Cubiertos por la sombra de la indiferencia cómplice de las máximas autoridades y de algunos sectores políticos e intelectuales, en plazas públicas, en pasquines difamatorios impresos, en las redes sociales, en programas radiales y televisivos en artículos de prensa escritos por altos dirigentes políticos y uno que otro intelectual, se incita al linchamiento moral y físico contra quienes defendemos el derecho a la nacionalidad dominicana de decenas de miles de dominicanos de origen haitiano, que por ley les corresponde.
Como la pus en los cuerpos infectados, brotan y rebrotan las amenazas de muerte y la violencia verbal que en nombre de un malhadado nacionalismo hace un puñados de exaltados contra ciudadanos ejemplares, que por décadas se han batido por la mejores causas de este país y que tienen un amplio reconocimiento en los más respetables círculos políticos nacionales e internacionales. La bestia de la intolerancia se equivoca si cree que la violencia verbal acallará nuestras voces, pero es necesario que el gobierno tome las providencias de lugar para evitar cualquier acto de trágica e irremediable violencia física contra cualquiera de los defensores de los derechos ciudadanos a los referidos dominicanos, que por ley les corresponde, por el impacto nacional e internacional que eso produciría.
…la condena a la tolerancia no debe limitarse a una justa condena a las acciones de los intolerantes sembradores de odio contra el grupo de comunicadores amenazados, sino atacando la raíz del problema: la pretensión de negar sus derechos a los dominicanos de origen haitiano
No se puede subestimar el clima de odio y acoso que de manera sistemática está creando en la sociedad dominicana un puñado de intolerantes, no se pueden minimizar las raíces de la ancestral tendencia hacia intolerancia, el racismo y la xenofobia que a lo largo de nuestra historia se ha difundido en nuestro país, las cuales han sido ampliamente documentadas por importantes pensadores dominicanos.
No pocos historiadores resaltan el hecho de que la fundación de la colonia de Santo Domingo, se inicia en un año crucial en la historia de la humanidad: 1492, fecha de la expulsión definitiva de los judíos de España, del final del poder de los árabes en ese país y del resurgimiento de la tenebrosa Inquisición.
Ningún historiador realmente serio niega que de alguna manera, elementos esenciales de la intolerancia contra los percibidos como extranjeros, de “sangre impura” como la Inquisición española se refería a los musulmanes y judíos, rebrotan en determinadas coyunturas de la vida político/ social de algunos países de esta región y que forman parte del entramado ideológico/político de algunos sectores de sus respectivos bloques dominantes.
Ese sustrato se ha mantenido en la sociedad dominicana y a ellos apelan los sectores del ultranacionalismo enquistados en importantes áreas del gobierno, con la indiferencia cómplice del jefe del Estado y bendición del Cardenal. Aprovechando esos puestos, propagan su veneno contra quienes nos oponemos al carácter ilegal, de las medidas, que recurrentemente toman instituciones del Estado, como la Dirección de Migración, la Junta Central Electoral y en cierta medida el Ministerio de Interior, contra los nacionales dominicanos de origen haitianos
Los pasquines amenazantes y difamatorios contra quienes denunciamos los atropellos contra esos dominicanos ha sido tomado en serio por sectores de la vida nacional e internacional y las condenas no se han hecho esperar, como tampoco el gobierno debe esperar a que la bestia de la intolerancia provoque una irreparable desgracia. Pero, la condena a la tolerancia no debe limitarse a una justa condena a las acciones de los intolerantes sembradores de odio contra el grupo de comunicadores amenazados, sino atacando la raíz del problema: la pretensión de negar sus derechos a los dominicanos de origen haitiano.
El Gobierno debe detener las diversas formas de las referidas amenazas, eso es su responsabilidad, pero lo es más para aquellos partidos que se reclaman de oposición, cuyo discurso sobre este tema, en algunos casos, se queda en las generalizaciones y tiende a no ser lo suficiente mordiente. Incluso, por momentos se queda, sino en generalidades intrascendentes, en la ambigüedad complaciente, para no enfrentar a los sectores de la intolerancia.
Eso ha pasado con sectores de izquierda en Europa y el costo pagado ha sido el auge del ultranacionalismo y la pérdida de influencia en los sectores populares, En la lucha con la intolerancia ultranacionalista y xenofóbica, la ambigüedad no tiene cabida. Solo pierde la democracia y los demócratas.
Aprendamos la lección.