Durante el pasado siglo y principio del siglo XXI, en la República Dominicana, los nuevos valores de las artes visuales han venido creando su propio estilo, y una nueva visión. Como todas las nuevas visiones y estilos, las de Juan Elías Morel, reformulan una tradición pictórica antigua.
Junto a estas imágenes de trascendencia del espacio y del tiempo, mediante la travesía de múltiples niveles cósmicos, Juan Elías Morel, proyecta a la mujer como un tótem del “Centro” del mundo, y al mismo tiempo reintegra, ritualmente, el momento atemporal que precede a la creación del mundo.
No debe sorprendernos la estructura cromática de estas figuras e imágenes. Toda alegoría es paradójica, imposible de concebir en un solo plano. La variedad plásticas de estas obras restauran un espacio ancestralmente onírico. Tal vez lo que constituye el placer real de esta obra es que llega a crear un espacio mutante de tensiones eróticas.
También, crea, a partir de sus elementos figurativos inciertos, una paradoja similar a la que probablemente llevó a Marcel Duchamp a exclamar que el movimiento no existe. En este joven pintor dominicano, el reposo es sólo un movimiento de los atributos plásticos respecto a sus orígenes, contextos o entornos erráticos.
Lo importante no es el movimiento en sí mismo, sino, la intensidad con que estas obras pueden revelar una energética visual compleja (puede haber un objeto que se mueva literalmente, pero este objeto será neutralizado en su concepción formal y abstracta). De forma similar, hay obras de Juan Elías Morel, como las series Urbatomía, Formas mutantes, Diseñadora del futuro, entre otras, que hacen de sus expresiones plásticas un dispositivo galáctico y monstruoso.
¿Pero un dispositivo formal que signifique qué? Una premisa primordial es que, Elías Morel, desde su primera exposición titulada Orígenes, ha venido creando su propio universo virtual. La pintura como un doble del universo: no un símbolo, sino, su proyección en la tela. De nuevo: el cuadro, como dice Octavio Paz, no es una representación ni un conjunto de signos, es una constelación de fuerzas. Morel: la pasión que distiende a las formas; la violencia de los contrastes; la energía petrificada que anima a ciertas esculturas, dinamismo que se resuelve en inmovilidad amenazante; la exaltación brutal del color, la rabia de ciertas pinceladas y el erotismo sangrante de otras; las oposiciones tajantes y las alianzas insólitas.
Así, pues, al definir su concepto central y su campo y energía que explora, Juan Elías Morel, sigue trabajando un continuum entre el macrocosmos y el microcosmos, entre lo físico (voluptuoso y sensual) y lo biológico (mutante y activo), e investiga la perenne relación entre universo y mente, entre el “ahí afuera” y el “aquí dentro”.