“Nosotros debemos estar donde nos parecemos” (Piedad Córdoba, senadora colombiana).
Es común en los pueblos y las comunidades por pequeñas que sean, sus pobladores inventan cualquier excusa que les permita juntase de acuerdo a los intereses que comparten. Y uno descubre que los intereses terminan pareciéndose a las gentes; o mejor dicho, los intereses son un retrato de las gentes. Sus gestos, sus símbolos, su comportamiento, su lenguaje expreso y el lenguaje que se esconde en las entrelíneas de sus palabras, reflejan su visión del mundo, quienes son y a lo que aspiran. Los disfraces no valen, se quedan sin cabida.
La cotidianidad nos enseña cómo los ladrones hacen pandillas; los atracadores, equipos para hacerse eficientes; los narcotraficantes forman carteles para la eficacia; los corruptos y avivatos, hacen grupos en los partidos para garantizar mayores beneficios y representación; en los gobiernos, hacen asociación de malhechores para sacar provechos de los ineptos, quienes somos más: no roban, nos chupan, engordan. Los oligarcas se asocian en mil formas como las corporaciones, las fusiones para escapar del naufragio, o por lo menos, asegurar la nave donde han de seguir siendo capitanes. Mientras el poeta peruano, José María Argueda, nos aconseja “hacer la solidaridad de los miserables”.
Incontables son las veces que existe la tentación de desistir. O nos visita de manera inoportuna la tentación hacia la neutralidad y la indiferencia, frente a un desierto que cada día ocupa más espacio a nuestro alrededor. Un desierto que da la impresión que va anularlo todo, incluso a nosotros mismos, y que nos deja la sensación mental solapada que bien retrata la figura literaria de Ciro Alegría “El mundo es ancho y ajeno”.
Es preocupante las escenas que se observan por doquier, pan nuestro de cada día, de una sociedad con tantos rasgos y hasta el rostro de una fantasía inverosímil, haciéndonos parte de un espejismo que se ha ido construyendo por nuestra falta de criticidad y de postura seria de indignación; una ilusión que tarde o temprano no será capaz de resistir la radiación inmisericorde del mediodía. De por sí, ya estamos viendo aflorar los signos de nuestra podredumbre social producidas por los patógenos que fueron incubados ante nuestras narices. Sé y esto no me sorprende, que estamos enredados en la sintomatología de una explosión postmoderna, que no es más que un espacio huérfano, “una realidad amenazante, de la que difícilmente escapemos si mantenemos con ella una relación de complicidad o de franca ignorancia” (Celso Medina).
La realidad que vivimos ha echado por tierra todos los pronósticos y todas las fronteras posibles, permeando hasta lo imaginario y amenaza con esparcir con viento huracanado, una contaminación sin precedentes en los vaivenes de nuestra historia nacional.
Estamos viviendo, en estos momentos, al lado de una generación que sólo cree en la exaltación del instante y una idolatrización del presente, que no tiene como fuente el pasado ni como meta el futuro, sino el ahora, lo inmediato. Una población que sobrevalora lo relativo a la autonomía de las individualidades pero sin significados que tengan lo colectivo como referente. Vivimos irracionalmente de las imágenes, de las simulaciones, del parecernos a otros con tal de negarnos a nosotros mismos. En este terreno, la racionalidad ha perdido la razón.
Tenemos en todos los estratos y procedencias, cifras significativas de jóvenes y adultos tan parecidos al éxtasis del capitalismo salvaje que nos invade, y tan parecido al plástico de moda y uso, que pasarán a ser contados dentro de poco, en el mundo de los contaminantes. Por la impresión que tenemos hasta hoy, estamos sumidos hasta los tuétanos en la superficialidad, el culto a lo perecedero, el coqueteo con lo cursi, la devoción a la sucesión de instantes y fragmentos sin totalidad, el sexo como norte, la vida fácil en su quehacer y sus propósitos, los alucinógenos y anestésicos que han convertido las calles, los parques, las plazas públicas en lugares prohibidos para el común de las gentes, y centro de diversión para los macabros. “Es como si un gusto perverso rescatara sistemáticamente tan sólo lo trivial y lo mediocre de una civilización, para eternizarlo apenas en la pasajera conmemoración de una moda" (Luis Brito García). Como toda moda se repite, pasa y abre el camino a otra moda y así vamos de manos en manos como marionetas, viviendo de lo banal y deleitándonos con lo frágil y perecedero.
Admitirlo como derrota, es nuestro primer paso. Pero no debe ser el segundo paso, levantar un muro de las lamentaciones como Jeremías y sentarnos a llorar nuestra impotencia; ni tampoco contratar a un grupo innumerable de plañideros y plañideras, para entregarles nuestra cobardía y complicidad, y que entonces griten por nosotros. No, es tiempo de que ubiquemos los pies, pues “la cabeza piensa a partir de donde pisan los pies” (Leonardo Bofff).
Empecemos por pensar y repensar lo andado, cambiar nuestra mirada, pasar de la topía a la utopía. Juntarnos con los que merecen una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra, sobre la base de lo que nos une aunque sea débil, no hay dudas que pasara como la semilla, echará raíces y crecerá. Y no olvidar de que la totalidad es más que la suma de las partes; el interés general no es la suma de los intereses particulares, es algo que lo sobrepasa. Debe ser la praxis inmediata, porque "Cuando el carro se haya roto muchos nos dirán por donde se debía pasar" (Proverbio Turco), y ya no habrá tiempo.