La cuestión que tendríamos que afrontar ahora, en el presente artículo sería: ¿De dónde trae su origen el complejo de nociones materia-forma: de las puras cosas, de los útiles o utensilios, o del ser de las obras de arte?

Jarrón con acianos y amapolas, 1887

Para encaminarnos hacia ello, la tarea seria facilitada si volvemos nuestra mirada a la piedra que tenemos en la imaginación como representación de la pura cosa, y entonces nos cuestionamos: ¿qué es en ella la forma? Podríamos inmediatamente responder que ésta consiste en la repartición espacial de la materia en un contorno, consistiría en la disposición de la espacialidad local del contorno, y es, desde ahí, de donde surge su volumen y la ordenación de las partes de la materia en ella: su forma.

Pongamos ahora nuestra atención en un utensilio. Anteriormente mencionábamos una silla, pensemos en una silla común de paja y madera. Una común silla campesina. Aquí la forma no está dominada por la materia, como sucede en la cosa bruta, sino que es la forma la que determina la ordenación, la cualidad y el tipo de materia que se utiliza.

Imaginemos, para hacer esta idea aún más clara, un martillo. La forma del martillo determinará el tipo de materia, su cualidad y su consistencia. Pero debemos enseguida agregar que, en el caso de la herramienta, la forma no es la intención que sirve de modelo en el curso de su ejecución. La finalidad que domina la producción de un utensilio consiste en que este sirva para cumplir una tarea determinada. En el caso del martillo, por vía de su utilidad este debe constituirse con la forma de un mazo, como un artefacto adecuado para golpear, clavar, dar forma a algo mediante el uso del golpear, del percutir. 

La finalidad de la producción de una herramienta es que esta pueda cumplir de la manera más apropiada posible su capacidad de servir para algo o ser apto para acceder a una tarea o a una finalidad. En la construcción de un utensilio se debe atender a qué por su forma y su materia este pueda cumplir de la mejor manera posible su capacidad de servir para completar una tarea.

Es esta capacidad lo que constituye el ser del utensilio y como tal es lo que podríamos denominar, utilizando un neologismo que sería cómodo de usar como palabra de una terminología filosófica, la servilidad del instrumento. Pero podríamos decir lo mismo que tenemos en mente, al señalar que la finalidad que tenemos en la mira cuando construimos un utensilio es la capacidad de un utensilio de adecuarse a la tarea que debe desenvolver, desplegar.

El producto de la conjunción de materia y forma, en este caso, lo fabricado, lo producido como instrumento, tiene como fin servir para cumplir la tarea específica que tiene predispuesta: por ejemplo, el lápiz se elabora para servir al escribir. Por esta razón, el instrumento nunca puede ser concebido como un ente u objeto independiente. La herramienta, sea un sartén, un automóvil, un celular o un avión es siempre un objeto dependiente. Es un producto relacional, se crea para ser enlace entre una necesidad humana, por ejemplo, la de transcribir experiencias o registrar un inventario y llevarla a cabo, realizarla, cumplirla escribiendo sobre un papel, que es otro utensilio ligado al anotar.

El útil o instrumento carece, por su esencial servilidad, de autonomía. La forma y la materia del instrumento depende del fin al cual se le destina. Un utensilio que se toma como objeto autónomo, deja de ser instrumento. Entonces es una cosa, que no tiene relación esencial con su entorno.

Botas de campesino, 1888.

Pasemos ahora a considerar una obra de arte. La disposición de la materia y de la forma es fruto de una tensión inédita, realizada a través del diálogo del artista con la materia. En la obra de arte la materia es llevada a un límite, a través del cual, materia y forma aparecen hermanadas en un fulgurante abrazo inseparable, en este se donan mutuamente la una a la otra de manera imprescindible.

Es, en tal mutua donación, o copropiación en que, en una obra de arte auténtica, se ofrecen materia y forma; ambas descansan en este recíproco apropiarse de la una en la otra. En este caso, ni la forma ni la materia dependen de nada que les sea externo, como vimos sucede con los utensilios, para los cuales la finalidad del servir-para es determinante. La obra de arte es autónoma, no tiene un carácter relacional, vale por si sola. Mas, además en estas, se da algo más.

La relación de materia y forma da lugar a un plus, a una gratificación; da lugar a un más, a un extra, se crea en esta una situación que pro-duce –pro-ducere en latín significa adelantar algo de un punto uno a otro más avanzado en una determinada escala de valor– un valor mayor; da origen a una plusvalía que no es explicable simplemente mediante el análisis o la suma de sus componentes.

En la obra de arte la copropiación de forma y materia da origen a la creación de un valor superior, aparece un nuevo significado que adquiere un plus valor, crea algo otro, crea algo diferente a los valores con que se contaba al inicio del proceso creativo. Semejante creación es la obra, no está fuera de la obra, sino que se revela en ella y sólo a través de ella.

Decimos que en la obra de arte se articula una relación íntima, autosuficiente de materia y forma, pero esta conjunción no explica per se la esencia de la obra, pues ésta se revela siempre desde ella misma como más allá de ella misma.

Por todo ello, podemos colegir que las nociones de forma y materia definen fundamental y originariamente la esencia del instrumento y no la de la obra de arte, ni la de la pura cosa. Estas nociones, sin embargo, como señalamos anteriormente, se han considerado siempre como propias de la estética, empero, como podemos ahora comprender, en realidad no dan razón de la obra de arte en su esencia, sólo serían aplicables a ella como una transformación y amplificación de su campo propio de validez: el de la instrumentalidad del útil.

¿Por qué se ha producido tal extensión? Sobre ello podríamos postular dos razones. La primera es que se debe a que el instrumento ocupa una posición intermedia entre la pura cosa y la obra. El instrumento es algo más que una simple cosa bruta y es, al mismo tiempo, algo menos que una obra de arte. Esto último es así, en cuanto el instrumento al igual que la obra, tiene la huella de la intervención humana. Sin embargo, es menos que ella, en tanto carece de la radical autonomía que, según hemos descubierto, constituye una de las características esenciales de toda obra de arte. La segunda razón es mucho más compleja, y es de orden histórico-cultural. Sobre ello trataré en el próximo trabajo de esta serie.

La habitación de Van Gogh en Arles, 1888.