El 10 de diciembre del 2010, Bernie Sanders pronunció un discurso de ocho (8) horas en el Senado de los Estados Unidos, en el que formuló una detallada y acerva crítica a importantes políticas públicas del gobierno de Obama y a la vigencia de un sistema político fuertemente articulado con los grandes bancos y los barones de Wall Street.
Aquella larga exposición fue recogida luego en un libro con un sugestivo título: Discurso sobre la codicia de las grandes empresas y el declive de la clase media (Editora Malpaso, 2015).
Años después, al entrar en campaña por la nominación presidencial del Partido Demócrata, Sanders se esforzó en asociar a Hillary Clinton – su contrincante interna – con los que entendía eran los grandes responsables y beneficiarios del sistema inicuo denunciado.
Las críticas de Sanders a la Clinton tuvieron impacto en extensas capas sociales liberales de los Estados Unidos, incluyendo en grado notable a la juventud. De manera, que luego de las primarias, cuando Hillary llegó a la campaña presidencial contra Donald Trump, su figura arrastraba fuertes rasgaduras y parecía una especie de lame duck o pato cojo, como le dicen en los Estados Unidos a los candidatos políticos con algún lastre sustancial.
Pero la victoria de Trump no se debió solo a esa contingencia de Hillary, sería pecar de simplista creérselo.
Tanto la pujanza electoral de Trump, como la de Sanders, tuvieron origen en el creciente desencuentro entre las aspiraciones de la sociedad norteamericana versus las prioridades de un sistema político-financiero que ofrece pocas esperanzas frente a los nuevos desafíos.
Los conflictos culturales, las insatisfacciones económicas y de políticas públicas sociales, el marcado desgaste de las maquinarias políticas clásicas y sus liderazgos profesionales, han configurado en los Estados Unidos lo que podríamos llamar una “situación populista”, es decir, una situación propicia para el discurso que divide la sociedad entre víctimas y victimarios, y Trump la interpretó y manipuló a la perfección.
Ahora bien, si la poderosa onda Trump contribuyese a impulsar hasta el poder a algunos nuevos líderes populistas de derecha en Francia, Italia y Gran Bretaña, por ejemplo, podríamos presenciar ( ¡y sufrir !) un proyecto de ultraderecha de escala mundial, parecido al eje neoliberal Reagan-Tatcher en los 80s, aunque esta vez mas concentrado en lo geopolítico, cultural-anti-inmigración, y un todavía indefinido, extraño, nativismo económico.