El arte pictórico de José Ramón Medina sugiere a través de sus texturas, planos esféricos y figuras cónicas, unas formas plásticas claramente vinculadas a nuestra tradición mágico-religiosa.

El pintor dominicano, integrante de la Generación del ochenta, José Ramón Medina.

Los planos superpuestos, cortados por líneas verticales y oblicuas dan una idea del espacio, difusa o dispersa, pues Medina combina imágenes circulares con planas o entrecruza la luz con la sombra, o hace estallar en diferentes direcciones las dimensiones matéricas. Suministra con ello contrastes cromáticos entre los tonos blancos y grises. De ahí que las ambientaciones que sus trazos dibujan seam mágicas e intuitivas.

Su visión plástica apunta hacia la indagación de nuestro sincretismo étnico y cultural, y hacia la averiguación de la substancia simbólica de la cual hemos nutrido nuestros deseos, creencias y fantasías.

Una mirada en el cuerpo dinámico de esta pintura, nos muestra las fuentes mitológicas que la misma entremezcla y funde, en una suerte poética de introspección visual, que deja adivinar los ciclos evolutivos de nuestra  polisíntesis cultural.

Medina traza en sus lienzos las huellas aún perdidas de los gestos ontológicos y rituales, orgiásticos y sacrificiales de las distintas creencias populares, no sólo dominicanas sino afroantillanas. Así, vemos que toda iniciación está aquí, de algún modo significada en un número considerable de imágenes, como el caballo y el hipocampo, la cruz y el sol, los dioses abandonados o crucificados y los ojos rotos por el caos cósmico.

Medina trata, obviamente, de recrear realidades sagradas, en tanto él aprecia lo sagrado como el origen de lo real. La irrupción de lo sagrado en su pintura reenvía al mito como acontecimiento que narra lo sagrado, situándolo en un contexto cósmico, donde el tiempo lineal se reintegra al tiempo del origen, es decir, el tiempo que no transcurre, porque no participa de la duración temporal profana por estar constituido por un eterno presente indefinidamente recuperable.

Así se narra la vida a través del mito y se interpreta el mundo como ceremonia. Por tal razón, la violencia caligráfica que prefiguran estas imágenes, aparece no como una transgresión ceremonial, sino como un paroxismo lúdico que pone en vilo al ser.