La debacle del PLD, consumada con la salida de ese partido de Leonel Fernández y la formación, por parte de éste, de un nuevo partido, constituye el hecho más trascendente ocurrido en el sistema político dominicano en las últimas décadas. Esta circunstancia, producida en medio de un proceso que es crucial para el futuro inmediato del país, recompone radicalmente nuestro sistema de partidos, replantea el tema de las alianzas políticas en términos práctico y teórico, impacta significativamente en las alianzas ya hechas entre diversas colectividades políticas antes de la referida debacle y, sobre todo, replantea nuevas alianzas que la realidad del sistema habrá de imponer.
Los elementos claves del nuevo cuadro político son: la irrupción de Leonel con su nuevo partido, el surgimiento del PRM como principal partido, pues de estar siempre alrededor de unos 30 puntos porcentuales por debajo del PLD, ahora las últimas mediciones lo sitúan por encima de ese partido. El PLD va en caída libre, y Danilo, su dueño, está ostensiblemente disminuido política y personalmente y cabalga sobre su Penco candidato hacia su definitiva y merecida ruina. En la materialización de esa ruina coinciden Leonel y toda la oposición siendo una realidad insoslayable pero que no necesariamente conduce a una inmediata formalización de alianza entre éste y el PRM y aliados.
Por el momento, ni a Leonel ni al PRM les conviene esa formalización, pero ambos coinciden en enterrar a Danilo y su Penco candidato a través de una común posición contra los intentos de fraudes del danilismo. Eso lo impone la lógica del proceso político. No obstante, es importante que el bloque que encabeza el PRM forje acuerdos puntuales con el bloque de partidos que postula a Leonel en torno a candidaturas senatoriales y de otros niveles para de ese modo reducir significativamente las posibilidades del PLD de tener una holgada presencia en el próximo Congreso, lo cual no solamente es importante para un cambio de régimen, sino para agudizar la crisis del danilismo. Es lo que cuenta en la actual coyuntura.
Mucho antes de que se consumase la debacle del PLD, el pasado octubre 6, el PRM y diversas colectividades políticas habían prácticamente configurado un amplio acuerdo político sobre la base de unos lineamientos básicos para un gobierno de regeneración nacional. En el discurrir de las negociaciones, otras organizaciones se han agregado a ese acuerdo y en todas esas organizaciones prima la firme decisión de, desde el poder, asumir un proceso de regeneración política del país, teniendo como eje transversal la independencia de la justicia, y un Congreso cuya expresión de diversidad de fuerzas y actores políticos haga de este real contrapeso frente al Ejecutivo y no una simple caja de resonancia del presidente, como ha sido en los gobiernos del PLD.
A eso debe sumársele la firme voluntad de luchar para reducir a la más mínima expresión los intentos de fraude del danilismo en sus diversas formas y la determinación de no ceder en nada que vaya en desmedro de derechos humanos fundamentales en cualquier acuerdo o pacto político con otras fuerzas. Teniendo como marco referencia esos principios, entre otros, cualquier modalidad de pactos que imponga la realidad tiene establecido sus límites fundamentales. Por otro lado, en el proceso de diseño de un amplio acuerdo entre diversas organizaciones para apoyar a Luis Abinader, se ha asumido el compromiso de guerra total a la corrupción, establecer seguridad jurídica que favorezca la inversión, reduzca el rentismo y el clientelismo.
Además, en esa gran alianza, se plantea solicitar a la Naciones Unidas la creación de una Comisión Internacional contra la impunidad. Los pactos suelen provocar serios dilemas morales, porque a veces se pacta con fuerzas con las que se ha tenido profundas diferencias, pero cuando no se cede en cuestiones de principios estas se justifican, se legitiman, se asientan en la ética de la responsabilidad que produce el cambio y que es la razón de ser de todo político con real vocación de poder.