Una de las virtudes de la entrañable Miriam Germán es su constancia, su coherencia y valentía; a las que se les suman la sencillez y su defensa y practica del principio, para decirlo con Kant, de no “evadir su deber de la acción necesaria respecto a la ley”. Es por eso que su voto disidente frente a la decisión del al tribunal que conoció el recurso de apelación de los imputados de sobornos por la empresa Odebrecht no ha sido el único voto disidente por ella emitido frente a decisiones de sus colegas que, a diferencia suya, en algunos casos han votado conforme al interés del poder de turno. Con su actitud, la magistrada Germán, nos indica que frente al poder un juez no sólo debe ser independiente sino, de ser necesario, tener la entereza de combatirlo.

Con la demostración del carácter mostrenco del expediente acusatorio de la Procuraduría  de la Republica y la pobre interpretación que de ella hizo el juez que condenó a los referidos imputados, la magistrada  Germán no sólo ha dado cátedra del buen derecho y de la justicia sino del significado de la ética, de la independencia en la práctica profesional, no solo válida para sus colegas, sino para aquellos profesionales e intelectuales que han sucumbido ante la presión del poder, de muchos que han tirado por la borda sus trayectorias de lucha por país mejor. Y es que la vida personal y profesional de Miriam Germán discurre en el “ámbito de la “modestia, la vergüenza, la temperancia y la decencia”, virtudes estas que definen la templanza, para decirlo con Bobbio.

Ella actúa en base a su conciencia, lejos de la frontera del miedo y desafiante reafirma su defensa de los pobres, los perseguidos por sus ideas políticas, y coherente con el principio de la ley y la justicia defendiendo igualmente a aquellos que considera inocentes, sin importar condición social o política. Lo dice como advertencia al maledicente de siempre y para expresar implícitamente su convencimiento de que no sobre todos los imputados existen pruebas suficientes para someterlos a juicio y mucho menos apresarlos con la aparatosidad con que lo hizo el Ministerio Público. También, como testimonio de donde viene y de sus legítimas e irrenunciables convicciones en sentido general.

Con rigor, demostrando templanza, nos llama a la prudencia al momento de emitir juicios sobre presuntos culpables de hechos delictivos que, como en este caso de los sobornos de Odebrecht, concitan una generalizada, espontánea y natural tendencia a la exigencia de justicia, llevando a muchos a ligereza de acusar a personas que podrían ser susceptibles de alguna sanción por algún hecho, pero que no siempre lo son del que se les acusa. Con eso nos da una rigurosa y valiente lección, planteando la discusión sobre la culpabilidad o no de algunos imputados sumariamente inculpados de parte de sectores del poder, y contrario a este, sin reflexionar sobre si eran o no sostenibles las acusaciones que se les formulan.

La historia está llena de momentos de condenas reales y morales a personajes de todas esferas de la sociedad, en las cuales el debido proceso no se ha respetado y en los  que paradójicamente coinciden el poder que acusa  la generalidad de la gente que se opone a ese poder. Son los momentos en que la pasión por la justicia impide ver si objetivamente el acusado es o no culpable del hecho que se le atribuye. Con ello no quiero decir que todos los imputados en el caso en cuestión no lo sean, sino que algunos podrían no serlo y lo que es peor, que llevándonos del legítimo reclamo de la justicia inconscientemente  apoyemos la  injusticia. Sin, en este caso, ver que el mamotreto que preparó el Ministerio Público se hizo de manera politiquera y con la firme decisión de distraer y no enfrentar el fondo de la cuestión: las sobreevaluaciones de Punta Catalina, en la cual está envuelto el Presidente y su entorno.

Con su rigor, Miriam da una lección de derecho y un aliciente, pues nos permite constatar que a pesar del lodazal en que discurre la justicia dominicana en ella hay gente pulcra con la cual hay que contar en un proceso de cambio político en país.