Todos en la vida tenemos una motivación, algo que nos apasiona para poder seguir a delante. Para algunos de nosotros es terminar los estudios, alcanzar independencia económica, cumplir con nuestros compromisos; por medio a dichos logros académicos que muchos de nuestros padres ni siquiera soñar, por diversas razones.
Para muchos es casarse, tener una familia, para otros en cambio es embarcarse en una carrera que le garanticen ciertos beneficios. El problema es cuando perdemos ese instinto que nos identifica como humanos y dejamos de pensar, actuando solo por aquello que sentimos hacer o no.
No siento ir al médico, no siento ir a trabajar, votar en las próximas elecciones, no siento hacer lo que me corresponde; porque no siento hacerlo. Parte del problema-entiendo-son las comodidades que esta sociedad moderna nos ofrece; donde todo está pre elaborado, volviéndonos seres incapaces a ser movidos más allá de lo que sentimos, sino por lo que pensamos que es lo correcto que debemos hacer.
La situación se agrava cuando perdemos interés por los procesos que afectan a nuestras comunidades la democracia y nuestro país; permitiendo que sean otros quienes decidan por nosotros. “No deseo votar, ya que son los mismos quienes gobierna”, “solo los ricos gobiernan”.
Hemos dejado de ser la prioridad de los sistemas para convertirnos en desecho social que no le importa a nadie
Parte del problema son los constantes cambios que experimentan las sociedades en la actualidad, haciendo que perdamos el interés en involucrarnos de manera activa en la toma de decisiones que está por encima de nuestro estado de ánimo.
El sociólogo, filosofo, ensayista Zygmunt Baumanen, su libro La sociedad líquida hace referencia a “que la desintegración social es tanto una afección como un resultado de la nueva técnica del poder, que se emplea como principal instrumento del descompromiso, el arte de la huida”.
Esta apatía social ha provocado una desintegración social, por medio a un plan fríamente orquestado por los gobiernos para que perdamos el respeto por las instituciones llamadas a mantener el orden. Desmoralizarnos como especie, es la estrategia; para poder controlarnos. La incapacidad de poder ser entes resolutivos con capacidad para desdoblar lo que otros moldean.
Hemos dejado de ser la prioridad de los sistemas para convertirnos en desecho social que no le importa a nadie; más que en los procesos electorales cuando los políticos mendigan votos.
El caos y desorden es lo impera en la sociedad actual, donde las solidas estructuras que fomentan la democracia están a la merced de lo voluble, tribal y lo carente de sentido; vemos como el respeto a las instituciones es remplazado por bizarras acciones autoritarias y la respuesta a esto es la anarquía.
La deshumanización a la que hemos llegado es de un grado tal, que nos hemos degradado como raza y el papel de las instituciones de preservar los cimientos que consolidan el orden, están llamadas a desaparecer y ser reemplazadas por el desorden.
Nos han llevado a perder el interés en aquello que es importante, básico y necesario; por lo fugaz, espontáneo; porque quienes ostentan el poder ya no les interesa invertir en proyectos de largo plazo; ahora lo que importa es la inmediatez carecen de estrategia o búsqueda; ya que no le importamos a nadie.
Desde pequeña escuchaba a los adultos mayores mencionar que los jóvenes son el futuro, un simple planteamiento que hacía referencia a un segmento de la estructura social a quienes se les tenía fe; pero esto ha cambiado hoy en día, ya que son pocos los aspectos de esta sociedad que nos devuelve la esperanza.
Debemos volver a lo esencial, recuperando la credibilidad entre nosotros mismos; para que a pesar de los constantes cambios de la sociedad, podamos recuperar el orden; los valores y la creencia en lo que realmente es importante.