"El mismo diablo apelará a las Sagradas Escrituras si estas van bien a sus propósitos”. William Shakespeare.
Por cómo han sido, y como se ven las cosas ahora, en busca de cambios democráticos, o por lo menos de una nueva ambientación política en el país, me pregunto, y sé que otros se preguntan: ¿qué clase de gente es la de los políticos de izquierda y del progresismo; qué nos anima a participar en la política; somos gente sin conocimiento y sin sentido de la historia, ni de las categorías de análisis de la política; es la República, o es el Ego el espacio principal en que actuamos?
Las preguntas son objetivas.
En este momento, cuento que hay en el país 73 grupos, y hasta confraternidades sin una síntesis mínima de un pensamiento o una plataforma de principios y propósitos, que actúan como proyecto político; además de movimientos y partidos, que hacen parte del litoral progresista y de izquierda.
En los últimos 25 años se ha movido en América Latina una tercera ola de cambios progresistas, marcada por el inicio de la revolución bolivariana en Venezuela, y no ha tenido una expresión mínima en República Dominicana.
Pero hubo dos olas anteriores, la de los años de 1950 que tuvo su más alta expresión en el triunfo de la revolución en Cuba; y la segunda, en los años de 1970, en la que triunfó la revolución sandinista, y avanzó bastante en El Salvador.
Aquí, apenas ha habido un tenue avance, muy fugaz, de democracia electoral, cuando el Dr. César Estrella Sahdalá presidió la Junta Central Electoral, entre 1994- 97, que por lo menos redujo el peligro del fraude electoral. Pero todo eso ha vuelto atrás.
Seguimos cantando las glorias de los revolucionarios de 1949, 1959, 1963, 1965, 1972 y 1973; sin hacer en cada circunstancia lo que corresponde hacer para mover el país hacia delante.
Hemos desperdiciado muchas posibilidades de avances. En las elecciones de 1962, las primeras tras la caída de la dictadura de Trujillo, hubo una buena posibilidad de avanzar, pero entonces la izquierda más relevante del momento llamó a no votar. En 1978, se presentó la oportunidad de pactar un acuerdo de cambios democráticos, pero algunos le hicieron el juego a Balaguer contra el PRD de entonces; otros llamamos a no votar, y unos poquísimos tuvieron el buen juicio de por lo menos insertarse en la corriente del cambio por donde iba casi todo el pueblo. En 1994 y 1996, cuando había la oportunidad de una inflexión en el rumbo político, una parte significativa del progresismo favoreció la pervivencia política y social del neotrujillismo, apoyando al Frente Patriótico (PLD y el Partido Reformista Social Cristiano), contra el Dr. Peña Gómez.
Estos dislates de parte del progresismo y la izquierda siguen; ahora también, en la coyuntura electoral que se está configurando, en la que cualquier iniciado en política, puede concluir en que es imposible que con el PLD en el poder haya cambios democráticos; por lo que, si se reclaman esos cambios, hay que derrotar ese partido, y para eso es vital unir a muchos opositores, dada su hegemonía en el Estado, y por esto, hegemónico también en la sociedad.
¿Qué es lo que pasa con esto último, y puede que con todo lo anterior?
Entre otras, me parece una incongruencia de algún político ( la Real Academia de la Lengua establece que así debe decirse sea varón o hembra), que se autocalifica "alternativo"(varón o hembra), y amparado en ese adjetivo, rechaza una alianza amplía para derrotar al PLD en el 2020, y hasta descalifica a los que somos partidarios de la misma, aunque muchos de estos partidarios no hayamos sido, no somos, ni seremos empleados a ningún nivel de gobierno alguno, a menos que este sea el resultado de una revolución popular. Y menos de lo que resultó del Frente Patriótico con el neotrujillismo.
¿Son alternativos? ¿A quién? ¿Al PRM, como siempre lo fueron al Peñagomismo? ¿O a qué?
Uno, que como es mi caso, se pretende marxista- leninista, debiera apelar al análisis de clase para explicar estas conductas, y de verdad se puede desde esta racionalidad teórica, si reconocemos que el nuestro es un país dominado por la pequeña burguesía, “ruidosa y arribista”, como la calificó Carlos Marx.
Pero no debemos descartar otra perspectiva de análisis, la del Ego, del débil principalmente; concebido por Inmanuel Kant como “una entidad”. Que distorsiona la realidad, y en su falta de sencillez y cargado de soberbia, la acomoda a su propia visión, convirtiéndola “en ilusión y fantasía”.
El ego es dimensión de lo personal, de lo privado; pero una vez los egos se involucran en el partidismo político, pasan a la esfera de lo público, a la cuestión de la República, en el caso de nuestro país, donde no hay una Monarquía como forma del Estado, aunque haya quienes con actitudes de monarcas.
Es de reflexionar con seriedad, cuánto influye el Ego en los asuntos de la República; el débil principalmente; con una necesidad extrema de ser reconocido o reconocida. Y cómo obstruye procesos, si es que estos no llevan agua a la “entidad” que es su Yo.
A menos que no atribuyamos todo a nuestra condición tropical.