y estructural que se hace en el texto de la carta encíclica Fratelli Tutti, del Papa Francisco. Decíamos que la constante era el llamado a la apertura a la solidaridad fraterna y sororal, en un mundo donde hay tantas señales de cerrazón a establecer relaciones armónicas y reparadoras entre las personas y demás seres vivos. En este segundo artículo expondremos algunas de las ideas expuestas sobre la relectura que se hace en la encíclica del texto bíblico de Lucas 10,25-37, para iluminar la realidad expuesta.
1.- El texto de Lc 10,25-37
Para el lector o lectora de estas líneas es oportuno recordar, de manera sucinta, el argumento del texto, llamado tradicionalmente “El buen Samaritano”. Se trata de una narración en el que un maestro de la ley judía le pregunta a Jesús: ¿Qué tengo que hacer para heredar vida eterna? Jesús lo remite al texto de la Ley judía contenida en los primeros cinco libros de la Biblia. El responde y hace referencia al mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Jesús, entonces, le dice: “Haz eso y tendrás la vida”. Pero el jurista siguió preguntando: ¿Y quién es mi prójimo?
Jesús entonces hace una narración para responder a la nueva pregunta. Plantea que bajaba una persona de Jerusalén a Jericó, fue asaltado, herido y dejado medio muerto. Pasaron por el lugar un sacerdote y un levita (ayudante del sacerdote), quienes probablemente volvían a su casa después de agotar su turno de servicio en el Templo de Jerusalén. El texto destaca que tanto el sacerdote como el levita, vieron al herido, pero dieron un rodeo y se alejaron. Pero un Samaritano, una persona de la región de Samaría, lo vio, tuvo compasión, se acercó al herido, le curó las heridas, lo montó sobre su cabalgadura, lo llevó a un lugar de acogida y lo cuidó. Allí lo dejó bajo el cuidado de la persona encargada, asegurándole que pagaría los gastos, cuando regresase. Jesús, entonces, preguntó al Maestro de la Ley, cuál de los tres se comportó como prójimo. El jurista contestó: “El que tuvo compasión de él”. Jesús, entonces le dijo: “Vete y haz tú lo mismo”.
2. El trasfondo del texto
Ante la pregunta del Maestro de la Ley, de qué tiene que hacer para heredar la vida eterna, lo que pareciera hacer referencia a una vida de bienestar, después de la muerte, Jesús lo sitúa en el presente, en las relaciones basadas en el amor solidario entre las personas en las relaciones cotidianas.
La encíclica papal hace referencia a otros textos bíblicos que sirven de base al mandamiento del amor a Dios y al prójimo. No obstante, en las tradiciones judías, el imperativo de amar y cuidar al otro parecía restringirse a las y los miembros de una misma nación. De hecho, el antiguo precepto «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) se entendía ordinariamente como referido a los connacionales judíos. Jesús, en cambio, plantea una inclusión que supera las fronteras de Israel: «Traten en todo a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque en esto consisten la Ley y los Profetas» (Mt 7,12).
3. El herido abandonado, los personajes y la historia que se repite
La historia narrada en el texto de Lc 10,25-37, se repite continuamente: “Se torna cada vez más visible que la desidia social y política hace de muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado, donde las disputas internas e internacionales y los saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado del camino”. (No.71).
Tampoco valen las posturas hipócritas; pues, “si extendemos la mirada a la totalidad de nuestra historia y a lo ancho y largo del mundo, todos somos o hemos sido como estos personajes: todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del buen samaritano”. (no. 69).
El texto señala que, ante el hombre herido en el camino, dos personas, el sacerdote y el levita, pasaron a su lado, pero huyeron y no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la sociedad en el templo y en las comunidades. En contraste, el samaritano, lleno de compasión, practicó la solidaridad con la persona herida en el camino de la vida.
4. Ser y actuar como el buen samaritano
Ante tanto dolor, ante tanta herida, la salida más adecuada y digna es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor de la persona herida en el camino.
La urgencia de la compasión y la solidaridad ayuda a comprender el valor de la parábola del buen samaritano: no se trata de preguntar si la hermana o el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el amor el que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. Amor que sabe de compasión y de dignidad.
En definitiva, la lectura reflexionada sobre el texto del buen Samaritano puede servirnos para desafiar nuestras conciencias cotidianamente y fortalecer nuestras prácticas solidarias, en estos tiempos de pandemia global; aceptando el desafío de Jesús y su exhortación siempre abierta: “Haz eso y vivirás” (Lc 10,37).