Con el tiempo, la experiencia y los conocimientos obtenidos tanto de mis estudios de ciencias políticas, sociología, gerencia política y derecho, como de los obtenidos del know how propio de mi dilatada pero joven vida política me ha dado la capacidad necesaria para descubrir los desperfectos, aciertos, desaciertos, mañas y las posibles mejoras del activismo político en la República Dominicana. Pero ninguna cosa puedo ver más claro y decepcionante que la psicología política de conveniencia que gravita en las mentes de una buena parte de los dominicanos y dominicanas, en especial, de una importante mayoría de quienes deciden dedicarse a la actividad política sea por compromiso social o como profesión o distracción.
Hoy siendo un dirigente y fiel militante de un partido de oposición, como siempre lo he sido, pues nunca he tenido la dicha de ser portador del poder, aunque con mucha fortaleza para criticar a aquellos que lo han ejercido, veo con tristeza la forma cómo dirigentes, militantes, seguidores y “enganchados” a la política siguen los hombres/mujeres, más no las ideas. Para muestra un botón. A continuación, voy a analizar algunos ejemplos que gravitan actualmente en la vida política nacional para entonces llegar al desarrollo de la reflexión que pretendo provocar con este artículo.
En el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) era impensable que la figura y liderazgo del ex presidente Leonel Fernández Reyna cayera a un nivel de descrédito tal como si fuera el mismo anonimato, y mucho menos que lo fuera bajo la sombra del liderazgo emergente del ahora dícese presidente Danilo Medina Sánchez. Pues, aun cuando nunca he sido apóstol del doctor Fernández Reyna –por el contrario, uno de sus más férreos críticos–, hay que reconocer que, en su tiempo, su carisma fue mucho más penetrante que el del actual licenciado Medina Sánchez, y aún más notorio, aunque dicho carisma no fuera más que fruto de la ignorancia política que nos arropaba y aun nos invade de alguna manera, era evidente que, como político y personaje astriónico, posee mucho más credenciales. Diríamos que la suerte estará ahora con el político incumbente e inquilino del Palacio Nacional, y en realidad, lo que, a mi juicio, es determinante en este tipo de asimilación o aceptación de las personalidades políticas, lo es el sentido de conveniencia de la política dominicana. Ya veremos por qué hago esta afirmación sensible y riesgosa.
Las figuras con o potencial “futuro espectro político” se hacen merecedoras de lealtades vacías y convenientes que, en ningún modo, van acompañadas de los elementos propios del ejercicio ético, científico y contenido ideológico de la política. Es lo que lleva a muchos, a seguir y “estar” con determinado candidato, aspirante, personalidad política o grupo, solo por su “cercanía al poder”, pero no por lo que más conviene al interés colectivo o cuando menos, por la admiración misma de la figura. Esta carencia de formación ideológica, lleva a muchos a apoyar tanto al candidato o la candidata menos potable, aunque con él/ella se hunda todo un proyecto político, o hasta ser el más perjudicial para los intereses de la nación. Fíjense como la familia Castillo Semán y su Fuerza Nacional Progresista (FNP) siempre fue el partido político minoritario más férreamente defensor de Leonel Fernández y el PLD, mientras aquel estuvo gobernando el país, y de repente, son los enemigos más abiertos y acérrimos del partido oficial mientras Danilo Medina es el primer mandatario de la nación. ¿Qué puede explicar un comportamiento similar? ¿Lealtad? ¿Ideología del ejercicio del poder? ¿Principios políticos o éticos? Ninguno de ellos. Se trata de pura conveniencia política.
Lo mismo pasa y ha pasado en el campo de los partidos de oposición. Ocurrió en el 2004, al apoyarse la reelección del ex presidente Hipólito Mejía, habiendo mejores y más potables figuras en el entonces Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Por ejemplo, el PRD pudo haber retenido el poder si hubiese determinado en consenso que la candidata presidencial hubiera sido la doctora Milagros Ortiz Bosch, –mujer de condiciones excepcionales– y aún hasta el doctor Rafael Subervi Bonilla o el licenciado Hatuey DeCamps pudieron haber sido mucho mejores candidatos, hecho mejor desempeño y probablemente haber retenido el poder más que el mismo ex presidente Mejía, pero ¿qué decidió la “mayoría”? La historia reciente revela la respuesta. El fracaso era preferible por conveniencia política de un grupo antes que conceder para priorizar el bien común y éxito de todos.
Como fue dicho antes, ese nivel de conveniencia ofuscada, que genera grupismo, individualismo, soberbia y egocentrismo político, llevó en aquellos años al fracaso del PRD, y con ello todo lo que desde entonces representamos la oposición política del país. Lo peor de todo, es que todos los expertos internos y externos, los amigos más cercanos, todas las mediciones y todo razonamiento político por torpe que fuera, corroboraban en que se estaba en un fatal error al llevar esa oferta electoral tan desgastada y desprestigiada por los fenómenos sociales, económicos y políticos sucedidos a consecuencia de la crisis bancaria del año 2003, lo que sumado a las reacciones y comparecencias públicas desacertadas del presidente Mejía agravaron con creces el sentimiento de odio hacia nuestra opción política. Claro, hay que reconocer que fueron circunstancias injustas para el ex mandatario, pero la política no se nutre de sentimentalismos sino de realidades, y la realidad, los hechos, en aquel momento, invalidaban claramente al presidente Mejía para una postulación exitosa. Yo lo apoyé por lealtad partidaria y porque creía en las buenas intenciones de Hipólito Mejía, pero no porque fuese estratégicamente la mejor opción política para continuar en el poder.
Lo mismo comienzo a ver ahora en el Partido Revolucionario Moderno (PRM). En este año 2017, el ex presidente Hipólito Mejía anuncia que competirá “otra vez” por la nominación presidencial de este partido, mientras el pasado candidato presidencial, Luis Abinader, reacciona válidamente demostrando su interés de aspirar nueva vez a la nominación, pero como todo político prudente, lo hace de una forma sutil y no abiertamente, evitando con ello crear fricciones extemporáneas propias de las formaciones de liderazgos grupales a lo interno. Sin embargo, ante esta idiosincrasia ello es inevitable. Mientras eso pasa, hay quienes dentro del PRM, tienen la insospechada propuesta de vender como un también potencial “presidenciable”, al actual alcalde de la ciudad de Santo Domingo, el licenciado David Collado Morales, que, de hacer una buena gestión municipal en la capital de la nación, tendrá en el futuro un buen y aventajado prontuario dentro de una nueva generación de políticos dominicanos. Por supuesto, esta expresión proviene de personas beneficiarias por el poder municipal. Sin embargo, en al menos dos (02) de los casos señalados, aplica con preponderancia la mal sana cultura dominicana del individualismo y grupismo político que nace de la conveniencia personal que gravita en la dinámica de acceso al poder por el poder y no del poder para servir y transformar.
Esos escenarios no tienen otra explicación, que lo mismo que he señalado al inicio de este artículo: “la psicología de conveniencia de la política dominicana”. Estamos, por tanto, ante una “política al revés”, invertida no solo en valores sino en la forma en cómo se dinamiza, puesto que la ganancia de adeptos no proviene del surgimiento natural de un liderazgo nacido de las ideas renovadoras, las propuestas programáticas ni de los dotes intelectuales, personales, sociales, morales o proyectables del personaje político en cuestión –no digo con esto, que aquellos líderes no tengan tales cualidades–. Por el contrario, el motor que mueve las masas y bases dirigenciales tanto como sus discursos políticos no es ya la espontaneidad que debe surgir del ejercicio sano de la política hacia los fines nobles del bienestar colectivo, sino el sentimiento o consigna personal de “quién me garantiza lo mío”, es decir, más proximidad y ventajas en el poder, aun cuando “se joda la República”, incluyendo los propios adversarios políticos internos.
Es lo que se llama “Politics of Convenience or Opportunism” [Política de conveniencia u oportunismo]. Me llaman la atención algunos muy pocos artículos escritos sobre el particular, pero más que otro, uno producido en inglés, que reza de la siguiente manera: “Líderes han ascendido a la más alta posición de poder de mi patria, y todo lo que han podido ofrecer ha sido comprometerse en decisiones políticas que simplemente están dirigidas a asegurarles a ellos su poder político en cada elección, razón por la cual, nuestros líderes siempre han administrado políticas miopes de corto plazo así como programas que no ofrecen nada al pueblo más que volver a llevarlo a lo peor o en algunos casos a peores condiciones que las que la gente ha vivido antes”. [22/06/2015, publicado en www.modernghana.com]. Esa es la tesis de la praxis actual en la RD.
En conclusión, deberíamos apostar a la antítesis de este mal. Un ejemplo que podríamos emular es el caso francés en las pasadas elecciones de nuestra amiga República de Francia. El fenómeno de la elección de un joven de solo 39 años y con limitada experiencia de estado, Emmanuel Macron, con su recién creado partido o movimiento político de centro ¡En marcha!, ofrece un punto de partida para entender, que el problema no es la edad, ni el dinero, color, creencia religiosa, ni la trayectoria experimental de la vida pública y de estado, ni la cercanía, sino el carisma natural, las ideas renovadoras, el compromiso ético-político y el enfoque de lo colectivo como herramientas de captación del voto y de la construcción de los nuevos liderazgos y su credibilidad. En nuestro país, paradójica y lamentablemente, los vectores corren al revés y es probable que esa sea la causa de nuestro atraso como sociedad, como también la culpa de la cultura de corrupción e impunidad y descrédito de la actividad política que padecemos hoy como nunca antes. Porque al final, lo que los políticos procuran es el “poder por el poder”, el interés grupal, individual, así como fomentar el culto a la personalidad antes que el culto a las ideas y a la vocación de servicio noble a la nación que deben ser los valores y fines esenciales de todo aquel que dedique su vida o parte de ella a la política.