La sociedad dominicana ha estado demasiado tiempo en una anclada pausa social. Es como una especie de sumisión social que no puede existir allí donde vive una franja muy ancha de la estratificación social pobre y vulnerable. Hay, por así decirlo, una miseria social que nos abate. El corolario es una mutación profunda hacia el encierro. Una frustración individual que no encuentra eco en la indignación colectiva. La critica social, como antorcha cargada de futuro, no aparece.

El impulso regenerador como preludio orográfico escalado no brota a la superficie. Las reformas estructurales que amerita la sociedad siguen en el andamio preterido, sin cauce y sin agua. El dique acumula y las vigas se resisten a acomodarse a un mundo de una nueva expresividad de la política. Nos encontramos en los avatares atávicos de una organización social que no logra dibujar en los rostros, las necesidades perentorias de los albores de la modernidad.

La inercia es la respuesta frente a una colectividad que se encuentra en un calado hondo de descomposición social, donde la anomia es la fuente cotidiana. El síndrome del desamparo institucional lo alienta de manera sempiterna. Lo verdaderamente cierto, aquí y ahora, es un desorden institucionalizado, canalizado y ordenado por la plutocracia; germen y génesis expedito de la acumulación originaria permanente. Tenemos cuasi una cleptocracia, donde parecería que no existen vectores societales que la aflijan, muy por el contrario. Los interlocutores más aventajados buscan nuevas formas, se reinventan en el discurso e innovan en el cinismo, la simulación y el engaño, para lograr estrategias más expoliadoras en la exacción al Estado.

Desde el punto de vista sociológico, una ley “es una sanción formal definida como regla o principio por un gobierno, que deben cumplir sus ciudadanos; se utiliza contra las personas que no se someten”. Las normas se tejen para el comportamiento esperado. Su no asunción deviene en la sanción, que viene a ser la reacción de la comunidad, de la sociedad, frente a un comportamiento desviado.

Las ventanas rotas de Wilson y Kelling, extrapolándola a la delincuencia política-corrupción, se ha expandido en el Estado dominicano, como consecuencia de la impunidad. Allí, donde no se repara una ventana rota, vendrán nuevas rupturas, logrando estimular la delincuencia política, que es la corrupción. Un acto de corrupción que no se sanciona es como un delito en la cadena de la violencia y criminalidad. Si un potencial corrupto ve que no le pasa nada a quien cometió el mismo, en algún momento de debilidad y fragilidad del entorno, ante la reflexión de que nada le pasara, cae en la delincuencia política-corrupción. De ahí, la espiral de corrupción, de ahí el desorden social y la decadencia social en la sociedad dominicana.

Es en medio de ese desorden y decadencia social que se inscribe La Puerta Giratoria y el Estado Dominicano. La Puerta Giratoria como la capacidad que tienen ciertos individuos para relacionarse en la dinámica organizacional del Estado y aprovecharse del mismo. La Puerta Giratoria “significa pasar desde el cargo público al cargo privado en una empresa que se benefició de las decisiones gubernamentales”. Agregamos “Una circulación sin obstáculos de altos cargos entre los sectores público y privado. Estos movimientos se producen en un sentido y en otro, es decir, desde las instituciones públicas a las privadas”. En Dominicana se da en doble vía y a menudo, de manera simultánea.

Esa usufructuación al Estado tiene múltiples formas y dimensiones:

  1. Tráfico de influencia;
  2. Captura del Estado ( capacidad para modificar normas y leyes en su favor);
  3. Patrimonialismo;
  4. Rentismo;
  5. Corrupción Administrativa o Burocrática.

En la Puerta Giratoria, las personas cambian de puestos, generalmente, empresarios y cargos altos en la esfera privada, para favorecer a las empresas de donde vienen o donde van. En los países donde hay cierta fortaleza institucional, los nuevos funcionarios tienen que renunciar a toda relación con las empresas de donde provienen. Aquí, en Dominicana, la Puerta Giratoria es sumamente grave, pues muchos alcanzan altos puestos en la estructura del Estado y siguen con sus empresas y las mismas hacen negocios con el Estado. Otros crean testaferros para realizar negocios. Esta modalidad ha sido asumida con mucha fuerza y sistematicidad en la sociedad dominicana, lo que ha devenido en llamarse una Corporotocracia Política. La Ley de Compras y Contrataciones en su Artículo 14 establece que los funcionarios ni sus empresas ni sus familiares pueden hacer negocios con el Estado. ¡Negocios-Política y Corrupción es el fenómeno triangular que más ha crecido en los últimos 10 años!

La Puerta Giratoria es lo que explica el auge del Rentismo en la sociedad, a través del Estado “Las inversiones” que hacen personas en las campañas, sobre todo, gente con empresas y que luego ocupan puestos en el Estado constituye la fuente más fehaciente de la misma. ¿Qué explica que una persona empresaria, con una declaración de bienes de 150, 100, 200 Millones de pesos se vaya a ocupar un cargo, a ganar RD$300,000 mil pesos? ¿Se le abrieron nuevos espacios de sensibilidad para llegar a los poderes públicos y diseñar políticas públicas?

Un ejemplo paradigmático es el caso de la OISOE y del Darío Conteras. En el mes de octubre de 2015, la Dirección de Compras y Contrataciones evaluó el caso del referido Hospital, cuya licitación fue por RD$886 millones de pesos y terminó en RD$1,700 millones de pesos. La Resolución 91/2015 de dicha Dirección Gubernamental terminó diciendo que había pruebas de violación procedimental y a la propia Ley 340-06. Especificó que hay delito penal y señaló a la Empresa Luxor. Nada ha pasado desde entonces. Lo mismo ocurre con un alto funcionario, mientras a 76 importadores de frijoles le exoneraron 1,860 toneladas, en cambio a él solo, a su empresa, la exoneración de impuestos fue a 2, 662 toneladas de frijoles. ¡Hay muchos ejemplos en la sociedad que si observamos encontraremos la puerta giratoria, girando a velocidades inauditas!

Esta cartografía política requiere un liderazgo basado en principios éticos para poder gobernar con eficacia. Gobernar, en la definición de Fernando Vallespin, en su libro El Futuro de la Política “La capacidad de imponerse sobre un entorno, conformarlo y encaminarlo a la realización de una serie de fines”. Gobernar, amplía el referido autor, significa “enderezar, llevar rectamente una cosa hacia un término o lugar señalado”.

Somos una sociedad encerrada que requiere una nueva forma de decantarse, que debe pasar necesariamente, de que los ciudadanos se miren como sujetos políticos. Porque la política, como decía alguien, es el único poder al alcance de los que no tienen poder. En este sobre-exceso de la personalización de la política, urge asumir la dimensión de la institucionalidad, que es la inteligencia del sistema y no la inteligencia de una persona.

Escarbar en el Patrimonialismo, en el Rentismo, en el tráfico de influencia y en la captura del Estado, es no solo visualizar el funcionamiento y la decadencia del mismo, sino como diría Francis Fukuyama, en su libro Los Orígenes del orden Político “ …La democracia liberal es más que la votación de la mayoría en unas elecciones, se trata de una compleja serie de instituciones que restringen y regulan el ejercicio del poder mediante la ley un sistema de mecanismos de control y equilibrio de poderes…”.