En los años ochenta, la crítica del lenguaje en la materialidad de la escritura es la alternativa poética de afirmación y realización de una crítica de la sociedad y del mundo. Llega un momento en que la vida misma, según Ortega y Gasset, crea esa coyuntura y se inclina ante ella, se rinde ante su obra y se pone a su servicio. “La cultura se ha objetivado, se ha contrapuesto a la subjetividad que la engrendró. Ob-jeto, ob–jetum, Genegenstand significan eso: lo contra-puesto, lo que por sí mismo se afirma y se opone al sujeto como su ley, su regla, su gobierno”. En este punto, la generación ochentista creó un nuevo universo textual. Sin embargo, hay que trazar una línea divisoria entre lo que entendemos por generación y por contemporaneidad. Para Ortega y Gasset, en el marco de una generación pueden coexistir individuos del más diverso temple, hasta el extremo de que a fuerza de ser coetáneos se sientan a veces antagonistas, sin importar que entre ellos existan inclinaciones, impulsos y motivaciones comunes. Ahora bien, esas contradicciones, esa su distancia al sujeto, tiene que mantenerse dentro ciertos límites.
El ser coetáneo no significa coincidir en un idéntico espacio de la sensibilidad y el saber, así se viva en la misma época histórica. En cambio, coexistir en un mismo vivir-decir, según José Mármol, define, una generación, si se toma en cuenta que en nuestro caso particular ha habido un auténtico cambio y ruptura con la tradición, pero al mismo tiempo, enlace con las anteriores. Quiero decir que la ruptura existe, pero quiero decir también que algo continúa, renueva y amplia. De la misma manera que toda ruptura establece ciertos vínculos, comunión y diálogo.
Lo más característico de la crítica ochentista radica en su transformación metacrítica. De ahí, el juego dialéctico que Mármol asume como aventura del lenguaje: la crítica de nuestro tiempo sigue siendo fallida –una simple condena, como tal insignificante, que, repitiendo a Heidegger, excluye solamente a quien pretende excluir–, desde el momento en que no se consigue entrever en el poema mismo la intuición razonada del lenguaje.
La generación de los ochenta instaura una órbita poética en el aspecto sistémico de problematizar ciertos temas en el universo literario de la vida: la soledad y el miedo, el suicidio y el amor, el erotismo y el sexo, la locura y la muerte. La tentación y el delirio de huir o habitar fatigosamente la ficción de la vida o existir a expensas de una poesía real y cotidiana sin correr el albur de la esquizofrenia o el derrumbe total del yo.
La poesía sólo pervive mientras sigue recibiendo constante flujo vital de los sujetos. Cuando esa transfusión, orteguianamente, se interrumpe y la cultura se aleja, no tarda en secarse y en hieratizarse. Tiene, pues, la cultura una hora de nacimiento –su hora lírica– y tiene una hora de anquilosamiento –su hora hierática–. Hay una cultura germinal y una cultura ya establecida. En las épocas de rebeldía es preciso desconfiar de la cultura establecida y fomentar la cultura de la rebelión –o, lo que es lo mismo, dejar suspendido los imperativos socioculturales y poner en vigencia los principios vitales.
La experiencia poética, como falta y como dolor, es sobrecogedora. Compromete aquel que la vive en la violencia de un combate. Y nuestra generación, con José Mármol a la cabeza, misteriosamente, fue el lugar de ese combate. Combate entre el pensamiento como carencia y la imposibilidad de soportar esa carencia, –entre el pensamiento como separación y la vida inseparable del pensamiento.
El poema no dice la realidad, sino su sombra, que es el oscurecimiento y la espesura por los que algo distinto se anuncia a nosotros sin revelarse. La idea del poema entendido como espacio del lenguaje y de la vida. El espacio no de las palabras, sino, como dice José Mármol, de sus relaciones, que siempre las precede y, aunque está dada en ellas, es su suspenso móvil, la apariencia de su desaparición; la idea de ese espacio como puro devenir; la idea de la imagen y el concepto, “más real que la presencia”, es decir, la experiencia del decir que aprehende las diferencias, poéticas y conceptuales, antes que toda representación y todo conocimiento.
En fin, la idea del poema como rebeldía, pero la rebelión más irónica y lúdica, aunque aparentemente no real. Valores y hallazgos que le debemos a este invaluable libro de José Mármol.
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