Para el poeta Adrián Javier, el espacio traduce tiempo y clave. La blancura de la página y la oscuridad de la letra producen la transgresión de lo dicho, lo nombrado y lo leído. Y aquí no hay magia solamente, no hay sesgo ni distancia. El poema crea su expansión sensible, su propia vocalidad y polisemia:
“la espuma
tibia
que sacia
el ojo
y lo desentraña”.
El ojo es o quiere ser el núcleo visional, pendular, aquella semiosfera que presenta los acentos verbales y el dictum que profundiza la originalidad de la trama poética misma.(Ver, Adrián Javier: Morir sin conocer la nieve, 2013)
Como todo poeta de ruptura y transgresión, Adrián Javier ha construido su propio estado de pronunciamiento, lo que hace posible su desgarradura, su potencia verbal expresiva, su asombro, su violencia, su impuro vaticinio, tal y como podemos ver en la siguiente unidad poética:
“hay incluso
Paraíso
en esta inobjetable
forma de derrota
hay digo
destiempo
osamenta del vino
en el temblor
humanidad
rumiada
en esta manera
inapropiada
de respirar
hay un poema
que es de rojo
y no paisaje”.
(Ver, op. cit.)
El poema, en este caso, es y se desliza como nave en tiempo, en lenguaje de horizontes y cuadrajes de caminos; “lalengua” atrapa el eje en cada acento y por lo mismo la imagen se pronuncia como eco y manera de decir. Todo lo cual implica una resonancia de figuras y claves que admiten y a la vez permiten entender el registro del poema. Así, podemos ver que en el siguiente campo de textualidad, los ritmemas aseguran las vertientes nucleares del poema:
“(…)
con tu vieja ceguera
bajo el poniente
sobre una esquina
que abrazo abominable
infame ruin menesteroso
que es lo mismo
si dices
que viras el mundo
sin testigos
y que te persigue
el peligro
de una hoja
encantada
esa intemperie
con la que pretendes
escapar
y jamás regresar”. (Vid. Ibíd. Op. cit.)
El poeta Adrián Javier se ha propuesto, casi sin saberlo, atravesar la línea que conduce al sueño de lo creado y a los marcos que tejen puertos, “decires”, geologías solares y marinas, materiales subjetivos y alumbramientos de contornos o elementos.
El rumbo seminal (poniente, esquina, mundo, testigo, peligro, escape, hoja, intemperie), crea posibilidades enunciadas y coherenciadas en superficie y vórtice de límites:
“(…)
y que la herida
pasa sin pasar
como velero
del paisaje
(…)
un hombre finge
pena
y
melodía
y se vuelve pasado
en las preguntas
lo
anda
el
mar”.
Los exempla y topoi agazapados, nombrados, sugeridos o articulados en el poema, se enuncian mediante mundos e imponderables tematizados, “discursivizados” en la trama de espejos, alfabetos y asombros de la página y el ojo.
Este fenómeno espectral engendra la fórmula que podemos denominar espacialización y temporalización de formas expresivas, donde el poema alcanza su significación y sobre todo su activación de sustancia y elemento, tal y como podemos observar en el siguiente fragmento:
“(…)
soporto poco
la herida
y su reflejo
la semejanza
del dolor
arruina el paisaje
de la casa
desde el parque
y no hay remedio
para tanta luz
un amor
me ve moverme
como mosca
sonríe temblando
y un hilillo travieso
de sangre
le sale indiscreto
por la orilla de la boca”(Ibídem.)
¿Qué podemos esperar entonces de una lectura recesiva de los actos poéticos y de los vertimientos sustancias del texto lírico?
El poeta no pierde oportunidad para extender la clave de miradas y silencios a partir de un círculo temporal infuso que seduce, toda vez que anuncia y visibiliza el ente y su posibilidad-realidad de subvertir la trama de los orígenes.
El reflejo, la herida, la semejanza, la ruina del paisaje, la casa, el remedio, el amor, el movimiento, la orilla de la boca, así como toda travesía selenaria, tienden a particularizar lo que es horizonte y travesía, eco y figuralidad del poema, que, a pasos y a tiempos, se procrea y se niega al mismo tiempo.
Esta visión no basta para hacer de la palabra poética un rumbo, como hacían los poetas del 27 en el ámbito hispanoamericano. La metaidentidad del poeta asimila también lo innombrable, lo invisible y lo visible en una misma unidad extensiva de lo poético.
Los diversos fraseos visibles en el texto poético, anuncian el pacto, las agujas del sentido, la especie onírica y los trastornos de la apariencia:
“(…)
Ida y airada de revés
bajo el poniente
en esa especie de sueño
sin testigos
que es lo aleve
del alba
en menosprecio
(…)
son sólo las ánimas
que buscan
mira niña
No te asustes
son sólo las ánimas
que imploran
una vez que cante
la pena de sus formas
verás cómo
se aquietan
oye niña
no te sorprendas
son sólo las ánimas
que ambulan”.
Lo que vemos, lo que queda, aquello que atilda sobre la significación poética en este sentido, es un campo de posibilidad donde podemos ver-observar los intersticios de un mundo posible hecho apariencia, efecto de identidad del yo, proyección de sus fraseos elípticos o sintéticos, tal y como se hace realidad y visión en los siguientes ejemplos:
“…una vez dije
en la casa
¡oh viento
de lo postrero
elévame
lleva mi memoria
perdida
hasta los contornos
de tu rayo
¡oh viento!
¡mar aleve!
¡cieno mí!
haz tuyo el relámpago
de mis retornos”
Así pues, la dramatización de los estados líricos de la visión poética, revela el campo de alteridad y otredad donde contexto, presencia y legibilidad se reconocen en las vías de acceso a la memoria poética.