Es un hecho incontrastable: hemos dejado de contemplar el mundo como totalidad. El mundo se contempla hoy como fragmento, en su diversidad amplia, fecunda y contradictoria. Instalados en la llamada era global, vivimos una época de profundos y vertiginosos cambios y mutaciones.
Asistimos a un fenómeno nuevo, a lo que Octavio paz, con notable acierto, bautizó con diversos nombres: la “revuelta de los particularismos”, la “sublevación de las minorías”, la “rebelión de las excepciones”. Las particularidades se rebelan en el turbulento escenario de la historia, y al rebelarse, se revelan como nuevos agentes históricos. Reclaman un papel propio, y no cualquier papel, sino uno protagónico.
El mundo de hoy se desarrolla bajo el signo de lo particular y lo concreto. La totalidad concreta ya no está representada por las clases sociales (por la clase universal, el proletariado, como postulaba la tradición marxista), ni tampoco por la sociedad en conjunto concebida como un todo orgánico y funcional (como suponía la tradición funcionalista y estructuralista), sino más bien por las particularidades. Ellas nos devuelven la imagen de un mundo en profunda crisis donde ya no funcionan los paradigmas tradicionales. Sólo a partir de una consideración dialéctica de la “particularidad”, que es una categoría filosófica y estética, es posible “reproducir y captar intelectualmente la realidad”, para decirlo en términos de Georg Lukács; sólo a partir de ella es posible comprender racionalmente el complicado tejido de relaciones sociales y los profundos cambios que han conmocionado a nuestra época.
Las últimas décadas del siglo XX fueron las décadas de los particularismos. Me explico: décadas en que irrumpieron y adquirieron importancia de primer orden las particularidades nacionales, étnicas, religiosas y culturales. Entiendo aquí por particularismo la afirmación, aquí y ahora, de la realidad particular y concreta, irreductible, de un pueblo, una nación, un grupo étnico-religioso, un colectivo; en fin, la afirmación de la identidad de cada uno. Los particularismos son, históricamente, el sucedáneo de los totalitarismos. Son la respuesta radical y a menudo violenta y brutal al etnocentrismo: a la hegemonía y al universalismo excluyente tanto de las potencias occidentales como de las utopías totalitarias. Se han convertido en los nuevos agentes de la historia, agentes que pueden ser tanto activos como reactivos.
La nómina de particularismos es extensa. Los enumero y quedo corto: palestinos, chechenos, serbios, croatas, musulmanes, albaneses kosovares, armenios, azerbaiyanos, tibetanos, tamiles, afroamericanos, indígenas en México y Sudamérica, hutus y tutsis en Ruanda y Congo, sunitas y chiitas en Irak y Siria, kurdos en Turquía, uigures en China, rohinyás en Birmania…
Todas estas identidades, macroidentidades y microidentidades (pueblos, tribus, clanes), están profundamente vivas y arraigadas. Son un rasgo distinto del mundo en que vivimos. Más precisamente: son expresiones concretas de particularidades históricas y culturales irreductibles.
Los particularismos abarcan los movimientos nacionalistas y separatistas, pero no se reducen a éstos, pues son mucho más ricos y complejos. En los países industrializados representan las rebeliones de las minorías étnicas, religiosas, culturales y sexuales. En esencia, son afirmaciones de la identidad de diversos sujetos plurales (grupo étnico, nacional, lingüístico, religioso, cultural, sexual). Se caracterizan por luchar por el reconocimiento de su identidad y su derecho a conquistar un espacio propio en el mundo moderno. Lo particular y lo concreto se convierten así en valores esenciales en la era global. Son los nuevos agentes históricos.
Los particularismos constituyen un fenómeno histórico singular y contradictorio. Pero como todo fenómeno con valores contradictorios se hace necesario discriminar entre sus demandas legítimas de verdad y justicia, por un lado, y sus pretensiones excluyentes y totalitarias, por el otro. Hay que distinguir entre los particularismos activos y los particularismos reactivos. Algunos contienen en su agenda elementos totalmente negativos: fundamentalismo, fanatismo religioso, nacionalismo extremo, xenofobia y odio racial, tribalismo, intolerancia frente a la diversidad étnica, social y cultural… Son agentes reactivos. La etnia, mi etnia, antes que nada, por encima de todo, parece ser su divisa de guerra. La identidad -religiosa, nacional, local, tribal- suele devenir también en supremo fetiche.
Es preciso concebir al todo en su dinamismo interno y a las partes en su interacción dinámica. Esas partes han sido tradicionalmente marginadas por los sistemas de dominación global (imperialismos, totalitarismos) y se han rebelado contra esa histórica marginación.
La particularidad se convierte así en supuesto teórico de gran valor metodológico para comprender cabalmente el mundo de hoy. Nuevas realidades demandan nuevos instrumentos de análisis e interpretación del mundo. No es posible intentar explicar ni entender estas realidades que nos envuelven partiendo de viejos aparatos y esquemas conceptuales. De ahí que sea necesario pensar en serio la cuestión histórica de los particularismos y asumir los desafíos que nos plantean también en lo ético y en lo filosófico.